Spielberg
es un maestro de gran espectáculo (Tiburón, Jurasic Park, Indiana Jones), tiene
además, buena mano para dirigir comedias (Loca Evasión, 1941, Atrápame si
Puedes), y escaso vuelo para el drama (Amistad, El color Purpura). Pensé que
Puente de Espías, su película más reciente estrenada se iba a inscribir en la
línea del thriller revisionista que había hecho brillar en Múnich o en Lincoln.
No fue así.
Puente de
Espías es difícil de encasillar en un genero. Podría tratarse de un gran drama
humano, o de una comedia absurda. Es que
Spielberg nunca da con el tono del film, una superproducción absolutamente
desequilibrada que nunca encuentra el rumbo narrativo. No es un drama, no es
una comedia y tampoco es una película de suspenso, ni siquiera una sobre la
guerra fría como lo fueron Funeral en Berlín ó El Hombre que Volvió del Frio. Hay
momentos en que el propio Spielberg
parece totalmente perdido, y lo
peor es que eso ocurre ni bien ha comenzado el film. Actuada por Tom Hanks, para
mí un actor extraordinario, acá aparece ajeno
a los viejos films de espías y el humor de algunas series americanas de los
años 60 como El Agente de Cipol o el mismisimo Súper Agente 86. Solo falta el
blanco y negro.
Transcurre 1960, plena Guerra Fría. La acción
nos sitúa en Nueva York. La primera
escena del film es un operativo policial del FBI que trata de atrapar a un
espía ruso de lo cual solo sabemos que es un hombre mayor de unos 50 años que
se dedica a pintar cuadros a orillas del East River (De lejos, la mejor escena
cinematográficamente hablando, de la película). La sospecha de que este hombre
sea un espía ruso es tan poco probable como que en la segunda escena del film,
le pidan a un abogado que trabaja para una empresa de seguros ( Tom Hanks) que
lidere la defensa del presunto espía al cual se le va a hacer un juicio
"trucho" simplemente para salvar la apariencias legales y ponerlo rápidamente
en la cárcel. Para poder seguir con la película más allá de los 20 minuto que
han transcurrido, a los guionistas se les ocurre que Tom Hanks, sintiéndose
culpable de que no ha podido defender a este buen tipo, vaya a hablar con un
Juez de la Corte Suprema para convencerlo que no tiene sentido aplicarle como
condena la silla eléctrica por traición, sino más bien, darle una perpetua y tenerlo
como posible prenda de cambio en caso que los rusos tomen algún americano
prisionero. Cosa que, obviamente, va a ocurrir en la escena siguiente. Hasta
aquí llevamos no más de 45 minutos y falta, mínimo, hora y media más de
obviedades similares. Por lo tanto, no tiene objeto que les cuente más del
argumento.
No hace
falta aclarar que este nuevo film de Spielberg no me gusto. No obstante, cabe aclarar
que Tom Hanks hace lo que puede, y para no dejar lugar a dudas, al final de la película,
llega a su casa, saluda a su familia que se está enterando por televisión que
su padre se ha transformado en un héroe de la Guerra Fría, va hacia el
dormitorio, ve la cama, y se deja caer vestido en ella porque está muerto de
cansancio después de todo lo que ha hecho y viajado, y sobre todo, harto de lo que tuvo que
protagonizar. Del mismo modo quedamos nosotros, los espectadores. Los demás
rubros técnicos del film son buenos. Luce la fotografía de un operador habitual
en el cine de Spielberg, Janusz
Kaminski. Su fotografía es tan buena que no puede ocultar los decorados. Los
puentes de Berlín donde ocurren las escenas finales se ven tan ficticios como
la propia historia que nos narra pese a que la misma está basada en hechos
reales de la vida del abogado americano James. B. Donovan. Lamentablemente, un
film fallido de Steven Spielberg.