Alex de la Iglesia es uno de los directores más
famosos, inteligentes y aclamados que ha surgido detrás de la movida
almodovariana surgida poco después del famoso destape español producido tras la
muerte de Francisco Franco. Su cine abreva tanto en el esperpento español como
en el comic americano. El Bar, su última película recientemente estrenada en
Buenos Aires, es una nueva metáfora que alude al estilo desangelado de vida
actual.
El bar no solo es el título de su nuevo film sino
que es el lugar donde transcurre la mayor parte del nuevo film del realizador
español. Un bar es un lugar donde la gente habitualmente llega para tomar
alguna bebida o comida rápida. Se trata de un sitio, si bien de origen inglés,
muy apegado también a nuestra idiosincrasia latina. Pero este bar, lejos de ser
un lugar de encuentro, más vale parece ser un sitio concurrido por solitarios y
marginales.
Tanto en la escena inicial como en la final, De la
Iglesia da muestra de su maestría y capacidad de síntesis. El inicio es un
largo travelling que sigue a los protagonistas de la historia en una esquina
muy concurrida de Madrid que está al servicio de dos objetivos: por un lado,
presentar a los personajes que indudablemente se dirigen al bar de la esquina,
y por otro, mostrar que cada uno de ellos, y todos los que pasan a su
alrededor, están cada uno en la suya. La indiferencia entre ellos es total. Un
retrato de una sociedad ensimismada.
En el extremo opuesto, en la escena final, la
protagonista emergerá a la superficie sin que nadie ponga su atención en ella y
se perderá en la multitud como si nada hubiera ocurrido. La indiferencia será
total. Será la transformación de una persona en nadie, un transeúnte más, hasta
que la multitud cobre su propia y única presencia. La masificación en su máxima
expresión.
Dentro del bar, la capacidad de De La Iglesia y su
permanente coguionista Jorge Guerrricaechevarria, encerrarán la acción y
se abocarán a la descripción de personajes y situaciones límites donde, a
través de situaciones y diálogos inteligentes, aparecerán diferentes
personalidades que permitirán describir los conflictos y distintas miserias
humanas que traban el desarrollo pacífico de la vida comunitaria: el
egocentrismo, el ensimismamiento, el desinterés en los demás, la locura
desenfrenada en uno de sus personajes principales. La situación muestra que la
individualidad se impone sobre lo colectivo. Cada quien está metido en lo
suyo sin importarle en lo más mínimo lo que está haciendo “el otro”.
Descriptos los personajes, un hecho inesperado
provocará una situación de encierro total. La desesperación de los parroquianos
provocará un crescendo en el que irá apareciendo el individualismo, el
egocentrismo, egoísmo, la falta de solidaridad. Será el reino del sálvese quien
pueda.
Muy emparentada con La Comunidad, aunque en
realidad sea una nueva vuelta de tuerca sobre el mundo indiferente y
desesperanzado que el vasco De La Iglesia ya retrató en aquélla película tano
como en La Chispa de la Vida y Mi Gran Noche, El Bar resulta ser un film lúcido
sobre el mundo caótico que vivimos, un mundo que fundamentalmente carece de
solidaridad. Lo cierto es que más allá de su propuesta, el film brilla por su
equilibrio, por la capacidad narrativa del realizador, la prodigiosidad del
travelling inicial, la capacidad de síntesis de su final, y los excelentes y
chispeantes diálogos que mantienen el interés despierto del espectador durante
toda la trama, sin dejar de reconocer el nivel de excelencia de sus actores:
Blanca Suarez, Mario Casas, Carmen Machi, Jaime Ordoñez, la siempre eficiente
Terele Pávez, y hasta el argentino Alejandro Awada, están estupendos en sus
respectivos roles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario