EL HOMBRE Y SU DESTINO
“Sully”, la película, narra la historia del vuelo 1549 de
United Airlines que la tarde del 15 de enero de 2009 despegó del Aeropuerto
neoyorquino de La Guardia con destino al Aeropuerto de Charlotte en Carolina
del Norte y a los pocos minutos de vuelo se encontró con una bandada de gansos
salvajes que impactaron contra el fuselaje y las turbinas del avión, dejando al
avión sin propulsión, y obligando a sus pilotos a realizar un aterrizaje de
emergencia que se produjo minutos más tarde en las aguas del Río Hudson, a la
altura de la calle 48 en la ciudad de Nueva York. Los 155 pasajeros del avión
resultaron ilesos.
Hasta allí la noticia. El film de Eastwood, si bien recrea
el accidente, se focaliza en otros aspectos del mismo y sus derivaciones. En un
principio, el film es un gran retrato de Chesley Sullenberger, el Sully del
título, un piloto comercial con una experiencia de vuelo de más de 40 años, quien desoyendo las
instrucciones recibidas de la Torre de Control del Aeropuerto de La Guardia en
New York City, tomo la decisión de realizar un acuatizaje. En consecuencia, el
film se transforma en un gran relato sobre la responsabilidad individual y la
responsabilidad social. En ese aspecto, la conducta de Sully se transforma en un modelo de
profesionalismo, un ejemplo social que toda la sociedad debería imitar. Sully
no solo cumple con su deber sino que asume una responsabilidad que va más allá
de sus atribuciones. Cuando desoye las indicaciones de la Torre de Control no
se insubordina sino por el contrario, aplica su sentido común y su experiencia
como piloto. Sully es un hombre ante el destino.
No obstante, ha ocurrido un accidente. Y ese accidente debe ser
investigado. No solo está la responsabilidad social empresaria (la de los
dueños de la aerolínea) sino también la responsabilidad de los medios de
contralor (la del Estado). Los primeros porque tienen la obligación de volar
aviones que se encuentran en perfecto estado técnico. Los segundos, la de hacer
cumplir las leyes aeronáuticas y las disposiciones técnicas de seguridad. Y más
allá aún están los sindicatos que velan por la condiciones de trabajo del medio
que representan. Es muy interesante el modo en que aparecen en medio del
accidente los representantes de los diferentes roles que coordinadamente forman
parte de una estructura económica y social que constituye sin lugar a dudas el
andamiaje de esa primera economía del mundo, una economía capitalista basada en
la libertad y la responsabilidad de sus actores.
Más allá de eso, volviendo a lo cinematográfico, es notable como
el guionista Tom Tomarnicki introduce a
todos estos actores creando buenos y villanos en función de un rol social
orientado al respeto de las leyes y obviamente, a las conveniencias particulares. Eastwood, a su vez, no se queda atrás y saca
partido de ello generando suspenso de una noticia donde desde el principio
conocemos el final feliz del acontecimiento, pero que el desarrollo necesario
de los aspectos burocráticos pone en juego el prestigio y el honor de un hombre
que va camino al mito después de haber sido actor de un suceso heroico.
Y aquí, en el camino a la leyenda que desarrolla Sully, es donde la película alcanza ribetes
verdaderamente “eastwoodianos”. Porque Eastwood no se deja llevar por el film
catástrofe sino por la aventura humana. El accidente aéreo da lugar al
heroísmo, y de ese heroísmo surge un héroe indiscutido: Chesley Sullenberger, “Sully”,
el piloto transformado en celebridad por
los medios televisivos. Pero esa celebridad durará muy poco tiempo. En menos de
48 horas se formará una Comisión Investigadora del Accidente y la conducta de
Sully será cuestionada. A lo largo del tiempo, el episodio será tan solo una
noticia que se publicó en los diarios, Sully será olvidado y su leyenda habrá
desaparecido.
Eastwood, que en “Los Imperdonables” había dado fin a las
leyendas, y que antes había rescatado la sonoridad del saxo de Charly Parker en
“Bird”, y más tarde la voz libertaria de Mandela en “Invictus”, y el recuerdo de
Frankie Dunn, un hombre que había practicado la eutanasia a partir de un pedido
de su pupila en el ring de “One Million Dollar Baby”, ahora convierte a Sully,
un piloto de un avión comercial accidentado, en leyenda, una leyenda viva de
efímera vida. Todo pasa y nada es para siempre. Los personajes de Eastwood
desaparecen perdidos en el tiempo.
El Maestro Eastwood dirige con su estilo único. Por la austeridad de su puesta. Por la claridad de sus imágenes. Por la precisión de
su ritmo narrativo. Por la adecuada utilización de todos los recursos disponibles.
Por eso estamos ante otro de sus grandes films. Eastwood impone su tiempo,
acompaña las imágenes con su propia música, logra un clima amenazante durante
la crónica del accidente, después acompaña a su personaje por el derrotero de
las angustias personales mientras dura la investigación de los hechos. Nos hace
dudar sobre la capacidad de Sully. Uno se pregunta: ¿Hizo Sully todo bien? ¿O
acaso fue un infractor a las normas aeronáuticas vigentes en aquel entonces? A
todo ello, hay que agregar la ajustada y sobria actuación de Tom Hanks, quien
le da carnadura y humanidad a un personaje, un hombre mayor, un ser común que
se gana la vida como piloto de avión, transformado en superhéroe por los
medios. Acompaña también con otra precisa performance Aaron Eckhart, en el
papel del copiloto Jeff Skiles, y la siempre fiel Laura Linley, en el papel de
la esposa de Sully.
En el final, cuando comienzan a caer los créditos finales,
imágenes reales del accidente y de sus protagonistas se intercalan en la
pantalla. La realidad se impone sobre la ficción y los héroes y los mitos
desaparecen definitivamente, así como terminan
perdiéndose las imágenes sepultadas en algún viejo depósito de celuloide. En
síntesis, otro gran film de Clint Eastwood, a los 85 años, ya transformado en
leyenda propia del cine americano.