LA DESCOMPOSIÓN MORAL
Sin Dejar Huellas me impactó favorablemente. Se trata de un
film complejo en su estructura narrativa, con personajes densos muy bien delineados
con los cuales Eric Zonca (guionista y director del film) compone un cuadro de
descomposición moral y por ende social que transforma la película en una visión
muy crítica del estilo de vida que no solo se vive en Francia sino también en
todo Occidente.
Con tres personajes, un investigador de policía entrando en
el ocaso de su vida activa, alcohólico, divorciado y con un hijo adolescente al
cual no puede controlar interpretado por un Jean Pierre Cassel extraordinario, un
maestro de escuela con ambiciones de escritor, casado y reciente padre de
familia, presunto testigo de los hechos investigados a cargo de un inspirado
Romain Duris, y una madre con marido ausente, una hija discapacitada con Síndrome
de Down cuyo hijo mayor, un adolescente de 14 años, acaba de desaparecer frente
al parque de su casa, encarnada por la notable Sandrine Kiberlain, Zonca compone
su cuadro de análisis social.
En ese marco de absoluta decadencia, transita el
investigador Francois Visconti, que se maneja más por intuición y oficio que
por la rigurosidad científica basada en la recopilación de datos ciertos. Su
investigación no avanza. Sus problemas personales, incluso, se vuelven un factor
retardatario del avance de la misma. Su derrotero es la imagen misma de la frustración.
El principal sospechoso, el maestro de escuela, parece un
ser ambicioso y solitario que arrastra un matrimonio y un hijo sin muchas
convicciones, cuya una única gran meta es transformarse en un escritor de
éxito. Un delirante pretencioso y peligroso que pareciera no tener escrúpulos
de ninguna naturaleza.
Sandrine Kiberlain interpreta a Solange, la madre del
adolescente desaparecido. Una mujer solitaria, presuntamente casada con un
marino, que parece ser la auténtica víctima de este relato aunque obviamente
esconde pasiones temibles que darán un giro inesperado a la historia mostrando
las grandes condiciones narrativas del director.
La investigación policial, a medida que avanza el relato,
se va transformando en una columna vertebral sobre la que van girando los
personajes mostrando sus debilidades y sus miserias. De esta manera, el relato
policial va perdiendo importancia para dejar en claro lo que verdaderamente le
importa a Zonca que es la pintura del cuadro de situación social en el que se
ven sumergidos todos sus personajes. Un pequeño mundo decadente y terminal de
una sociedad que claramente se mueve a la deriva, sin rumbo fijo ni metas
claras. Un cuadro de descomposición moral que hace cada día más difícil la
convivencia al irse perdiendo las normas morales de una época y dejando que el
relajamiento de las costumbres dé lugar a una nueva falsa moralina, incluso
avalada por leyes civiles de carácter demagógico.
El cuadro que pinta Zonca refleja un estado de alto desconformismo
y desintegración social. En la visión de Zonca, el matrimonio parece ser una
institución en decadencia que ya no satisface a la pareja. Pero lo que es peor,
tampoco la familia parece contener a los hijos, los cuales prefieren la calle
al estudio, ejercen la sexualidad libremente no respondiendo a una definición
de nacimiento sino a una cuestión de preferencias, y donde el alcohol y las
drogas se han constituido en una válvula de escape a todas las presiones
cotidianas.
No obstante ello, la rigurosidad de Zonca no permite que la
película termine sin un adecuado cierre. La historia policial se completa. Alcanza
su fin de manera convencional. Pero lo que verdaderamente importa, está en el
mensaje que la película transmite, su visión acida de nuestro tiempo, al que Zonca
pinta con agudeza a través de un relato atrapante, estilizado, y contundente
que lamentablemente no deja mucho margen para la esperanza de que cuando
salgamos del cine podamos encontrarnos con un mundo mejor.
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