viernes, 23 de noviembre de 2018

SIN DEJAR HUELLAS de Eric Zonca


LA DESCOMPOSIÓN MORAL

Sin Dejar Huellas me impactó favorablemente. Se trata de un film complejo en su estructura narrativa, con personajes densos muy bien delineados con los cuales Eric Zonca (guionista y director del film) compone un cuadro de descomposición moral y por ende social que transforma la película en una visión muy crítica del estilo de vida que no solo se vive en Francia sino también en todo Occidente.

Con tres personajes, un investigador de policía entrando en el ocaso de su vida activa, alcohólico, divorciado y con un hijo adolescente al cual no puede controlar interpretado por un Jean Pierre Cassel extraordinario, un maestro de escuela con ambiciones de escritor, casado y reciente padre de familia, presunto testigo de los hechos investigados a cargo de un inspirado Romain Duris, y una madre con marido ausente, una hija discapacitada con Síndrome de Down cuyo hijo mayor, un adolescente de 14 años, acaba de desaparecer frente al parque de su casa, encarnada por la notable Sandrine Kiberlain, Zonca compone su cuadro de análisis social.

En ese marco de absoluta decadencia, transita el investigador Francois Visconti, que se maneja más por intuición y oficio que por la rigurosidad científica basada en la recopilación de datos ciertos. Su investigación no avanza. Sus problemas personales, incluso, se vuelven un factor retardatario del avance de la misma. Su derrotero es la imagen misma de la frustración.

El principal sospechoso, el maestro de escuela, parece un ser ambicioso y solitario que arrastra un matrimonio y un hijo sin muchas convicciones, cuya una única gran meta es transformarse en un escritor de éxito. Un delirante pretencioso y peligroso que pareciera no tener escrúpulos de ninguna naturaleza.

Sandrine Kiberlain interpreta a Solange, la madre del adolescente desaparecido. Una mujer solitaria, presuntamente casada con un marino, que parece ser la auténtica víctima de este relato aunque obviamente esconde pasiones temibles que darán un giro inesperado a la historia mostrando las grandes condiciones narrativas del director.

La investigación policial, a medida que avanza el relato, se va transformando en una columna vertebral sobre la que van girando los personajes mostrando sus debilidades y sus miserias. De esta manera, el relato policial va perdiendo importancia para dejar en claro lo que verdaderamente le importa a Zonca que es la pintura del cuadro de situación social en el que se ven sumergidos todos sus personajes. Un pequeño mundo decadente y terminal de una sociedad que claramente se mueve a la deriva, sin rumbo fijo ni metas claras. Un cuadro de descomposición moral que hace cada día más difícil la convivencia al irse perdiendo las normas morales de una época y dejando que el relajamiento de las costumbres dé lugar a una nueva falsa moralina, incluso avalada por leyes civiles de carácter demagógico.

El cuadro que pinta Zonca refleja un estado de alto desconformismo y desintegración social. En la visión de Zonca, el matrimonio parece ser una institución en decadencia que ya no satisface a la pareja. Pero lo que es peor, tampoco la familia parece contener a los hijos, los cuales prefieren la calle al estudio, ejercen la sexualidad libremente no respondiendo a una definición de nacimiento sino a una cuestión de preferencias, y donde el alcohol y las drogas se han constituido en una válvula de escape a todas las presiones cotidianas.

No obstante ello, la rigurosidad de Zonca no permite que la película termine sin un adecuado cierre. La historia policial se completa. Alcanza su fin de manera convencional. Pero lo que verdaderamente importa, está en el mensaje que la película transmite, su visión acida de nuestro tiempo, al que Zonca pinta con agudeza a través de un relato atrapante, estilizado, y contundente que lamentablemente no deja mucho margen para la esperanza de que cuando salgamos del cine podamos encontrarnos con un mundo mejor.

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