CINE EN EL CINE
EL CINE COMO ESPEJO DE LA VIDAEn 1894 el capitán francés Alfred Dreyfus es degradado, llevado a juicio y declarado culpable de traición por entregar información a los alemanes, siendo condenado a cadena perpetua y vivir en el exilio en la Isla del Diablo. Su reemplazante en la Unidad de Contra Inteligencia será Georges Picquart, quien continuará la investigación y confirmará que aún se sigue entregando información secreta a Alemania.
Más allá de la pulcritud formal, el interés general que
despiertan sus películas, y sobretodo el virtuosismo ya clásico de cada una de
sus obras, el film sobrevuela un aire de
revancha. La obra respira libertad y transmite una sensación que Polanski, ya octogenario,
obtiene un resarcimiento verdadero respecto a todos sus pesares.
Después de tantos años de exilio a raíz de sus diversas condenas,
incluso algunas mediáticas, el director vuelve con un film de carácter
histórico pero a su vez muy personal como lo haría un ex condenado que necesita
recalcar no solo su verdad sino también lograr que, aunque sea solo una vez, le
crean su verdad.
Es interesante resaltar que el personaje central del film
no es Dreyfuss (Louis Garrel) sino el Oficial Picquart (Jean Dujardin), quien
luego de conducir una minuciosa investigación da a conocer públicamente una
conspiración antisemita en el marco judicial que concluyó con la condena del
Capitán Dreyfus. Por otro lado, Picquart
es un hombre valiente e idealista, pero no exento de prejuicios y problemas
personales. Los hechos que narra la película sucedieron en la realidad. No
obstante, el film está basada en una versión de Robert Harris y Roman Polanski
del caso Dreyfus.
La obra retoma un caso conocido, pero Polanski se basa con suma sutileza (autor también del
guión junto a Oliver Assayas), en el libro de Delphine de Vigan generando una
nueva vuelta de tuerca sobre la vieja historia del oficial traidor pero no solo
se involucra en ello sino que denuncia el antisemitismo de la oficialidad
francesa, un juego de luces y sombras que proyecta y deja al descubierto las
propias acusaciones que Polanski ha recibido durante toda su vida no solo por
haber transgredido la ley sino también porque el autor de dichas transgresiones
es obviamente judío. La cuestión le viene como anillo al dedo. La figura de
Dreyfus, el chivo expiatorio por excelencia, da lugar a una especie de
justificación personal y reabre toda posibilidad para que el señor Román Polanski
recupere el respeto y la credibilidad que su vida misteriosa, tortuosa y enigmática
le hayan hecho perder valiosos años de su vida en la que su cine tuvo que
mantenerse fuera de las pantallas.
Lo cierto es que Polanski está de vuelta y con un gran
film donde no pide perdón pero si consideración. Ganador del León de Plata en
el Festival de Venecia del 2019, con esta variación sobre el tema Dreyfus, un
hecho que conmovió a la opinión publica afines del siglo 19, narrado bajo la mirada
de un nuevo personaje que profundiza la visión antisemita que está detrás de la
historia y donde el propio director parece auto justificar sus denuncias y
padecimientos, transformándose él mismo en el propio Dreyfuss, un ser condenado,
no por un crimen sino por una condición. La calidad del film parece decirnos “este
sigue siendo mi CINE, así con mayúsculas, más allá de todas las acusaciones que han pesado sobre mí.
Demás está decir que todos los aspectos formales
(actuación, música, fotografía, encuadres, montaje, …) brillan bajo la batuta de
un director que parece siempre estar presente. Una puesta en escena donde
destaca cada encuadre. Una obra políticamente incorrecta que nos deja pensando
a la vez que nos deslumbra visualmente. En
cada luz, en cada corte, en cada subrayado musical se observa la mano maestra
del director. Una reaparición brillante del mejor Polansky, hoy nuevamente ciudadano
francés.
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