martes, 14 de diciembre de 2021

AMOR SIN BARRERAS de Steven Spielberg

LAS BARRERAS DE STEVEN

Es difícil predecir por qué un director de la talla de Spielberg haya tenido la ilusión de poder rehacer un clásico absoluto de la comedia musical. El film, inspirado libremente en la inmortal tragedia de Romeo y Julieta de William Shakespeare, me acerca al cine con la ilusión de ver un musical renovado, en el cual, las reglas convencionales del genero pudieran ser dejadas de lado y dieran lugar a lo no establecido, máxime cuando detrás de la cámaras estaba un director consumado, un hombre a partir del cual, se puede hablar del cine moderno. Es el padre de  Indiana Jones, una película de aventuras que en su momento rompía con las reglas del género, como también lo hacían Tiburón o Los Cazadores del Arca Pérdida, filmes diferentes donde la velocidad narrativa se basaba en un montaje muy rápido que se transformaba en marca registrada del director.  

Seguramente, Spielberg  se enamoró de la película de 1961 cuando la vio por primera vez en  1961. Quizás lo atrapado su look, los actores que la interpretaron, la utilización de un montaje clásico, el excelente manejo fotográfico, su combinación de luces y sombras, y obviamente, sus canciones y música. En algún momento debe haber pensado que aún podía hacerla diferente o incluso, mejor. Pero también debe haberse dado cuenta que todo estaba dicho en aquella obra y poco podía agregar. 

No obstante, continúa con el proyecto y decide no solo producir sino también dirigir la remake. Lo hace con sumo respeto, tanto como que sigue fielmente los pasos del original y no se desprende de ellos. El film nunca alcanza un tono spielberiano, solo logra copiar el resultado obtenido por Jerome Robbins y Robert Wise, los directores que la llevaron al cine en los ´60. Todo estaba dicho y hecho. Spielberg solo consigue darse un gusto: Dirigir la remake de un musical famoso con un sentido reverencial respecto del original.

Para aquellos que no vieron la primera versión, y les gusta el musical, debería ser un placer verla. Es una obra clásica del teatro, muy bien escrita, ciertamente convencional, pero contundente en su mensaje de integración racial.

Respecto al cine de Spielberg, no aporta nada. Se podía esperar una actualización del film, al menos en lo formal, acaso un intento de renovación del género o dejar una marca que nos hable de un antes y un después. Por el contrario, se observa un respeto total  sobre el original, una adaptación prácticamente reverencial.

La obra se queda en los ´60, detrás de una historia de amor clásica en la cual se esconden los resabios del racismo. La liberación de los ciudadanos de raza negra aún no era aceptada en algunos Estados. West Side Story se transformaba, entonces, en un canto de liberación, una tragedia que reflejaba los problemas sociales de la población latina en los Estados Unidos, la cual sufría problemas similares a la de los ciudadanos de raza negra, recibiendo  un rechazo social injustificable que, en la película, actúa como disparador de una tragedia.

Sin duda, Spielberg debe haber visto varias veces el film de 1961 y habrá llegado a la conclusión que esa versión expresaba tan bien, tanto en lo artístico como en lo social, la problemática descrita que tratar de actualizarla carecía de sentido porque la discriminación social que expresaba mostraba una imposibilidad de cambio social que en aquellos años no se podía avizorar.

La remake spielberiana, desde un punto estrictamente cinematográfico, responde al mismo molde clásico de film del ´61, recreando un momento y un recuerdo que remite a aquella intolerancia racial que nunca fue, es o será el camino hacia la integración de los pueblos. Desde ese punto de vista, cumple con su cometido. Pero de Spielberg es esperable mucho más, sobre todo en las formas. Esta vez, el famoso director, decidió no transgredir las barreras artísticas que impuso el film de los ´60, y se quedó en una remake en la que prácticamente no agrega nada.


domingo, 5 de diciembre de 2021

LA CASA GUCCI de Ridley Scott

UNA DISPUTA HOGAREÑA

 

¿Quién no ha escuchado alguna vez el nombre Gucci? Es una marca registrada Italiana  que opera a nivel internacional. Tiene su sede en Florencia y su actividad se desarrolla en el mundo de la moda, particularmente en el segmento top de calzados, ropa y joyas. La Casa Gucci, el film, alude a la vida de algunos miembros de la familia Gucci, a quienes retrata y pasa revista a partir de los años ´60 hasta fines de la década del ‘90 en una película entretenida, muy bien actuada en la que destacan Lady Gaga, Adam Driver, Jeremy Irons y Al Pacino en los papeles principales.

El film podría haber sido una saga familiar más, pero no lo es. Detrás de las imágenes hay un guion muy sólido y bien estructurado, contado a partir de la relación que entabla Patricia Reggiani, una joven italiana de clase  media baja,  con Maurizio Gucci, hijo de uno de los fundadores del emporio industrial Gucci, en una fiesta de estudiantes, donde ella se enamora más que de él, de su apellido y su fortuna, contrayendo más tarde matrimonio y transformándose en una mujer influyente en los negocios de la familia.

Si bien la historia se concentra en los conflictos familiares de una dinastía de la industria italiana moderna, lejos está de lo convencional, logrando interesar concentrándose, primero, en la relación del joven matrimonio, para más tarde girar hacia la influente intervención de Patricia en las cuestiones claves de la empresa. Una verdadera extraña en la familia. Ello derivará en dos aspectos confluyentes: los conflictos familiares de la pareja y en los problemas del lanzamiento internacional de la marca en Nueva York, que aspiraba finalmente, en la consolidación mundial de la marca.

El film no solo es una historia pasional basada en hechos conocidos sino que Ridley Scott, famoso director de Los Duelistas (1977,) Alien (1979), y Blade Runner (1982) y otros grandes éxitos del cine, logra transformarla en un film de suspenso mostrando la otra cara del negocio, aquellos conflictos de carácter familiar que hicieron tambalear un nombre establecido a nivel internacional, generando un film donde la traición, y la venganza se vuelven moneda corriente.

La capacidad narrativa de Scott es extraordinaria. Hace unos meses atrás habíamos vuelto a ver su nombre en los escaparates de los cines (El Ültimo Duelo) que anunciaban una historia de caballeros andantes en la Francia de Carlos VI en el siglo XV, donde una simple historia de rivalidades se volvía un film interesante. Aquí ocurre algo parecido. El cine ha sido propicio para ver muchas sagas familiares, al igual que en televisión. A veces parece que el género ya no da para más, pero de repente aparece una buena guionista, prolija, que sabe escribir y exponer conflictos. Ella es Becky Johnston, que también escribió El Príncipe de las Mareas, 1991 y Siete Años en el Tíbet, 1997, se une con Roberto Bentivegna, y toman una historia de Sarah Gay Forden sobre una familia que, en manos de un director experimentado como Scott, vuelve en imágenes transformando en apasionante lo convencional y conocido, dando lugar al desarrollo de los conflictos comerciales de una marca en una disputa familiar profunda  que rompe vínculos de diferente especies y termina por enganchar a todo tipo de público.

Demás está decir que el nivel de la actuación de Lady Gaga en el rol de Patricia Reggiani es consagratoria, como también la de Adam Driver en el rol de Maurizio. Al Pacino como Aldo y Jeremy Irons como Rodolfo, encabezando el Clan Gucci, también están extraordinarios en sus personajes y son artífices de que la película sea entretenida, más allá de que los acontecimientos narrados fueran conocidos por el público dado la notoriedad que tomaron a partir del  controvertido aterrizaje realizado en nueva York en los años ´90 para desarrollar la marca a nivel internacional.

Contada como un drama de celos típicamente italiano, termina por transformarse en un film de villanos modernos en un mundo donde lo único que interesa es el poder del dinero. Por su simpleza y contundencia, uno de los mejores filmes de Ridley Scott.