viernes, 30 de noviembre de 2018

PRIMER HOMBRE EN LA LUNA de Damien Chazelle


TENACIDAD Y OBSESION


Hay en el cine de Chazelle un espíritu competitivo que en general está orientado a la persecución y obtención de un logro, algo que signifique una superación personal. Si bien no he tenido la oportunidad de ver Guy and Madeleine (2009), su ópera prima, estas características están presentes en el resto de su obra hasta el presente. Lo están en Whiplash (2014,) donde un joven se inscribe en un conservatorio de música para transformarse en un baterista genial de la mano de un déspota maestro de música que está convencido de las capacidades del muchacho. También subyace ese espíritu en los roles de Sebastian y Mía, un pianista y una bailarina en La La Land (2016), dos jóvenes que aspiran a triunfar en Hollywood mientras viven el gran amor de su vida. En esa aspiración no solo está el deseo sino también el esfuerzo. Y ese deseo también está presente en Primer Hombre en la Luna (2018), película estrenada esta semana, que evoca la carrera espacial a través de un momento en la vida del astronauta Neil Amstrong.

Es que First Man, tal su título en inglés, cuenta la historia de la llegada del hombre a la luna en julio de 1969. Y si bien no se trata de un solo hombre sino de todo un equipo de astronautas y científicos, el film se concentra en la figura de uno de ellos que casi en solitario se había impuesto la difícil tarea de aterrizar en la luna antes que sus pares soviéticos.

El film cuenta esta hazaña casi como la de un logro personal. Los rusos tenían ventaja espacial sobre los Estados Unidos. En 1957, habían colocado antes que los americanos un satélite espacial de comunicaciones, el Sputnik.  En 1960 habían lanzado al espacio a la perra Laica, aunque el experimento resultó frustrado dado que no pudieron retornarla con vida. En 1961 colocaron al primer hombre en el espacio, el astronauta Yuri Gagarin, sacando una ventaja importante en la carrera espacial, y en 1965 lograron realizar la primera caminata espacial de la mano del astronauta Alexei Leonov. Tras los logros soviéticos, los Estados Unidos buscaron un objetivo más importante: llegar primeros a la luna. Para ello pusieron en marcha el Programa Apollo.

Aquellos logros soviéticos habían desinflado un poco las expectativas americanas. Pero en verdad, más allá de los grandes avances comunicacionales, la conquista espacial no estaba redituando ventajas económicas para ninguno de los dos países. Y ese ambiente de frustración es enfocado por Chazelle desde la primera escena mostrando que por delante solo había un desafío. La descripción de esta conquista es fría, de carácter científico, y concentrada en un grupo de hombres de la NASA que se lo impusieron casi como un objetivo personal. Llegar a la luna no fue un objetivo político. En Washington, tanto demócratas como republicanos preferían apoyar programas sociales o incluso armamentísticos antes que los proyectos espaciales. Pero la película lo cuenta con esa garra que solo el cine americano sabe contar.

El film se concentra en ese grupo de hombres que persiguen un fin motivados más por sus deseos y aspiraciones personales. Los une un trabajo en equipo, donde claramente se transforman en figuras intercambiables y que, por otra parte, más allá del interés puesto por la NASA, y del interés científico que despierta, no encuentran un apoyo político importante ni reconocimiento de carácter nacional.

No obstante ello, el film se concentra en la figura del astronauta Neil Armstrong, interpretado por Ryan Gosling. Su actuación es notable, fría  y distante, tal vez como era el propio Armstrong, un hombre solitario, taciturno, retraído, poco sociable, algo tímido, casi impenetrable pero muy inteligente, seguro de sí mismo, y muy compenetrado con el objetivo. Era un ingeniero aeronáutico que se vuelve el hombre de confianza en el equipo de la NASA. Siete años antes de llegar a la luna, había perdido una hija de dos años enferma de leucemia, y ello lo había ensimismado, parecía haberle hecho perder el miedo a la muerte, y eso lo había convertido en un intrépido piloto de pruebas.

Chazelle narra esos 7 años de carrera espacial (Programa Gemini) más aquellos que tienen que ver con el desarrollo de vuelos espaciales de larga duración (Programa Apollo). Pruebas de cohetes, lanzamientos, amerizajes, caminatas espaciales y todo lo concerniente a la carrera espacial donde el objetivo claro era ganarle a la Unión Soviética. No casualmente, las primeras palabras que dirá Neil Armstrong al pisar la luna fueron “Un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

El film casi no se ocupa de los demás personajes. Todo gira alrededor de la mirada de Armstrong y la visión de un equipo. Pero Chazelle dirige con mano firme y nunca pierde el objetivo de lo que narra: la odisea americana de llegar a la luna. En ese aspecto, el film está totalmente logrado. Con una estupenda fotografía de Linus Sandgren, fotógrafo también de La La Land. Acompaña sus imágenes con música de Justin Hurwist, su músico habitual y que aquí acierta con una música muy nostálgica que evoca un tiempo que ha pasado. 

Estamos ante la historia de la conquista del espacio, la de la llegada a la luna, a través de la visión de un hombre cuya tenacidad y templanza es digna de admiración. Armstrong fue una pieza clave en la carrera espacial por su tenacidad, su espíritu de equipo, su visión y claridad de objetivos. Su premio fue ser comandante de la misión cuyo propósito era alunizar y pisar por primera vez la luna. Su objetivo fue cumplido.

sábado, 24 de noviembre de 2018

VIUDAS de Steve Mc Queen


UN POLICIAL GRIS

Steve Mc Queen es un escritor y director inglés nacido en Londres. Está próximo a cumplir los 50 años, tiene una larga trayectoria en el cortometraje y hasta aquí había transitado un cine independiente, en el que se había expresado a través de diferentes géneros: el drama político carcelario en Hunger (2008), la compleja relación de dos hermanos (un hombre y una mujer)    inmigrantes en Estados Unidos, en Shame (2011), el secuestro y la venta de un hombre libre de raza negra en la Nueva York previa a la guerra de Secesión en 12 Años de Esclavitud (2013). Ahora regresa a las pantallas con su cuarto largometraje: Viudas, una comedia de acción que rompe el sello dramático de su cine anterior.

Vista superficialmente, Viudas es un policial negro. Pero también tiene rasgos de comedia, de policial disparatado al estilo Foul Play (1978), o Lethal Wheapon (1987), e incluso, yendo más lejos en el tiempo, una impronta neorrealista que hace recordar a Los Desconocidos de Siempre (1958) de Mario Monicelli. En consecuencia, el film resulta todo lo contario de lo que vemos en la primera escena. En realidad estamos ante un drama de mujeres viudas girando en un marco de violencia donde la suciedad de la política lo envuelve y degenera todo, y en consecuencia, el ritmo de tragicomedia termina imponiéndose.

No obstante ello, vista como una película de acción, tiene escenas muy bien filmadas dentro del vértigo que caracteriza al cine de acción moderno, rítmico, seco, contundente. Hay escenas que remiten a la mejor escuela de Michael Mann, aquel de Heat. Y también, a la más actual que ha mostrado Christian Gudegast en su notable film El Robo Perfecto.
En esta indefinición de géneros, Mc Queen, que es un excelente guionista y un muy buen director, cae en su propia trampa. Vista escena por escena, encontramos un film valioso. Pero pareciera que en la sala de montaje alguien quiso acelerar los tiempos, dio paso a los cambios sucesivos de registro, y la película se volvió pesada e indefinida disolviendo, por un lado, todo su eje dramático, y por el otro, dejando sin sustento su aspecto cómico, e impidiendo el balance necesario para el desarrollo tragicómico que tal vez haya sido el objetivo original del director.

Ambientada en Chicago donde la mafia del alcohol y el juego ha desaparecido pero ahora parece haber conseguido una nueva fuente de financiación que se maneja a través del robo de camiones de caudales, y si, por otra parte, consideramos su excelente elenco donde rescatamos estrellas actuales como Viola Davis y Michelle Rodriguez, acompañada de algunos señores con más larga trayectoria como Robert Duvall, Liam Neeson y Colin Farrell, llegamos a la conclusión que la película deja verse, incluso entretiene, pero queda en deuda con su propio director, un hombre que había generado expectativas importantes y que ahora parece ser asimilado por la maquinaria de Hollywood para hacer películas multirraciales con mensajes tranquilizadores de conciencia. No es poco… pero tampoco es mucho.

viernes, 23 de noviembre de 2018

SIN DEJAR HUELLAS de Eric Zonca


LA DESCOMPOSIÓN MORAL

Sin Dejar Huellas me impactó favorablemente. Se trata de un film complejo en su estructura narrativa, con personajes densos muy bien delineados con los cuales Eric Zonca (guionista y director del film) compone un cuadro de descomposición moral y por ende social que transforma la película en una visión muy crítica del estilo de vida que no solo se vive en Francia sino también en todo Occidente.

Con tres personajes, un investigador de policía entrando en el ocaso de su vida activa, alcohólico, divorciado y con un hijo adolescente al cual no puede controlar interpretado por un Jean Pierre Cassel extraordinario, un maestro de escuela con ambiciones de escritor, casado y reciente padre de familia, presunto testigo de los hechos investigados a cargo de un inspirado Romain Duris, y una madre con marido ausente, una hija discapacitada con Síndrome de Down cuyo hijo mayor, un adolescente de 14 años, acaba de desaparecer frente al parque de su casa, encarnada por la notable Sandrine Kiberlain, Zonca compone su cuadro de análisis social.

En ese marco de absoluta decadencia, transita el investigador Francois Visconti, que se maneja más por intuición y oficio que por la rigurosidad científica basada en la recopilación de datos ciertos. Su investigación no avanza. Sus problemas personales, incluso, se vuelven un factor retardatario del avance de la misma. Su derrotero es la imagen misma de la frustración.

El principal sospechoso, el maestro de escuela, parece un ser ambicioso y solitario que arrastra un matrimonio y un hijo sin muchas convicciones, cuya una única gran meta es transformarse en un escritor de éxito. Un delirante pretencioso y peligroso que pareciera no tener escrúpulos de ninguna naturaleza.

Sandrine Kiberlain interpreta a Solange, la madre del adolescente desaparecido. Una mujer solitaria, presuntamente casada con un marino, que parece ser la auténtica víctima de este relato aunque obviamente esconde pasiones temibles que darán un giro inesperado a la historia mostrando las grandes condiciones narrativas del director.

La investigación policial, a medida que avanza el relato, se va transformando en una columna vertebral sobre la que van girando los personajes mostrando sus debilidades y sus miserias. De esta manera, el relato policial va perdiendo importancia para dejar en claro lo que verdaderamente le importa a Zonca que es la pintura del cuadro de situación social en el que se ven sumergidos todos sus personajes. Un pequeño mundo decadente y terminal de una sociedad que claramente se mueve a la deriva, sin rumbo fijo ni metas claras. Un cuadro de descomposición moral que hace cada día más difícil la convivencia al irse perdiendo las normas morales de una época y dejando que el relajamiento de las costumbres dé lugar a una nueva falsa moralina, incluso avalada por leyes civiles de carácter demagógico.

El cuadro que pinta Zonca refleja un estado de alto desconformismo y desintegración social. En la visión de Zonca, el matrimonio parece ser una institución en decadencia que ya no satisface a la pareja. Pero lo que es peor, tampoco la familia parece contener a los hijos, los cuales prefieren la calle al estudio, ejercen la sexualidad libremente no respondiendo a una definición de nacimiento sino a una cuestión de preferencias, y donde el alcohol y las drogas se han constituido en una válvula de escape a todas las presiones cotidianas.

No obstante ello, la rigurosidad de Zonca no permite que la película termine sin un adecuado cierre. La historia policial se completa. Alcanza su fin de manera convencional. Pero lo que verdaderamente importa, está en el mensaje que la película transmite, su visión acida de nuestro tiempo, al que Zonca pinta con agudeza a través de un relato atrapante, estilizado, y contundente que lamentablemente no deja mucho margen para la esperanza de que cuando salgamos del cine podamos encontrarnos con un mundo mejor.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

ROJO de Benjamin Naishtat


UN ECLIPSE DE SOL

Este nuevo film de Naishtat, prolijamente realizado y por momentos algo críptico, se asemeja en su forma y en algo de su contenido, a El Ciudadano Ilustre. En las dos películas hay un tercero que llegará a un pueblo para provocar y alterar el orden del mismo. En ambos casos, ese orden es ficticio. Sabemos que algo funciona mal pero nadie se hace responsable ni se anima a ir más allá y desnudar el problema.

Ese orden pueblerino esconde secretos y mentiras, pero lo que es peor, subyace una corrupción que impone un orden que hace que las cuestiones torcidas no puedan modificarse ni arreglarse.

Rojo alude a los 70, a la violencia imperante, a la muerte escondida, a la falta de justicia. Transcurre en medio de un desierto que lo aleja de todo. Como en aquellos años, aquí también los crímenes son ocultados y nadie se hace responsable de ello. A nadie le importa ni a nadie le interesa. Como en la vida real, la posibilidad de justicia se diluye hacia un futuro incierto y su probabilidad de ocurrencia es muy baja.

El film es una parábola sobre la dictadura, un gobierno de unos pocos que gobiernan para sí mismos ignorando al pueblo y focalizándose en cuanto negociado se cruce por delante, haciendo siempre la vista gorda, y estando nunca dispuestos a aplicar una real justicia. Estamos ante el reino de la ambigüedad. Matrimonio, amigos, maestros y vecinos convergen en la escuela donde se ensaya una obra progre donde cada cual mostrará su careta pero ninguna la sacará de su lugar.

Generé muchas expectativas con esta película. De alguna manera no salí muy satisfecho de su visión. Creo Naishtat, guionista y director del fil, se quedó en mitad de camino, en medio de ese desierto en el que paradójicamente se encuentra nuestro cine nacional.

jueves, 15 de noviembre de 2018

TRANSIT de Christian Petzold


FRIO E INTELIGENTE

En medio de la segunda guerra mundial, los Nazis invaden Francia y comienzan a realizar una razia peligrosa. Extienden en tierra francesa lo que ya habían comenzado a hacer en Alemania. Persiguen, capturan y deportan a todos aquellos que constituyen una amenaza para el régimen, como así también a judíos, homosexuales, disidentes, y cualquier otra persona que el régimen rechaza. De repente, la libertad es la condición más valiosa toda vez que su presencia se ha limitado ante la amenaza del ejército invasor. Los consulados, especialmente los de aquellos países fuera de los límites donde se desarrolla el conflicto, se vuelven los lugares más concurridos toda vez que representan una posibilidad de libertad a quien la busca o pueda pagar. Marsella deja de ser un puerto de destino para transformarse en una puerta de salida. Una multitud quiere escapar cuanto antes. Todos imaginan lo peor. Pero Georg, nuestro personaje, que también está escapando de algo o de alguien, se dedica a salvar gente.

Transit está basada libremente en la novela del mismo nombre de Ana Saghers que Christian Petzold, el director y guionista, adaptó libremente. A Petzold, le fascinan los misterios, y solo usa la estructura de la novela para cimentar su nuevo film, Transit resulta, además, un misterio en sí mismo. Desde el comienzo del film, alguien que no conocemos, toma los documentos de otro hombre, un escritor y asume su identidad. Del personaje no sabemos nada. No tenemos ningún antecedente suyo. Solo sabemos que la acción transcurre en Marsella. A partir de esta escena, el suspenso se apoderará de la pantalla y no cesará hasta su final. La identidad del desconocido será siempre un misterio. En cambio, conocemos sus motivaciones. Salvar personas.

El film se divide en tres partes. Son tres carreras contra el destino para poder salvar una persona consiguiendo el salvoconducto que representa una visa para poder salir del país y lograr la salvación en un país libre. Cada una de ellas refleja una condición humana diferente. Estamos ante pleno un ejercicio de estilo. Podríamos decir que es un film sobre la persecución o la historia de un hombre obsesionado por rescatar personas. También podemos decir que es un film sobre refugiados. Y es posible que esta hermética película de Petzold sea también una visión humanista sobre un problema político importante por el que atraviesa ahora mismo toda Europa y que muy bien describe el notable film “Sea Sorrow” que Vanessa Redgrave presentó el año pasado en Mar del Plata.

Petzold se maneja con absoluta independencia de criterio. Hasta se permite incluir una historia de amor, un signo de humanidad en medio de una persecución cuya principal característica fue la deshumanización del individuo. Su film se desarrolla en círculos, como si estuviéramos ante una historia sin fin. El personaje principal va y viene permanentemente buscando una salida en la que sin lugar a dudas también aparece la degradación humana.


Como menciona Dufo en su breve y claro comentario, hay en el film una sensación de traslado permanente e inminente que nunca se produce que expresa el drama de los refugiados: una circularidad y una espera sin fin mientras tanto se asoma el amor en una forma inasible.

Lo más notable del film es su coherencia narrativa. El film no se desvía nunca de su objetivo. La destreza cinematográfica del director engancha al espectador aunque algunos de los momentos del film resulten crípticos o poco claros. No obstante ello, hacia el final podemos concluir que estamos ante una película precisa y coherente aunque ciertamente no convencional. Nos es un film para el deleite de los sentidos sino uno para el disfrute intelectual, una pieza fría y calculada que opera como un mecanismo de relojería al servicio de un ejercicio estilístico que Christian Petzold construye con maestría.

martes, 13 de noviembre de 2018

COLD WAR de Pawel Pawilkowski


SOBRE EL AMOR Y LA LIBERTAD

Graduado en Filosofía y Letras, con un post grado en Literatura en Oxford, este polaco de nacimiento ha revolucionado el cine europeo actual con dos obras de indiscutible trascendencia tanto cinematográfica como filosófica. Tanto Ida como la presente Cold War son obras de una madurez estilística y una profundidad conceptual que lo ubican entre los directores jóvenes más destacados de esta década.

Cold War es una historia de amor. No es una historia cualquiera. Es una de esas historias en las que los personajes no solamente están bien delineados sino que están inmersos en un momento histórico que el director recrea con lujo de detalles. La Segunda Guerra Mundial ha terminado. Las dos grandes potencias triunfantes se han dividido a Europa en dos partes. Polonia, un país de mayoría católica cae bajo el ala soviética. La implementación de un régimen comunista es inexorable. La libertad será condicionada a través de pequeños signos que tienden a destruir la idiosincrasia polaca para transformar al país en un pedazo más del nuevo imperio soviético.

Lo político, obviamente impera sobre las garantías individuales. Sus consecuencias, la anulación de la libertad personal. El miedo, la supremacía del Estado, de la policía política sobre el individuo comienza a destruir las iniciativas personales en busca de la masificación de los individuos y la obediencia hacia el nuevo régimen.

La influencia de la política sobre el arte, en este caso sobre la música y la danza, no es una excepción. Los personajes centrales se mueven en este ámbito. Victor (Tomasz Kot) está armando una escuela de artes populares junto a Irena (Agata Kulesza), una rígida directora de danza. Zula (Joanna Kulig) ha cometido un crimen. Ha salido de la cárcel con libertad condicional y decide marchar hacia las afueras de Varsovia donde intenta integrarse a una nueva vida en la escuela que dirige Victor. De la misma manera que las autoridades soviéticas comienzan a imponerse sobre las autoridades polacas, los burócratas polacos de turno comienzan a presionar a los artistas para desarrollar un rasgo más revolucionario y sobretodo politizado a sus obras. Un claro intento de destrucción de una identidad para formar otra. La del régimen.

Al mismo tiempo, la filosofía comienza a transitar un nuevo camino. Aparece el existencialismo, una corriente filosófica que transitan filósofos como Sartre en Francia, que considera al hombre como una integridad libre en sí misma. Una idea claramente opuesta a la idea de masificación que trata de imponer el régimen soviético. Victor es básicamente un existencialista.

El existencialismo marca la travesía de los amantes. Zula y Victor se sienten avasallados en medio de una Polonia regida por el comunismo estalinista de la posguerra. Pero tienen un problema de identidad. Son esencialmente polacos. No obstante, Victor decide emigrar a Paris.

En Paris ese existencialismo se hace carne. Victor abandona la dirección de orquesta para transformarse en pianista de una orquesta de jazz tocando por la noche en un boliche de la ciudad. En esas sesiones de free jazz se observa a un Victor pleno y creativo. Hasta que llega Zula. Ella es una polaca pueblerina que toda la vida ha vivido en libertad condicional y de alguna manera no puede aclimatarse a la libertad que ofrece Francia. El amor también somete. Pero no solo es una cuestión de libertad. En el fondo subyace una cuestión de ser. El ser polaco, una cuestión que ni el comunismo soviético ni la pax americana pueden entender. Zula siente que se ha liberado pero paradójicamente se ha perdido a si misma. Plantea una cuestión de identidad. La identidad polaca.

La peripecia de los amantes continuará. Pero lo interesante es el discurso político y filosófico que propone Pawilkowski desde las imágenes sin poner prácticamente palabras de carácter político en boca de sus personajes sino haciéndolos pasar una peripecia de vida que los encuentra, los une, los separa, los vuelve a encontrar mientras va construyendo un mensaje enorme sobre la libertad del individuo.

Mucho más abierto que en IDA, su película anterior, usando maravillosamente los medios expresivos que tiene a su disposición, encierra literalmente la historia en una imagen cuadrada, achicándola y haciendo sentir el encierro de sus personajes. Fotografía en blanco y negro para transformar a sus personajes en sombras que viven una pesadilla que con el correr de los años se les interioriza y los condiciona. Utiliza la música no solo para marcar tiempos cinematográficos sino también tiempos reales, e incluso el jazz que se escucha juega como un símbolo de la libertad con que se comenzaba a vivir en la capital francesa.

Cold War (Guerra Fría) es una de las mejores películas del año que no solo cuenta una historia extraordinaria y reflexiona sobre la política y la libertad del individuo oprimido bajo regímenes dictatoriales sino también es un canto a la autoderminación de los pueblos. Hay en el film de Pawilkowski una necesidad de reconocer la identidad de cada pueblo, de cada individuo transformando al film en un canto a la libertad. En pocos palabras, un film de visión imprescindible, con dos actores extraordinarios, en especial, Joanna Kulig, cuya Zula resultará inolvidable. Cold War es el Dr. Zhivago del Siglo XXI.