LA PARALISIS DEL DOLOR Y EL RESPLANDOR DE LA ESPERANZA
Kenneth Lonergan, el autor y director de este film estupendo
es un neoyorkino con una trayectoria de 15 años, mayormente desarrollada en el
teatro, cuestión que se nota en la puntillosa escritura del guión de “Manchester…”,
una magistral obra sobre la perdida y el sentido de la ausencia. No obstante,
también tiene experiencia en el cine: Ha dirigido dos películas: “Puedes Contar
Conmigo” y “Margaret”. No vi ninguna de las dos y temo que tampoco hayan sido
estrenadas en Argentina.
Manchester no es la tan conocida ciudad inglesa sino un
pueblito costero, muy cercano a Boston, en los Estados Unidos de América. Allí
cerca, en North Shore, han residido toda la vida los dos hermanos Chandler.
Ahora acaba de morir Joe, el hermano mayor, repentinamente de un ataque al corazón.
Joe era papá de Patrick, un adolescente y toda su vida la había dedicado a una antigua
lancha de pesca con la que salía todos los días al mar.
Película de estructura casi coral, describe la vida de los
Chandler en ese pequeño intervalo que trascurre después de la muerte y que
llamamos duelo. Y digo “intervalo” como
un espacio de tiempo indefinido, que puede ser más largo o más corto porque el
duelo es muy personal y a cada persona le requiere un tiempo distinto.
A los Chandler, una familia grande de clase baja, no les suceden grandes cosas sino más bien gozan
y sufren los acontecimientos con que los sorprende la vida. Lee Chandler
(Cassey Affleck), cuya actuación es tan buena como lo es la película, es el epicentro
de la acción. Victima él mismo de una tragedia, ha tratado de escapar y vive solo en un pueblo
cercano donde realiza multiservicios de mantenimiento en varios edificios de departamentos
cuando lo sorprende la muerte de su hermano. A Lee, que no ha terminado de madurar,
le llegará la adultez de golpe. No tendrá otra opción que hacerse cargo de la
situación, y sobre todo de su sobrino Patrick, un joven de 16 años que está en
plena adolescencia.
El duelo de ambos será una etapa en común de crecimiento. La
adolescencia de Patrick se está yendo y el sentimiento de culpa de Lee se irá
aceptando. El film todo es una profunda reflexión sobre la vida, los sentimientos
y el paso del tiempo. El amor por los padres, por los hermanos, por los hijos. El
arraigamiento al lugar donde se nació, se creció y se vive la vida. El terrible
dolor por las pérdidas. La necesidad de dar tiempo al duelo como como se le da
tiempo a una herida que tarda en cicatrizar.
Es imposible permanecer impasible, indiferente frente a “Manchester
frente al Mar”. El film toca las fibras más íntimas del ser humano y lo hace
con honestidad, sin golpes bajos. Lejos está de ser una película depresiva. Al
contrario, trata de la naturalidad de acontecimientos que irremediablemente,
antes o después, nos pasan a todos en la vida y de los que nos tenemos que
hacer cargo. En ese sentido, el film es constructivo porque tanto Lee como su
sobrino Patrick, enfrentaran los sucesos y buscarán soluciones. Más allá del
dolor, al asumir la realidad, los protagonistas estarán creciendo para poder superar
otras etapas de sus vidas y los desafíos que cada una trae consigo.
Lo interesante del film es que el disparador del duelo no
genera un ir para atrás en ningún aspecto. Acá no aparecen ni viejos rencores
ni remordimientos. No es un film que desata los problemas del pasado y los trae
hacia el presente con una carga de rencor, resentimiento o de odio. “Manchester”
es todo lo contrario. Es un film que se sitúa frente a la perdida, ante la
falta. No por casualidad, Lee trabaja como un servicentro, alguien que arregla
todo tipo de roturas en el hogar. Esa condición de Lee es la que asume ante la pérdida
de su hermano. Ante el vacío que deja Joe, Lee sabe que tiene que hacerse
cargo. Es posible que ese vacío sea imposible de llenar, pero la cosa es aceptar
que se debe vivir con ese vacío. En esa actitud positiva de Lee, como la
actitud desafiante del futuro que manifiesta Patrick, hay un motor que moviliza
decisiones. Una necesidad de seguir hacia adelante. Algo que en definitiva,
despierta la esperanza.
Lonergan maneja su material con maestría. Deja la narración lineal
de lado y utiliza varias veces el flashback de una manera casi imperceptible pero
que claramente rompe la linealidad del relato para aportar información sobre el
pasado de los personajes que determina parte de los comportamientos presentes
de los mismos. Así mismo, subraya parte del relato con una música incidental de
Handel y Albinoni en momentos claves del film, logrando una atmosfera inigualable
para hacernos sentir la angustia, la tristeza, la emoción y el dolor de los
momentos que están atravesando sus personajes.
El tema del film no es nuevo y ha sido tratado de diferentes
maneras por otros films. En Último Tango en Paris, 1972, de Bernardo Bertolucci,
era el sufrimiento de Paul (Marlon Brando) ante el suicidio de su esposa. En “Gente
como Uno” (Ordinary People, 1980), la opera prima de Robert Redford, era el
trauma de una familia ante la muerte accidental del hijo mayor. En “La Decisión
de Sofía”, 1982 de Alan Pakula era la perdida de los hijos en un campo de
concentración nazi la que causaba la tragedia irreparable. Cuesta trabajo
encontrar en años más recientes films que traten de pérdida y dolor como temas
centrales con la seriedad y la calidad con que lo hace “Manchester frente al
Mar”.
Con este trabajo, Kenneth Lonergan, nacido hace 54 años en
Nueva York, pasa a la consideración general de los grandes dramaturgos y excelentes
directores del Este americano, y dada su relación con los hermanos Affleck y
Matt Damon, se afianza la alianza con los cineastas de Boston por el bien del
cine americano que prefieren mantener su prestigio poniendo siempre por delante
un buen argumento por sobre la técnica o los efectos especiales.
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