jueves, 22 de diciembre de 2016

MIS MEJORES PELÍCULAS VISTAS EN EL AÑO 2016

Con un fin recordatorio y como síntesis de lo que he visto en cine durante el año, no quiero dejar de mencionar las 12 películas que considero más destacadas.


1.       EL RENACIDO de Alejandro Gonzalez Iñattitu (EEUU)
2.       JULIETA de Pedro Almodovar (España)
3.       FRANCOFONIA de Alexandr Sokurov (Rusia-Francia)
4.       NESSUNO SI SALVA DA SOLO de Sergio Castellito
5.       LEJOS DE ELLA de Jia Zhang Ke (China)
6.       TANGERINES de Zaza Urushadze (Lituania)
7.       LA PAZZA GIOGIA de Paolo Virzi (Italia)
8.       VIAJO SOLA de María Soleda Tognazzi (Italia)
9.       ZANETA de Peter Vaclav (Rep. Checa)
10.   TRUMBO de Jay Roach (EEUU)
11.   45 AÑOS de Andrew Haigh (Inglaterra)
12.   STEVE JOBS de Danny Boyle (EEUU)

MENCIONES ESPECIALES
1.       LA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS de Francisco Márquez y Andrea Testa (Argentina)
2.       EL HIJO DE SAUL de Laszlo Némes (Hungria)
3.       BAJO EL SOL de Dalivor Matanic (Croacia)
4.       MON ROI de Maiwen (Francia))
5.       LA JUGADA MAESTRA de Edward Zwick (EEUU)

sábado, 17 de diciembre de 2016

SNOWDEN de Oliver Stone

EL FIN DEL DERECHO A LA PRIVACIDAD

Edward J. Snowden saltó a la primera plana de los diarios en junio de 2013 en oportunidad de dar a conocer documentos de la CIA calificados como “Top Secret”, que incluía detalles sobre programas de vigilancia masiva que estaba desarrollando la central de inteligencia americana (CIA).

Ahora, el cineasta americano Oliver Stone, el mismo de Pelotón (1986), Wall Street (1988), JFK (1991), Nixon (1995), un hombre de la izquierda americana que ha logrado sus films más resonantes entre mediados de las décadas del 80 y del 90, vuelve al cine de denuncia con la recreación ficcional de las declaraciones hechas por Snowden a la cineasta Laura Poitras, ganadora del Oscar 2014 al Mejor Documental por su obra “Citizenfour que trataba sobre la red de vigilancia mundial, y al periódico inglés "The Guardian". 

Snowden, la película, narra un parte de la vida de Edward Snowden, la que trascurre desde los 20 años hasta la actualidad, que lo encuentra exiliado en Rusia. El primer intento de entrar a un órgano del Estado lo hizo en el Ejército de los Estados Unidos, pero queda descartado luego de quebrarse las piernas en un entrenamiento. Entonces busca por el lado de CIA (Central de Inteligencia Americana), donde el éxito le sonríe rápidamente  en los exámenes de ingreso gracias a su alto IQ y su capacidad de desarrollarlo en materia  informática y se transforma en uno de los ingenieros de sistemas  más importantes de la misma.

El film de Stone es, sobretodo, una toma de consciencia. La de alguien que está trabajando para el bien de su país pero termina descubriendo que no es más que un espía de la intimidad de los demás. Y que lo que está desarrollando con inteligencia artificial no es otra cosa que la informatización de los viejos sistemas de la KGB, la STASI, el FBI y la CIA juntos.

Las preguntas surgen solas. ¿Cómo toma conciencia Snowden? ¿Es realmente esa toma de conciencia un acto de carácter espiritual, una confesión de tipo religiosa, o es acaso el darse cuenta que tiene en su manos algo de valor y por lo cual mucha gente estaría dispuesta a pagar millones de dólares? ¿Es creíble esa toma de consciencia? La diferencia entre el bien y el mal están separados por una delgada línea roja. 

Cinematográficamente hablando, poco se puede decir de este nuevo film de Oliver Stone, porque comete un error garrafal. Prioriza el aspecto documental sobre los hechos dramático que narra. Hace pocos días atrás comentábamos Sully de Clint Eastwood, es decir, otra película basada en hechos reales. Y alabábamos la pericia de los guionistas en generar suspenso a través de la re escritura de los hechos transformando a los actores del suceso en buenos y malos. Esta dicotomía le permitía a Eastwood trabajar el material y hacernos reflexionar sobre el tema de las leyendas vivas y su rápido olvido. Stone, en “Snowden”, no hace nada de esto ni de otra cosa. Filma un film rutinario, que a lo sumo parece un documental dentro de otro documental, pero no agrega nada a lo conocido ni genera más reflexión que la que ya sabemos: Alguien nos está espiando continuamente y está al tanto de nuestras vidas a través del seguimiento de nuestros teléfonos celulares, nuestros mails, nuestros chats en wasap, nuestras publicaciones en Facebook, nuestras fotos en Instagram, el envío de nuestros tuits,  nuestros mensajes en Messenger o nuestras charlas por Skype. Es decir, todo el mundo está siendo espiado y se encuentra en una situación “bajo sospecha”.

Es como si el film de Stone llegara tarde con el tema. Incluso las críticas que realiza contra el Presidente Obama respecto a su apoyo implícito a la CIA y al desarrollo de sus sistemas espías llegan prácticamente después de las elecciones en los Estados Unidos, y lo que es peor, se anima contra un Presidente que prácticamente está ido. Lo extemporánea de la crítica se exacerba si pensamos que encima el partido demócrata fue quien perdió las elecciones.

En síntesis, el film de Stone no agrega nada nuevo al tema. Filmada casi rutinariamente, queda lejos de la fuerza expresiva de “JFK”  o de “Nixon”, quizás, para mí, sus mejores películas. Si, en cambio,  no deja de ser un llamado de alerta sobre un nuevo flagelo que en nombre de la seguridad general altera nuestras libertades individuales. Sin darnos cuenta usamos instrumentos que dan lugar a nuestra perdida de intimidad, desde dejar saber dónde estamos hasta que perfume nos gusta, que ropa usamos, que libros leemos, o lo que es peor, donde estamos. El mundo futurista de George Orwell nos ha alcanzado. Su novela “1984”se ha hecho realidad. Big Brother Is Watching You!!

jueves, 15 de diciembre de 2016

SULLY de Clint Eastwood


EL HOMBRE Y SU DESTINO

“Sully”, la película, narra la historia del vuelo 1549 de United Airlines que la tarde del 15 de enero de 2009 despegó del Aeropuerto neoyorquino de La Guardia con destino al Aeropuerto de Charlotte en Carolina del Norte y a los pocos minutos de vuelo se encontró con una bandada de gansos salvajes que impactaron contra el fuselaje y las turbinas del avión, dejando al avión sin propulsión, y obligando a sus pilotos a realizar un aterrizaje de emergencia que se produjo minutos más tarde en las aguas del Río Hudson, a la altura de la calle 48 en la ciudad de Nueva York. Los 155 pasajeros del avión resultaron ilesos.

Hasta allí la noticia. El film de Eastwood, si bien recrea el accidente, se focaliza en otros aspectos del mismo y sus derivaciones. En un principio, el film es un gran retrato de Chesley Sullenberger, el Sully del título, un piloto comercial con una experiencia de vuelo  de más de 40 años, quien desoyendo las instrucciones recibidas de la Torre de Control del Aeropuerto de La Guardia en New York City, tomo la decisión de realizar un acuatizaje. En consecuencia, el film se transforma en un gran relato sobre la responsabilidad individual y la responsabilidad social. En ese aspecto, la conducta de  Sully se transforma en un modelo de profesionalismo, un ejemplo social que toda la sociedad debería imitar. Sully no solo cumple con su deber sino que asume una responsabilidad que va más allá de sus atribuciones. Cuando desoye las indicaciones de la Torre de Control no se insubordina sino por el contrario, aplica su sentido común y su experiencia como piloto. Sully es un hombre ante el destino.

No obstante, ha ocurrido un  accidente. Y ese accidente debe ser investigado. No solo está la responsabilidad social empresaria (la de los dueños de la aerolínea) sino también la responsabilidad de los medios de contralor (la del Estado). Los primeros porque tienen la obligación de volar aviones que se encuentran en perfecto estado técnico. Los segundos, la de hacer cumplir las leyes aeronáuticas y las disposiciones técnicas de seguridad. Y más allá aún están los sindicatos que velan por la condiciones de trabajo del medio que representan. Es muy interesante el modo en que aparecen en medio del accidente los representantes de los diferentes roles que coordinadamente forman parte de una estructura económica y social que constituye sin lugar a dudas el andamiaje de esa primera economía del mundo, una economía capitalista basada en la libertad y la responsabilidad de sus actores.

Más allá de eso, volviendo a lo cinematográfico, es notable como el  guionista Tom Tomarnicki introduce a todos estos actores creando buenos y villanos en función de un rol social orientado al respeto de las leyes y obviamente, a las conveniencias particulares. Eastwood, a su vez, no se queda atrás y saca partido de ello generando suspenso de una noticia donde desde el principio conocemos el final feliz del acontecimiento, pero que el desarrollo necesario de los aspectos burocráticos pone en juego el prestigio y el honor de un hombre que va camino al mito después de haber sido actor de un suceso heroico.

Y aquí, en el camino a la leyenda que desarrolla Sully,  es donde la película alcanza ribetes verdaderamente “eastwoodianos”. Porque Eastwood no se deja llevar por el film catástrofe sino por la aventura humana. El accidente aéreo da lugar al heroísmo, y de ese heroísmo surge un héroe indiscutido: Chesley Sullenberger, “Sully”,  el piloto transformado en celebridad por los medios televisivos. Pero esa celebridad durará muy poco tiempo. En menos de 48 horas se formará una Comisión Investigadora del Accidente y la conducta de Sully será cuestionada. A lo largo del tiempo, el episodio será tan solo una noticia que se publicó en los diarios, Sully será olvidado y su leyenda habrá desaparecido.

Eastwood, que en “Los Imperdonables” había dado fin a las leyendas, y que antes había rescatado la sonoridad del saxo de Charly Parker en “Bird”, y más tarde la voz libertaria de Mandela en “Invictus”, y el recuerdo de Frankie Dunn, un hombre que había practicado la eutanasia a partir de un pedido de su pupila en el ring de “One Million Dollar Baby”, ahora convierte a Sully, un piloto de un avión comercial accidentado, en leyenda, una leyenda viva de efímera vida. Todo pasa y nada es para siempre. Los personajes de Eastwood desaparecen perdidos en el tiempo.

El Maestro Eastwood dirige con su estilo único. Por la austeridad de su puesta. Por la claridad de sus imágenes. Por la precisión de su ritmo narrativo. Por la adecuada utilización de todos los recursos disponibles. Por eso estamos ante otro de sus grandes films. Eastwood impone su tiempo, acompaña las imágenes con su propia música, logra un clima amenazante durante la crónica del accidente, después acompaña a su personaje por el derrotero de las angustias personales mientras dura la investigación de los hechos. Nos hace dudar sobre la capacidad de Sully. Uno se pregunta: ¿Hizo Sully todo bien? ¿O acaso fue un infractor a las normas aeronáuticas vigentes en aquel entonces? A todo ello, hay que agregar la ajustada y sobria actuación de Tom Hanks, quien le da carnadura y humanidad a un personaje, un hombre mayor, un ser común que se gana la vida como piloto de avión, transformado en superhéroe por los medios. Acompaña también con otra precisa performance Aaron Eckhart, en el papel del copiloto Jeff Skiles, y la siempre fiel Laura Linley, en el papel de la esposa de Sully.

En el final, cuando comienzan a caer los créditos finales, imágenes reales del accidente y de sus protagonistas se intercalan en la pantalla. La realidad se impone sobre la ficción y los héroes y los mitos desaparecen  definitivamente, así como terminan perdiéndose las imágenes sepultadas en algún viejo depósito de celuloide. En síntesis, otro gran film de Clint Eastwood, a los 85 años, ya transformado en leyenda propia del cine americano.