REGRESO A CASA
Lo primero que nos preguntamos cuando termina la película
es si hacía falta invertir tres horas de cine para contar lo que acabamos de
ver. Seguramente, por diversas razones, la pregunta quedará sin respuesta. No
obstante ello, con tan solo hacernos la pregunta estamos cuestionando lo único
que podemos cuestionar respecto a lo que hemos visto.
Pero vayamos al grano. Pocas veces el cine logra una
profundidad de mirada como cuando detrás de las cámaras está este gran maestro
turco. La película puede ser acusada de demasiado larga (ya marcamos la
duración), de lenta (en cada escena el maestro se toma su tiempo), de hermética
(hay varios temas dando vuelta y no se puntualiza en ninguno), pero está claro
desde el vamos que con Bilge Ceylán hay que tener paciencia. Su cine es para
degustar parsimoniosamente, disfrutando de cada momento y hasta de los
silencios, y después, comenzar a pensar en lo que nos contó. Pero este es un
film, básicamente, de diálogos.
Sinan, el protagonista del film, un joven de 18 años, vuelve
a casa después de haberse recibido de maestro. Su propósito inicial es reencontrarse
con su familia (padres y hermana) y amigos. También tiene un objetivo claro.
Quiere ser escritor y está dispuesto a escribir su primer libro. Un libro de
memorias y vivencias relacionadas con su pueblo, donde privará la poesía.
Bilge Ceylán desarrolla su film con su maestría conocida. Obviamente,
se toma su tiempo, arma cada una de las escenas con largas conversaciones entre
su personaje central y los miembros de su familia y los amigos del pueblo. Cada
charla se irá transformando en una radiografía, un análisis de un estado de
situación tanto material como espiritual, que va formando un diagnóstico, una
opinión general sobre la situación familiar, y las relaciones personales del
protagonista con cada miembro de su familia, con las autoridades religiosas del
pueblo, con un escritor de éxito y hasta con una antigua novia conformando un
cuadro de situación que termina por abarca todo.
El film se va impregnando de un existencialismo en el que todos
los personajes que transitan por la vida de Sinan y él mismo están convencidos,
a pesar de las dudas que siembra el camino, que cada uno debe seguir su
destino. El film termina siendo una sensible mirada sobre la vida de la gente
común en el campo y en los pueblos vecinos, lejos de las grandes capitales y
urbes hacinadas.
De esta manera, el gran director turco, muestra
parsimoniosamente una aceptación del estado de las cosas, como si cada uno tuviera
un destino escrito de antemano y no tuviera otra alternativa, que dedicarse a
eso para lo cual ha nacido. Sinan mismo siente que debe ser un escritor, y
contra viento y marea, sabe que tiene que intentarlo. Lo intenta pero fracasa.
Toma conciencia que deberá volver al lado de su padre y seguir construyendo ese
pozo de agua que tanto sacrificio significa pero le dará de beber a sus ovejas.
Pero no abandona la idea de escribir un segundo libro.
Su padre es un maestro de escuela primaria. Sabe que ese es
su destino. Vive pobremente en una casa rural, seguramente heredada de su
familia, cuidando de sus ovejas. Pero también vive desafiando ese destino
gastándose gran parte de su salario en apuestas que le permiten soñar que algún
día podrá cambiar su vida. Pareciera un loco, una persona ganada por un vicio:
el juego. Pero sin esa apuesta de cada día, la chatura de sus días le consumiría
la vida. La apuesta es parte de un deseo insatisfecho de cambio.
En el film, nada es como parece ser. Como si la apariencia
fuera una cosa y su sentido fuera otra. Hay una larga caminata con los
religiosos del pueblo donde se cuestionan profundamente los preceptos que
forman parte de los sermones de cada día. La escena comienza con una charla muy
formal que va derivando hacia el humor en la medida que la conversación entre
los amigos va cobrando confianza.
El director turco es dueño de una filmografía única. No
hace cine para entretener a los espectadores sino para hacerlos pensar. Su cine
es difícil de ver y de digerir, requiere paciencia y tiempo, pero finalmente el
espectador termina por reflexionar sobre las ideas de Bilge Ceylán y de sus
personajes. Tal vez este nuevo film del maestro turco esté por debajo del nivel
de algunas de sus anteriores maravillas. No es Distancia, tampoco es Sueño de
Invierno, por tan solo citar dos de sus películas que más me han gustado. No
obstante, salí de la sala con mucho gustito a cine, con la sensación que no
había perdido el tiempo, y con el sabor de que había disfrutado de un film muy
lento, parsimonioso, existencial, siempre muy interesante.
El Árbol de la Peras Silvestres es un film contemplativo.
Algo muy parecido a un cuadro, un cuadro en movimiento que contiene 8 o 9
viñetas que proponen una larga reflexión sobre la vida, la familia, la
herencia, el destino, y los sueños. La conversaciones con su madre, con el
escritor exitoso y la final con su padre son momentos sublimes, solo ubicables en
la sensibilidad del cine de Bilge Ceylán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario