jueves, 26 de agosto de 2021

YO ACUSO de Román Polanski

CINE EN EL CINE

EL CINE COMO ESPEJO DE LA VIDA

En 1894 el capitán francés Alfred Dreyfus es degradado, llevado a juicio y declarado culpable de traición por entregar información a los alemanes, siendo condenado a cadena perpetua y vivir en el exilio en la Isla del Diablo. Su reemplazante en la Unidad de Contra Inteligencia será Georges Picquart, quien continuará la investigación y confirmará que aún se sigue entregando información secreta a Alemania.  

Más allá de la pulcritud formal, el interés general que despiertan sus películas, y sobretodo el virtuosismo ya clásico de cada una de sus  obras, el film sobrevuela un aire de revancha. La obra respira libertad y transmite una sensación que Polanski, ya octogenario, obtiene un resarcimiento verdadero respecto a todos sus pesares.

Después de tantos años de exilio a raíz de sus diversas condenas, incluso algunas mediáticas, el director vuelve con un film de carácter histórico pero a su vez muy personal como lo haría un ex condenado que necesita recalcar no solo su verdad sino también lograr que, aunque sea solo una vez, le crean su verdad.

Es interesante resaltar que el personaje central del film no es Dreyfuss (Louis Garrel) sino el Oficial Picquart (Jean Dujardin), quien luego de conducir una minuciosa investigación da a conocer públicamente una conspiración antisemita en el marco judicial que concluyó con la condena del Capitán  Dreyfus. Por otro lado, Picquart es un hombre valiente e idealista, pero no exento de prejuicios y problemas personales. Los hechos que narra la película sucedieron en la realidad. No obstante, el film está basada en una versión de Robert Harris y Roman Polanski del caso Dreyfus.

La obra retoma un caso conocido, pero Polanski  se basa con suma sutileza (autor también del guión junto a Oliver Assayas), en el libro de Delphine de Vigan generando una nueva vuelta de tuerca sobre la vieja historia del oficial traidor pero no solo se involucra en ello sino que denuncia el antisemitismo de la oficialidad francesa, un juego de luces y sombras que proyecta y deja al descubierto las propias acusaciones que Polanski ha recibido durante toda su vida no solo por haber transgredido la ley sino también porque el autor de dichas transgresiones es obviamente judío. La cuestión le viene como anillo al dedo. La figura de Dreyfus, el chivo expiatorio por excelencia, da lugar a una especie de justificación personal y reabre toda posibilidad para que el señor Román Polanski recupere el respeto y la credibilidad que su vida misteriosa, tortuosa y enigmática le hayan hecho perder valiosos años de su vida en la que su cine tuvo que mantenerse fuera de las pantallas.

Lo cierto es que Polanski está de vuelta y con un gran film donde no pide perdón pero si consideración. Ganador del León de Plata en el Festival de Venecia del 2019, con esta variación sobre el tema Dreyfus, un hecho que conmovió a la opinión publica afines del siglo 19, narrado bajo la mirada de un nuevo personaje que profundiza la visión antisemita que está detrás de la historia y donde el propio director parece auto justificar sus denuncias y padecimientos, transformándose él mismo en el propio Dreyfuss, un ser condenado, no por un crimen sino por una condición. La calidad del film parece decirnos “este sigue siendo mi CINE, así con mayúsculas, más allá de todas las acusaciones  que han pesado sobre mí.

Demás está decir que todos los aspectos formales (actuación, música, fotografía, encuadres, montaje, …) brillan bajo la batuta de un director que parece siempre estar presente. Una puesta en escena donde destaca cada encuadre. Una obra políticamente incorrecta que nos deja pensando a la vez que nos deslumbra visualmente.  En cada luz, en cada corte, en cada subrayado musical se observa la mano maestra del director. Una reaparición brillante del mejor Polansky, hoy nuevamente ciudadano francés.

jueves, 19 de agosto de 2021

PADRE de Florian Zeller

 EN CINES

CRUCE DE CAMINOS

“Qué difícil se me hace
Mantenerme en este viaje
Sin saber a dónde voy en realidad…” Alejandro Lerner

Hay un momento en la vida donde los padres dejan de cuidar a sus hijos porque ya se han hecho grandes y deben comenzar a vivir su propia vida. Más tarde, existe otro momento de la vida donde los hijos deben comenzar a asistir a los padres porque se están volviendo ancianos.

Padre, el film estrenado esta semana con la gran actuación de Anthony Hopkins, merecedora del Oscar 2021 a la Mejor Actuación en rol protagónico, trata de esta última etapa de la vida. Anthony ha sido un hombre pleno, y un profesional exitoso cuando los primeros síntomas del Alzheimer comienzan a notarse en su comportamiento olvidadizo. Anne (Olivia Colman), su hija, se da cuenta que su padre se está volviendo un hombre mayor, y ya no tiene la claridad de pensamiento que tenía durante los años jóvenes de su vida.

Allí comienzan a aparecer los primeros síntomas que conducen a una disociación de carácter familiar, donde básicamente la hija comienza a preguntarse qué debe hacer con su padre. De repente, una especie de cretino juego entre el gato (la hija) y el ratón (el padre) se instala entre ellos donde Anne deberá tomar una decisión de vida para nada grata: comenzar a decidir por el otro.

Los dilemas que plantea la situación son múltiples. La vida no es ni sencilla ni fácil de resolver. La película recrea parte de la vida de algunas personas. En este caso, un momento de la vida de un ingeniero exitoso, quien comienza a tener lapsus de olvidos, simples confusiones o creer que ha hecho cosas que en realidad no ha hecho.

No obstante, el dilema que plantea el film es más complejo. Se pregunta   hasta donde llega el libre albedrío y donde comienza el de los demás, en este caso, el de su hija. No quedan dudas de que un hijo debe acudir en ayuda de su padre cuando este la necesite. Pero ese padre enfermo, ¿debe someterse a la voluntad de ese hijo? ¿Existe acaso una figura legal que determina quien está en sus cabales y quien no lo está? ¿Cómo afecta esta enfermedad a los derechos básicos de ese individuo? ¿Está la ciencia dotada para establecer la normalidad de una persona? Si la persona no hace daño alguno, ¿puede ser encerrada en un nosocomio como si fuera un paciente peligroso? La situación que plantea el film, puede ser considerado como un estado de demencia prematura, entendiendo por demencia la perdida de los lazos con la realidad.

Un tema que en el film deja pensando es cuando se juega el rol de padre. Éste dedica gran parte de su tiempo a asistir al crecimiento de su hijo. Con el paso de los años, la situación nos lleva a un intercambio de roles y de reacciones. El Padre, ahora anciano, comete actos incomprensibles. Ante ello, el hijo observa el desvarío de su padre, y comienza a considerar que aquel anciano se encuentra fuera de la realidad. Al respecto, en una conferencia de prensa, el director Florian Zeller dijo que deseaba que al ver la película nos sintiéramos tan confundidos como Anthony y que en lugar de tratar de “arreglar” las cosas, simplemente comenzáramos a “sentir” lo que hacemos.

Christopher Hampton, guionista del film, es un autor de larga trayectoria. Entre sus trabajos destaca El Americano Impasible (2002), Vidas al Limite (1995),  Las Amistades Peligrosas (1988).El director Florian Zeller realiza con este film su debut cinematográfico. Él es también un escritor con experiencia. Con la versión teatral de El Padre ha ganado varios premios en las principales plazas teatrales del mundo.

No obstante lo dicho, cabe preguntarse "¿Qué es la realidad?" Zeller, deliberadamente, desorienta a Anthony y a la audiencia al hacer que diferentes actores interpreten los mismos personajes. Utiliza el mismo apartamento, por lo que no estamos seguros de dónde estamos. Cuenta diferentes versiones de rol de ingeniero.

Esto no pretende hacer creer o ver diferentes realidades sino que Anthony no puede acceder a la verdadera realidad. Incluso, como audiencia, nos confundimos. Esta confusión sobre la realidad nos lleva más allá de la verdad y nos hace sentir la impotencia de alguien que sufre de demencia.

La presencia de la vejez hace estragos en uno mismo. No puedo dejar de preguntarme si yo soy la misma persona que era antes o me he transformado en otro, en alguien peligroso para mí mismo y quienes me rodean. ¿Pueden los familiares, y sobre todo la ciencia, determinar que esa persona debe ser aislada de la sociedad? ¿Puede ser tan simple la solución de este problema? ¿No necesitará acaso, que aquel amor y paciencia con que criamos al hijo, ahora lo apliquemos en el anciano?

Cuando el film termina queda el imborrable recuerdo de Anthony Hopkins interpretando a un hombre en su vejez, un ser que  ha tenido una familia, ha desarrollado una profesión, ha sido exitoso ingeniero, tiene una hermosa casa en Londres, y ahora, en el ocaso de su vida, se ve como alguien confundido, apocado, casi con miedo, incapaz de reconocerse, casi preguntándose quién soy.

miércoles, 11 de agosto de 2021

MARTIN EDEN de Pietro Marcello

CINE EN EL CINE

UN RETORNO AL NEOREALISMO?

Mientras el neorrealismo desarrollaba tramas sobre problemas comunitarios de la clase trabajadora, las luchas sociales y acababa con la censura mostrando hechos reconocibles y cotidianos, el cine italiano de los años ´60 se transformó en base a una simbología que representaba un realismo ambiguo que mezclaba la crónica social con la introspección del individuo, lo cual hacía emerger un nuevo punto de vista cuyo centro era la propia crisis del individuo.

La puesta en escena y sobre todo el montaje de Martin Eden, hacen recordar al cine de Federico Fellini. Pietro Marcello abreva en esta fuente, y sobre todo en  La Dolce Vita, generando un film muy moderno cuyo tema podría encasillarse en lo que denominamos el escritor y sus fantasmas. Así como Marcello Rubini, magistralmente interpretado por Marcello Mastroianni, vagaba por la noche romana en busca de noticias sociales y amoríos pasajeros que lo conducían a la nada, Martin Eden busca un sentido de la vida a través de la escritura literaria. Ambos caen en un abismo de soledad y desamor. Rubini, lograba ser el cronista de la noche romana, pero no podía integrarse y ser uno más entre los habitués de ese medio. A Martin Eden le ocurre algo parecido. Tiene éxitos literarios dispersos, logra tener una vida económicamente desahogada y el reconocimiento de los claustros docentes pero no logra superar las barreras de clase y de casta que le impone su amor por Elena Orsini, hija de ricos terratenientes. Pese a tener algunos éxitos editoriales, no puede elevarse por sobre esos prejuicios de clase. Tanto uno como el otro, están auto condenados. No importa el éxito que tenga cada uno sino la capacidad de pertenecer a una casta social.

En Martin Eden hay una desesperación clásica de aquel inclasificable que no encuentra su lugar en el mundo. Su disconformidad es paralela a su talento. En el fondo de su ser habita un desclasado que le impide compatibilizar tanto en lo social como en lo literario con sus semejantes. Se convierte en una especie de francotirador cuyos dardos terminan dando en si mismo, aislándolo social y amorosamente. Su soledad termina siendo un corredor circular que lo deposita siempre en el centro de si mismo e incapacitándolo de comunicarse con los demás.

Pietro Marcello relata en velocidad sin perder nunca el ritmo narrativo, ni la idea central de la película, ni los rasgos que caracterizan a sus personajes. No obstante ello, si bien acierta en la descripción del proceso literario, la necesidad del aislamiento creativo, y sus repercusiones en las relaciones personales del autor, termina simplificado en la compleja relación que mantiene con Elena, una joven de familia culta y adinerada que representa la tenencia de la tierra, totalmente opuesta al status social al que pertenece Martin, y al cual desea alcanzar sin nunca tener la fuerza espiritual que le permita producir un cambio en si mismo.

La ebullición política de los años sesenta, y de las ideas socialistas en Italia están representadas por la relación que Martin mantiene con el anciano Russ Brissenden, quien lo dirige intelectualmente, lo lleva hacia esas ideas, y lo sumerge en un devaneo que termina erosionando la relación “burguesa” que mantiene con Elena, a quien ama en silencio, haciéndolo caer en una trampa que no tiene salida, y que lo conduce al desamor.

Con un gran manejo audiovisual, donde destaca el ritmo de un relato que nunca decae en interés, que a veces desconcierta pero siempre encuentra su rumbo, el film de Pietro Marcello destaca en la actual cartelera por varios motivos. Es un regreso importante del cine italiano a la cartelera cinematográfica, el director se consolida con este film en la vanguardia de dicho cine, el film es una rara gema que logra brillar por mérito propio, está muy bien actuado por Luca Marinelli, totalmente creíble en el rol principal dándole vida a Martin Eden, y una extraordinaria fotografía de Alessandro Abate y Francesco Di Giacomo que realza los colores volviendo sensible la apariencia de la película. El estreno de Martin Eden es un regreso auspicioso del cine italiano.