sábado, 14 de marzo de 2020

EL PRECIO DE LA VERDAD de Todd Haynes


EN NOMBRE DEL DIOS VERDE

Lejos quedó aquel cine experimental de sus principios como director de cine de Todd Haynes. Sus últimas películas muestran un cine más apegado a las formas y a las tradiciones que a la experimentación. No obstante, hay en él una actitud polémica, un discurso que va más allá de las formas, mantiene una tesitura comprometida, cierto inconformismo, incluso rasgos de rebeldía con un sistema que presenta espacios vulnerables. Allí está el cine de Haynes, donde los más débiles pueden transformarse en victimas sin poder contar con el apoyo de nadie, mucho menos con el Estado, quien se contenta cuando una empresa paga debidamente los impuestos sin importar si se evaden otras responsabilidades.

Viendo su filmografía podría pensarse que la vulnerabilidad de la sociedad americana no es ni más ni menos permeable que cualquier otra sociedad. Los personajes que habitan su cine están al borde de ser anti sistema. Incluso, algunos de ellos, ha sido dejado en ese borde sin recibir ayuda de nadie, en particular, de un Estado que siempre parece ausente.

El estreno de esta semana, El Precio de la Verdad, muestra la indefensión del ciudadano frente a la omnipotencia de una gran empresa que no solo contamina las aguas con sus desechos industriales sino que vende un producto masivo como las sartenes para cocinar de Teflón que pueden provocar severos daños de salud, particularmente en el sistema digestivo.

Haynes desarrolla el caso de contaminación ambiental que Rob Bilot, un abogado corporativo, entabla contra Du Pont, haciendo incapie en una demanda promovida contra la planta de Washington Works, al sur de Parkersburg, Virginia Occidental, donde el producto químico tóxico C8 se usó durante más de 50 años, contaminando el agua del Rio Ohio y afluentes, y capas de agua de las zonas vecinas provocando cáncer de riñón, testicular, colitis ulcerosa, enfermedad tiroidea, hipertensión y colesterol alto.

En el mejor estilo americano, Mark Ruffalo encarna a Rob Bilot, un abogado defensor, individualista, convencido de su verdad y de la honestidad de su demanda ambiental contra esa compañía industrial. Bilot es el típico héroe solitario, honesto, e íntegro convencido de la razonabilidad de la causa, aun llevando todas las de perder, capaz de sacrificar su salud y su familia para que la justicia tenga lugar.

En el fondo de la trama se oculta un increíble crimen contra la humanidad pergeñada en nombre del desarrollo, la industria, la ocupación y la comodidad del ser humano. La película se va transformando de un film testimonial a un film de terror porque los intereses en juego, las ganancias del emporio industrial involucrado son tan altas, y tan altos son los impuestos que reciben los estados en los cuales están radicadas las fábricas, que los intereses económicos terminan imponiéndose sobre los derechos y las vidas de la innumerable cantidad de personas afectadas.

El Precio de la Verdad termina siendo una película de terror porque lo que narra es cierto, realmente sucedió. Se trata, además, de una falta de autorregulación estatal, de grandes empresas que ignoran su responsabilidad civil, a la vez que no prestan atención al desastre ecológico que producen al no prestar atención al destino de sus desechos industriales y al encubrimiento de investigaciones médicas que han mostrado los efectos nocivos producidos por dichos desechos.

El film de Haynes termina elevándose sobre la medianía del cine americano de puro entretenimiento para narrarnos, con una solidez sorprendente, un hecho real al que la opinión pública y los medios no le han prestado la suficiente atención.
Acompañan a Ruffalo un elenco de notables compuesto por Anne Hathaway como su esposa, Tim Robbins como el abogado Tom Terp y Bill Pullman como Harry Dietzler, otro abogado que trabajó muchos años para llevar a las grandes corporaciones estadounidenses a la justicia.

lunes, 9 de marzo de 2020

LOS MISERABLES de Ladj Ly


CINE VERDAD

Ladj Ly es un joven director cinematográfico nacido en la Republica de Malí, al sur de Argelia en África, cuyos padres emigraron a Francia cuando él tenía 8 años. Se establecieron en los suburbios de Paris, donde formaron parte de una comunidad en la que prevalecía la religión musulmana. No obstante, el proceso de adaptación no fue ni será fácil. Lengua diferente, tez oscura, vida nómade, falta de recursos, añoranzas son factores condicionantes más allá de las garantías civiles. Un lugar donde, además, la violencia y la marginalidad es un hecho corriente.

En 2009, el joven Ladj Ly fue arrestado y condenado por la justicia francesa a 3 años de prisión por complicidad en un caso de secuestro, cumpliendo su pena en forma correspondiente, Su prontuario también registra otros antecedentes policiales con dos veredictos por delitos menores, uno de ellos en 2011, por filmar un caso de violencia policial al que le agregó sonido con comentarios provocativos, que más tarde publicó en Internet.
Este último caso inspirará y dará lugar a Los Miserables. Ni su título ni la leyenda final son una casualidad. El propio Ladj Ly comenta; “Durante cinco años filmé escenas en mi vecindario. Filmamos a la policía, en lugares donde sucedieron muchas cosas raras. Más tarde hice un video de ello. Ahora filmé esta película.

Con aquel tono documentalista, y un fuerte sentido del cine verdad, debuta en el largometraje filmando “Los Miserables”, una obra maestra del docuficcion. Ladj Ly recrea aquellos sucesos con una fuerza arrolladora, logrando hacer un cine que respira verdad a lo largo de todo su metraje, y que termina alzándose más que con una denuncia contundente, con un alegato en favor de aquellas minorías que por su condición de raza, lengua y religión, son condenadas a vivir miserablemente en barrios marginales, semi controlados por los punteros cuasi políticos de similar identidad, además de la fuerte y permanente presencia de la policía francesa.

Estilísticamente, el film abreva en el documental adquiriendo la forma de un docudrama en el que una situación mínima dispara un serio conflicto entre adolescentes del barrio. La intervención policial generará un escándalo de proporciones mayúsculas.  El carácter documentalista con que filma Ladj Ly, además de la reconstrucción minuciosa de los hechos, muestra una verdad incuestionable: la existencia de prejuicios religiosos y raciales que terminan socavando el derecho y la integridad de los extranjeros. Los más jóvenes serán los más afectados.

El cine verdad de Ladj Ly muestra con sutileza primeros planos, hace añicos el montaje fraccionando la película, la cámara se mueve constantemente dándole velocidad a la narración. Con ello obliga al espectador a meterse, prácticamente, en la película misma. Las imágenes que logra son de una fuerza demoledora que uno siente que está allí mismo, donde reina la violencia, el dolor, y el desprecio por la vida, construyendo un fresco donde no acusa ni juzga, solo muestra para que el espectador, en total libertad, saque sus propias conclusiones.

Los Miserables toca la sensibilidad del espectador haciendo recordar otros momentos de obras maestras del cine tales como el final desesperante de Roma Ciudad Abierta (1945) de Roberto Rosselini, o más recientemente, una obra post neorrealista de Ettore Scola que muestra la miseria palpable de un asentamiento romano en Brutos, Feos y Malos (1976), o últimamente, el desprecio por la vida en los campos de concentración que registra El Hijo de Saúl (2016), del húngaro Lászlo Nemes. Todas ellas películas físicas, que se sienten con el cuerpo más allá del intelecto.

En el final, pantalla en negro, aparece un cartel que da total significado al título de la película y sobre todo, a lo visto: “Amigos míos, retened ésto: No hay hierbas malas ni hombres malos. No hay más que malos cultivos”, frase escrita por Victor Hugo en su obra Los Miserables.

Está claro que el film ha terminado y comienzan a caer los créditos finales. Lo cierto es que estamos noqueados, sin reacción nos cuesta levantarnos de la butaca. El film de Ladj Ly es demoledor. Rompe con todos los prejuicios. Es un tremendo llamado de atención no solo a las autoridades que indudablemente tienen que resolver un problema urgente sino también a los espectadores, quienes deberían tomar conciencia de qué manera son parte de ello.
Tanto Los Miserables como Parasito son las dos películas que más premios ganaron durante el 2019. Ambas tienen en común una mirada social profunda que alerta sobre problemas actuales, latentes y dolorosos a los que la política no les está encontrando solución. Por otra parte, no hay forma de permanecer indiferente frente a la película del malí radicado en Francia. Este problema no es solo francés. Lo estamos viviendo.

domingo, 8 de marzo de 2020

LOS CABALLEROS de Guy Ritchie

EL BUEN HUMOR INGLES

La base del cine del inglés Guy Ritchie está en su ritmo cinematográfico. Ritchie narra en velocidad. Va y vuelve en el tiempo, y los personajes que describe son simultáneamente buenos y malos, sin términos medios, de manera tal que nunca evita la caricatura de los mismos, ni tampoco le importa la cronología del tiempo. Ritchie navega el espacio temporal tal como le da la gana, y en eso logra un ritmo muy particular en sus películas.

Esa ambigüedad de los personajes, las idas y venidas en el tiempo, como así también los cortes narrativos bruscos son su maca característica y ante cada película suya sabemos de antemano que deberemos someternos a las leyes del juego que rigen su cine para poder entenderlo y disfrutarlo.

En Los Caballeros, Ritchie vuelve con un film formalmente impecable, donde a través de la excusa de alguien que ha escrito un libro donde cuenta vida y obra de una banda de pequeños mafiosos londinenses dedicados a la comercialización de la marihuana, relata un sinfín de chantajes, traiciones, y engaños y enfrentamientos de traficantes de drogas.

El film de Ritchie tiene una virtud: es un entretenimiento incapaz de parar. Su capacidad de relato es asombrosa, de hecho ya lo había demostrado en sus películas anteriores (especialmente Operación UNCLE, 2015; Rocknrolla, 2008 y Snatch, 2000) donde ya comenzaba a lucir un cine muy liberado de los acartonamientos, que desafiaba los convencionalismos a la vez que se proponía romper con la linealidad del relato.

Esta última característica de su cine la lleva a cabo en The Gentleman, donde va y vuelve en el tiempo sin cesar, mezclando tiempo real del relato cinematográfico con el tiempo propio de la acciones narradas, provocando una especie de rompecabezas donde la linealidad del relato se hace añicos al igual que desafía la pintura de los caracteres volviéndolos, primero prototípicos y más tarde, dándoles una singularidad, que los vuelve estereotipos de los típicos bajos fondos londinenses, a lo que sabemos, nunca llegaran a trascender.

No obstante ello, a pesar que el film cae en alguna laguna narrativa o pierde temporalmente su equilibrio, nunca deja de mantener un tono de ambigüedad que lo caracteriza, sobre todo a partir del personaje de Fletcher, un Hugh Grant capaz él mismo de escapar de sus propios estereotipos para componer un personaje que no solo es parte de la banda sino también es el responsable de contar la historia que la película relata. En medio de la ambivalencia creada, nunca se sabe si Fletcher, en su intención de escribir un libro sobre los pequeños traficantes londinenses, está queriendo contar una historia sobre los bajos fondos de la city o simplemente los está traicionando.

Muy entretenida, con un cuarteto de grandes actuaciones donde Hugh Grant, como el narrador, se lleva lejos las palmas muy bien acompañado de Mathew McConaughey como Mickey Pearson, el productor de marihuana que abastece los bajos fondos londinenses, Los secundan Colin Farrell como el chofer, y Charlie Hunnan como Ray, el lugarteniente de Pearson. Ritchie saca flote su film aunque el mismo parece una y otra vez hundirse en el fango de una historia vista muchas veces. Pero la realidad es que el director mantiene la atención hasta la llegada de los propios títulos finales, sin traicionarse a sí mismo ni traicionar al espectador.

De a poco y con gran perseverancia, el cine de Guy Ritchie se desprende del amoldado cine inglés y con mucho desparpajo y sentido del humor, va logrando una filmografía muy propia, colocándolo en un plano creativo del más interesante cine europeo. Un cine que rompe con lo establecido, deforma las formulas, hace añicos los estereotipos y establece un estilo “Ritchie” que si bien tiene solo el propósito de entretener, logra hacerlo con armas propias y honestas donde brilla su sentido del humor que lo ha colocado al frente de un nuevo estilo de comedia típicamente inglesa.

ESCANDALO de Jay Roach


¿CULPABLE O INOCENTE?

Jay Roach es un productor y director con una larga trayectoria en la televisión. En 2015 había despertado el interés de la audiencia cinematográfica escribiendo y dirigiendo un estupendo guión sobre la vida de Dalton Trumbo. Ahora vuelve a como director de Escándalo, basado en un guión de Charles Randolph, que con mejor fortuna había guionado La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), también basada en hechos reales.

Escándalo se basa en los sucesos que tuvieron lugar en la ciudad de Nueva York en 2017 que determinaron el despido de Roger Ailes, el CEO de Fox News, el noticioso de mayor audiencia en los Estados Unidos. Ailes fue acusado de acoso sexual por parte de una de sus presentadoras estrellas en el noticioso del Prime Time, el horario central nocturno donde el encendido de televisores alcanza su pico diario.

El episodio cobra rápida repercusión pública, las acusaciones se multiplican y Roger Ailes (magníficamente interpretado por John Lithgow) se ve acorralado. Para facilitar la resolución del escándalo renuncia a sus funciones en la Fox negociando su rápida salida por una suma varias veces millonaria y es reemplazado por el propio dueño de la emisora, Rupert Murdoch (Malcolm Mc Dowell).

El film muestra el desarrollo de un gran escándalo originado por un flagelo de nuestra época. No obstante ello, lo hace de manera poco original, más precisamente, superficial utilizando una forma vertiginosa de relato, más propia de la televisión que del cine. Toda la película es un vendaval informativo contado a pura velocidad al mejor estilo televisivo, donde no se analizan causas ni hechos en profundidad. Por momentos, la película se vuelve confusa.

La cuestión tratada gira en torno del deseo de conseguir un puesto de trabajo, nada menos que el de la locutora estrella de la presentación del noticioso central. Para ello se presentan varias aspirantes, todas ellas bellas y desenvueltas. Nunca queda claro cuáles son las reglas de selección. No obstante ello, puede inferirse que en igualdad de calificaciones, la elegida será la más bonita, la más fotogénica y simpática. No hay duda que la capacidad de seducción también cuenta. Pero no solo habrá que seducir a la audiencia, sino también al CEO de la compañía. Esto transforma a la elegida en la estrella del noticioso central, alguien que además, pasa a ganar muy buen dinero, y que es capaz de colocar la señal en el top, de tal manera que pueda mantenerse en el tiempo como el de mayor encendido del horario nocturno.

El problema de Fox no se circunscribe a una simple cuestión de carácter operativo sino que el noticioso es cooptado por un problema de corrupción. Esto no solo implicaba encontrar la imagen femenina de un noticioso sino también una mujer capaz de satisfacer las ambiciones amorosas y sexuales del CEO de la compañía. Los intereses y las ambiciones personales van mucho más lejos que el ocasionado por un problema operativo.
De la necesidad de agradar al jefe a mantener un affaire con él hay un solo paso. Evidentemente, esto no implica el mantenimiento de una relación amorosa. Más bien estas relaciones presentan un propósito puramente mercantilista. De un lado, alguien ofrece su cuerpo a cambio de un puesto de trabajo. Del otro, un poderoso que satisface deseos sexuales pagando un muy buen sueldo por dicho puesto.

Con las actuaciones estelares de Charlize Theron (Megyn Kelly), Nicole Kidman (Gretchen Carson), Margot Robbie (Kayla Pospisil), Andy Mc Dowell como el millonario de medios Rupert Murdoch y John Lithgow como Roger Ailes el film resulta entretenido aunque un tanto convencional, refuerza la idea del ideario americano de que el dinero todo lo puede, y que los poderosos no son fáciles de vencer.

La película no pretende constituirse en un hecho documental ni en un alegato moralista. Tampoco un aporte más al movimiento feminista del Me Too. Se impone como un relato de hechos reales cuyo objetivo principal, como el de todo el cine americano, es el de entretener en base a un hecho que conmovió recientemente a la audiencia televisiva y opinión pública de los Estados Unidos.