SOBRRE EL EXILIO Y LA SOLEDAD
María Schrader, actriz, guionista y directora alemana pone
en escena los últimos años de la vida del escritor austriaco de origen judío
Stefan Zweig. Lo hace de manera austera concentrándose en cinco momentos diferentes
de su vida en el exilio a través de una puesta que no ignora la vasta
experiencia teatral de la directora. Justamente si el film peca de algo es de
poco cinematográfico. Sus cinco escenas son eminentemente teatrales y en
general todo el énfasis narrativo radica en los excelentes diálogos y en las
notables actuaciones que se presentan en el film.
Queda claro que no estamos ante una biografía del autor
sino de cinco momentos importantes antes de su muerte. La película comienza en
1936, en oportunidad de desarrollarse el Congreso Internación del Pen Club en Buenos
Aires, donde Zweig asiste como miembro de esa institución, y ofrece un importante
discurso donde pone en evidencia la situación que bajo el nacionalsocialismo se
vive en Alemania, y se continua en sucesivas escenas separadas en forma de capítulos
que indican lugar y año en que transcurren las acciones: Bahía de San Salvador,
Nueva York, y Petropolis durante 1941, y un epilogo, en este último lugar, un
año más tarde.
El film se concentra en el profundo desagrado que como judío
siente Zweig, primero como simple ciudadano y hombre de letras ante el avance
del nacional socialismo y su política persecutoria en la Alemania de los años
30, y luego ante la declaración de la guerra, cuando comienza a denunciar los crímenes
cometidos en los campos de concentración del nazismo. Como consecuencia de
ello, el film más que mostrar la obra y el pensamiento de un escritor y
periodista se concentra más en la figura del humanista, del hombre que se
dedica a denunciar el estado de locura que reina en su país.
Consecuencia de ello, el film aparece como algo inacabado,
como si solo relatara una parte, posiblemente la más importante de su vida,
cuya oposición política trasciende de lejos a su trayectoria como escritor. Mirada
desde el punto de vista que propone la película podríamos afirmar que la visión
crítica del periodista se impone a la del escritor y filósofo, particularmente
toda vez que asume este papel desde una situación de exilio forzado dado que el
destino de su permanencia en su propio país hubiera sido sin duda su envío a un
campo de concentración.
La puesta de María Schrader es una permanente
contraposición entre lo que se intuye que pasa en Europa y no se ve (persecución,
guerra, destrucción y muerte), y las añoranzas del escritor en medio de ese regalo
que le está dando el gobierno de Brasil que lo asila y lo libera para disfrutar
la vida en medio de una hacienda que produce caña de azúcar en Brasil.
Y aquí aparece una cuestión filosófica, aquella relacionada
con el ser y el tener que precisamente lleva al suicidio del escritor en
diciembre de 1941. El exilio (siempre forzoso) supone una ruptura de la personalidad
y se relaciona con la pérdida de las raíces. Siendo alojado con todas las
comodidades por el gobierno de Brasil, y siendo ese país un verdadero crisol de
razas, termina suicidándose con su segunda mujer y secretaria. Solo es posible
entender este acto desde el sentimiento de pérdida que alude al forzoso abandono
de un proyecto personal y cultural: El sonido de otro idioma. El perfume de
otras tierras. La lejanía de los amigos. La desilusión de una Europa que dejaba
de ser lo que era arroyada por la guerra. El profundo rechazo hacia el nacional
socialismo. Y obviamente a la figura de Adolf Hitler.
El problema de la película es que es fría y distante.
Cuesta empatizar con la figura que presenta de Zweig. Un hombre solitario, algo
ido, no obstante eminentemente lucido, un intelectual de valía que dejó una obra
que podríamos considerar inconclusa y que el tiempo ha ido borrando de la
memoria colectiva y que ahora rescata esta interesante película alemana de
María Schrader.
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