LA OTRA CARA DEL
SUEÑO AMERICANO
Esta película de
Craig Gillespie (Horas Contadas, 2016) está basada en la vida real de Tonya
Harding, una patinadora sobre hielo que llegó a representar dos veces a los
Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Invierno y en el Campeonato Mundial
de Patín Artístico. En 1991 logró concretar una proeza: realizó un triple Axel
(un giro en el aire de tres revoluciones y media) que repitió tanto en el
Campeonato de Estado Unidos como en el Campeonato Mundial., aunque, no logró
vencer en esta última competencia.
El film, con un
humor lleno de sarcasmo, aborda la vida de Tonya, una vida que es la otra cara
del sueño americano. Cuarta hija del quinto casamiento de su madre, creció calzada
sobre un par de patines para realizar el sueño personal de su madre. Es la
historia de una persona criada bajo los mandatos autoritarios de una madre
imposible de imaginar que habita en los márgenes mismos de una sociedad sedienta
de éxito a principios de los 70. Lejos del realismo, el film adopta un estilo farsesco
que narra la vida de pesadilla de Tonya, epicentro de relaciones enfermas que se
desarrollan desde su infancia hasta su adultez. Dichas relaciones comienzan con
la crueldad de su madre y se continúan en su vida marital. En consecuencia, la
frustración y la falta de autoestima se transforman en moneda corriente en su
vida.
Con un tono de sátira
(que por momentos se transforma en farsa) de principio a fin que Gillespie no
abandona, el film recorre desde la niñez de Tonya hasta aquellos días finales
en que por causas policiales debe abandonar la competencia. La vida de Tonya es
el recorrido de alguien criado dentro de un esquema de absoluta rigidez que,
cuando crece y llega a la adultez, es incapaz de manejarse sola dentro de las convencionalidades
sociales.
Madre e hija
representan una relación de amo-esclavo que cuando Tonya contrae matrimonio,
lejos de liberarse, se profundizan en la pretendida unión matrimonial con su
marido. Esa relación de esclavitud le signa su vida y le impide ser libre,
tomar sus propias decisiones, y lo que es peor, ser ella misma en las
competencias al tal punto de bloquearla no dejarla expresarse libremente sobre
sus patines.
Gillespie maneja
con gran soltura el estupendo guión que le sirve Steven Roger (Love The
Coopeers, 2015; Postdata, Te Quiero, 2007). Su mirada sobre Tonya es irónica,
ciertamente impiadosa, pero a su vez la pinta como un ser humano condicionado
por una madre castradora, un padre ausente, una situación social de pobreza
extrema, una educación insuficiente que
no le ha dado siquiera la libertad para discernir con claridad entre el bien y
el mal, entre lo conveniente y lo inconveniente. De hecho, Tonya abandonó sus
estudios en el 4to año del secundario.
Tonya tiene un
sueño que la motoriza pero en realidad es incapaz de llevarlo a cabo. Equivoca
la mayoría de las acciones necesarias para alcanzarlo. La única persona capaz
de ejercer una influencia positiva sobre ella es su entrenadora Diane
Rawlinson, magníficamente interpretada por Juliana Nicholson, pero Tonya vive
en una vorágine en la que se mezcla juventud, falta de experiencia, ignorancia
de vida, un marco social no exento de violencia que le impide no solo llevar
una vida disciplinada sino también, concretar aquellos sueños.
Margot Robbie luce
en su papel de la patinadora logrando que el resplandor de la luz de las pistas
de patinaje sobre hielo no encandile la vida real, y rebele la precaria y
solitaria vida de Tonya, una persona incapaz de discernir moralmente, siempre
llevada de las narices por alguien negativo de su entorno (alternativamente su
madre y su marido).
Allison Janey como
LaVona, retrata con toda exactitud a una madre posesiva que anula la
personalidad de su hija transformándola en una marioneta lastimosa incapaz de
alcanzar su sueño por su falta de autoestima, de seguridad en sí misma. Cabe
agregar que Allison Janey, por la interpretación de este papel, se hizo
acreedora a la Mejor Actriz de Reparto en la reciente entrega de los premios
Oscar.
Más allá de la
sátira, estamos ante una gran película que, socialmente, muestra la otra cara del
sueño americano, aquel construido después de la gran depresión y que parece haberse
hecho realidad en los años 50 cuando los Estados Unidos salen victoriosos de la
segunda guerra mundial. Los personajes de Yo, Tonya están lejos de ser
partícipes de aquel sueño en los 80, y en los 90, años en los que transcurre la
acción del film, donde comienzan a sentir que la persecución de aquel sueño se
ha vuelto una quimera imposible de alcanzar. Para muchos, como consecuencia de
sus propias limitaciones, para otros por una mala interpretación de la
realidad, para la mayoría porque el famoso sueño tal vez nunca les perteneció.
No hay comentarios:
Publicar un comentario