EL CASAMIENTO IMPOSIBLE
Esta película, estrenada el jueves pasado, ganó el Astor de
Oro al Mejor Film en el último Festival de Cine de Mar del Plata, transcurrido
en noviembre de 2017, un premio sin dudas merecido debido a sus virtudes cinematográficas.
La rigurosidad formal de la película es notable. Tres
cuartas partes del film transcurren durante un paseo en auto por Nazaret (hace
recordar mucho al cine de Kiarostami) con el propósito de repartir unas
tarjetas de casamiento, y el cuarto restante describe una serie de visitas cortas
y protocolares que responden al hábito de invitar a parientes y amigos de la
familia visitándolos a cada uno y entregándoles en mano la correspondiente
invitación a la boda.
De esta sencilla manera, el film no solo se interna en los
problemas familiares de los contrayentes, sino que también describe un estado
de cosas toda vez que los personajes recorren Nazaret y sus alrededores para
repartir las tarjetas del casamiento, reflejando las difíciles condiciones de
vida en un territorio militarizado como son la ciudad de Nazaret y sus inmediaciones.
Abu, el Padre, es un hombre ya mayor, divorciado de su
esposa, que ha enseñado durante años en la universidad. Es un hombre paciente y
esperanzado que sueña que algún día va a poder vivir en paz en ese territorio. Shadi,
es su hijo. Un arquitecto que reside en Italia y que está de regreso
circunstancialmente por la boda de su hermana, no lo dice pero piensa todo lo
contrario. Como parte del protocolo de la fiesta, son quienes repartirán las
tarjetas de invitación a la boda.
Padre e Hijo muestran dos puntos de vista diferentes. Uno
es un hombre mayor, sencillo, un intelectual pacifista que cree que la solución
al conflicto político está por suceder y no le molestan determinadas posturas israelíes
como los excesos de controles existentes en las fronteras de las mismas
ciudades. Su hijo Shadi, por el contrario, agotó su tolerancia, se ha radicado
en Italia, tiene una novia italiana y sus posiciones responden a una manera de
pensar más liberal. La madre de la novia, vive en Nueva York y ha vuelto a
contraer matrimonio. Su marido está enfermo y tiene problemas para viajar. La
madre es el personaje que ha roto y sigue desequilibrando el entorno familiar. Consecuencia
de ello, padre e hijo hacen lo posible para mantener a la pareja contrayente
lejos de las discusiones familiares.
Annemarie Jacir maneja con maestría este material
tendiendo, por un lado, un hilo de comedia, y por otro, uno de suspenso entre
la preparación de una boda en medio de una situación familiar y político social
cuyos estallido está a la orden del día. La directora transforma al film en una
metáfora sobre una convivencia imposible, haciendo del film en una aguda
reflexión sobre un estado de violencia generalizado.
El film se pregunta qué alternativas tienen sus personajes.
Irse es una. La otra es quedarse. No obstante, nadie queda totalmente satisfecho.
El tiempo pasa para todos los personajes. Los que se quedan no se dan cuenta que
se les está pasando la vida sin ver soluciones y mucho menos llegar a vivir en
paz. Los que se van parecen hacer prevalecer el olvido, la posibilidad de una vida
nueva y lejana, la asimilación de una cultura diferente.
La boda del film surgiere la idea de una boda imposible,
tan imposible como la convivencia entre israelíes y palestinos. Una boda que parece
nunca concretarse. Un devenir permanente que pareciera no encajar en ningún
lugar. Es que los rencores privan sobre la inteligencia. La falta de perdón, la
necesidad de venganza, la permanente respuesta de contestar violencia con más
violencia.
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