El mexicano
González Iñarritu es un director mimado de Hollywood. Con 5 largometrajes en su
haber, todos merecidamente multipremiados en los festivales más importantes del
mundo (4 de ellos, además, candidatos al Oscar como mejor película del año),
lo han colocado en el pedestal de los grandes directores cuyas películas
siempre son bienvenidas y capaces de generar grandes expectativas ante su
estreno. Además, estamos hablando de un director joven (hoy tiene 52 años), y
absolutamente contemporáneo (Amores Perros, su primer film, data del año 2000).
Es decir, estamos hablando de un director del siglo XXI.
La cosecha
de premios que ha obtenido no solo hablan de su capacidad artística sino también de
su compromiso social. Sus historias ocurren en diferentes partes del mundo y
sus personajes son víctimas de las vicisitudes de la vida moderna, sobre todo
de la violencia, particularmente la social, la incomunicación, y la tremenda
soledad de nuestro tiempo tecnologizado. "Amores Perros" era un crudo
retrato de la sociedad mexicana y su "Babel", en la que a través de diferentes episodios recorre la frontera con USA, Marruecos y Japón, genera un fresco
sobre la incomunicación verdaderamente estupendo.
En "Birdman"
encara su 2do film americano (antes había hecho "21 Gramos", 2003,
con Sean Penn y Benicio del Toro). Situado en la ciudad de Nueva York, a 2
cuadras de Times Square, en el corazón mismo de la movida teatral neoyorkina,
nos cuenta la historia de Riggan, un actor que hace 20 años se hizo famoso
personificando a un superhéroe llamado Birdman, y que cayó en desgracia con los productores como
consecuencia de negarse a hacer la 4ta entrega de la serie. Riggan es un típico
personaje en busca de revancha. No
quiere hacer más de lo mismo. Necesita un reconocimiento artístico, y no solo como actor. Sus ambiciones son
enormes. Su proyecto es adaptar, producir, dirigir y actuar la puesta en escena
de un cuento llamado "De Que Estamos Hablando Cuando Hablamos de
Amor" de Raymond Carver, un escritor americano que ha descrito como pocos
la soledad de la vida moderna que tanto preocupa a González Iñarritu. En ello
se está jugando todo. No solo la poca fama que le queda, sino también su
dinero, y hasta la recuperación de su familia, el retorno de su mujer y la
rehabilitación de una hija drogadicta. Riggan está a full en un "a todo o
nada", a 4 días del gran estreno. Y el film es el relato de esos días y el
retrato de esa vida caótica que busca una redención a través de una puesta en
escena cuyo éxito o fracaso solo será
medible a través de algunas buenas críticas y sobre todo, por el éxito
de taquilla. Otra vez, la dualidad: lo efímero o el mito. Es obvio que en el
arte casi no existe el cable a tierra.
Lo
interesante del film es su capacidad de descripción del encierro. Birdman es el
relato de un parto. Todo transcurre en el
interior de un teatro repleto de pasillos y escaleras que unen vestuarios con
escenarios y salas de maquinas , cuyas características laberínticas representan
los propios laberintos de la mente en ebullición de Riggan frente a su momento
cumbre. Si González Iñarritu es un director hábil en la puesta, aquí demuestra
no solo esa habilidad sino también alcanza alturas insospechadas. Porque
ayudado por el extraordinario manejo de cámara de ese prodigio de director de fotografía
que es Emmanuel Lubezki (el año pasado fotografió y ganó el Oscar por su
trabajo en "Gravedad"), a través de grandes tomas secuencias y
extensos travellings que recorren los
pasillos del teatro, transforma al film
en un laberinto que no es otra cosa que la mente confundida donde habitan los
miedos de Riggan, corriendo una y otra
vez tras cada una de las responsabilidades que ha asumido para concretar ese
proyecto en el que se juega su vida, y que obviamente, lo desborda torturándolo
como si estuviera ante un parto de nalgas.
Si la
puesta en escena de una obra teatral constituye un film en si mismo, y la
necesidad de Riggan de rehabilitación de su autoestima y reconocimiento público
es un proceso interior que resulta clave en la película, podemos decir que
hasta aquí tenemos un film redondo e inovidable. Sinceramente, uno de los
mejores del año. Pero las intenciones de González Iñarritu y sus coguionistas (Giacobone,
Dinelaris y Bo) no terminan allí. Es como si no confiaran en que su film sobre
una puesta en escena teatral por parte de un actor en decadencia tiene la suficiente fuerza e interés propio. Creen que hace falta que el
espectador entienda que la necesidad de Riggan
de parir este espectáculo proviene de la alienación que arrastra de su pasada
personificación de superhéroe, que de la cual, además, parece haber heredado no solo habilidades telekinéticas,
sino también la capacidad de volar como el propio Birdman. Es en esta segunda
instancia interpretativa, donde la película se desvanece y se pierde en si
misma, llegando a un final, a mi gusto demasiado simbólico e incluso,
extremadamente abierto. Si las intenciones de Gonzales Iñarritu y compañía
fueron dejar enganchada a la gente para una larga charla de café a la salida
del cine, tal vez el objetivo se haya logrado. Pero si las intenciones fueron
contarnos una historia de superación personal en una edad madura cuando uno
parece estar entrando al ocaso de la vida, entonces creo que el final de la
película es un error lamentable que si bien no borra todo lo bueno que la película
nos ha narrado magistralmente, al menos ingresa en aérea resbaladiza donde los
meritos artísticos parecen dejarse de lado en pos de la aseguración taquillera.
Una mención
aparte para Michael Keaton, el actor que personifica a Riggan (Birdman). Su
labor es descollante. Su personaje se pone la pelicula al hombro y no la suelta
hasta el final. Sin lugar a dudas, su actuación es consagratoria.
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