La capacidad narrativa de esta directora americana ya ha
sido puesta a prueba desde hace muchos años y diversas películas. Llamó la
atención por primera vez en 1987 con Acero Azul, su tercera y estupenda película,
dirigiendo a Jamie Lee Curtis. En 1991, con Point Break se convirtió en una
directora de culto, llegando a desentrañar los complejos códigos de la lealtad
masculina. En 2008, con The Hurt Locker,
gana el Oscar transformándose en la primera mujer en recibirlo, y vuelve a brillar
en 2012 con La Noche Más Oscura, para mí, su mejor película, donde contaba la
cacería de que fue objeto Osama Bin Laden por parte de los servicios de la CIA.
Ahora estamos ante su nueva película, basada en la llamada
Rebelión de la Calle 12, un hecho fundamental
en el movimiento por los Derechos Civiles, que comenzó la noche del 23
de Julio de 1967 en Detroit, Michigan, USA, dejando un saldo de 43 muertos y
1200 personas heridas como consecuencia de los disturbios que se provocaron a
raíz de una redada que la policía local realizó en un bar donde se vendía
alcohol ilegal donde veteranos de Vietnam, mayormente de raza negra, festejaban
su regreso a casa. El nivel de la violencia desatada fue un hecho inesperado dado
que no concordaba con la ciudad de Detroit, considerada en aquella época, una
de las ciudades de mayor índice de ocupación y tolerancia racial en los Estados
Unidos.
El film de Bigelow se divide en tres actos. El primero recrea,
con una visión de carácter documentalista, los comienzos de los disturbios de
la calle 12. El segundo, genera una ficción que se concentra en un episodio particular
donde resultan muertas dos personas de raza negra producto de un exceso de
violencia policial, y el tercero, a modo de epílogo, describe a grandes rasgos
los dictámenes del juicio al que dan origen los sucesos comentados, arribando a
la penosa conclusión de que se ha vuelto a cometer una injusticia total.
El film de Bigelow no solo es un perfecto ejercicio de
estilo sino también se constituye en un alegato en favor de las minorías
raciales, y especialmente contra el abuso de autoridad a través de la
violencia. Como todos sus film, la violencia está presente, pero más que ella,
lo que le interesa a Bigelow es la presión, la tensión que una situación genera
a sus personajes.
La directora, fiel a su estilo, describe situaciones y tira de la piola
hasta que la piola se rompe. Nada es gratuito y todo tiene su consecuencia.
Aquí, su juego entre el gato y el ratón, pone en juicio a todo el sistema
policial y judicial de una Detroit desbastada por la injusticia y los
prejuicios raciales, cuyas consecuencias pone en total evidencia la corrupción
de procedimientos policiales y la parcialidad de una justicia absolutamente
entregada al poder de los blancos.
Aunque el film no pretende ser una lección de historia, Bigelow
se basa en hechos reales. Incluso, tanto en la primera parte como en la
tercera, se apoya en material de archivo de aquella época. No obstante ello, la
recreación constituye un ejercicio de estilo llevado hasta sus últimas
consecuencias. La directora estresa su puesta en escena hasta lo intolerable. Incomoda
al espectador a la vez que lo obliga a tomar parte, a reflexionar sobre lo que está
viendo. A dar un segundo veredicto que corrija el error de la historia.
El cine de la norteamericana alcanza un pico en las escenas
que describen con intensidad la represión policiaca, que parece motivarse más en
el odio racial que en el respeto de la ley. Esa policía se expresa a través de
la tortura, generando una sensación de desamparo, de vida en peligro. Muestra
no solo el método policial sino también encierra la acción de manera tal que transforma
al público en un único testigo de lo que pasa. Bigelow obliga a mirar, en
consecuencia, a tomar parte. No hay duda que también direcciona la posición que
debe tomar el espectador. Seguramente es la correcta.
Estamos ante otro gran film de la directora norteamericana,
con un tema que no pierde actualidad. Los problemas de las minorías raciales, de
las corrientes migracionales, que vuelven a ser problema en el mundo actual. La
película constituye un toque de atención al respecto. Es un llamado a la buena
voluntad, a la corrección política, a la necesidad de prevenir antes de curar,
a que no solo importen los fines sino también los medios y las formas. El film
recuerda con vergüenza un hecho real que tal vez haya sido el principio de la
integración racial en los Estados Unidos. Demuestra que nada fue gratuita. Casi
un año más tarde moriría asesinado Martín Luther King, extraordinario pacifista
líder de ese movimiento. El solo episodio que describe esta película dejó heridos
y muertos que aun llora la humanidad. Que no se repita.
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