EN NOMBRE DEL DIOS
VERDE
Lejos quedó aquel
cine experimental de sus principios como director de cine de Todd Haynes. Sus
últimas películas muestran un cine más apegado a las formas y a las tradiciones
que a la experimentación. No obstante, hay en él una actitud polémica, un
discurso que va más allá de las formas, mantiene una tesitura comprometida,
cierto inconformismo, incluso rasgos de rebeldía con un sistema que presenta
espacios vulnerables. Allí está el cine de Haynes, donde los más débiles pueden
transformarse en victimas sin poder contar con el apoyo de nadie, mucho menos
con el Estado, quien se contenta cuando una empresa paga debidamente los
impuestos sin importar si se evaden otras responsabilidades.
Viendo su filmografía
podría pensarse que la vulnerabilidad de la sociedad americana no es ni más ni
menos permeable que cualquier otra sociedad. Los personajes que habitan su cine
están al borde de ser anti sistema. Incluso, algunos de ellos, ha sido dejado
en ese borde sin recibir ayuda de nadie, en particular, de un Estado que
siempre parece ausente.
El estreno de esta
semana, El Precio de la Verdad, muestra la indefensión del ciudadano frente a
la omnipotencia de una gran empresa que no solo contamina las aguas con sus desechos
industriales sino que vende un producto masivo como las sartenes para cocinar
de Teflón que pueden provocar severos daños de salud, particularmente en el
sistema digestivo.
Haynes desarrolla
el caso de contaminación ambiental que Rob Bilot, un abogado corporativo,
entabla contra Du Pont, haciendo incapie en una demanda promovida contra la planta de
Washington Works, al sur de Parkersburg, Virginia Occidental, donde el producto
químico tóxico C8 se usó durante más de 50 años, contaminando el agua del Rio
Ohio y afluentes, y capas de agua de las zonas vecinas provocando cáncer de
riñón, testicular, colitis ulcerosa, enfermedad tiroidea, hipertensión y
colesterol alto.
En el mejor estilo
americano, Mark Ruffalo encarna a Rob Bilot, un abogado defensor, individualista, convencido de
su verdad y de la honestidad de su demanda ambiental contra esa compañía
industrial. Bilot es el típico héroe solitario, honesto, e íntegro convencido
de la razonabilidad de la causa, aun llevando todas las de perder, capaz de sacrificar
su salud y su familia para que la justicia tenga lugar.
En el fondo de la
trama se oculta un increíble crimen contra la humanidad pergeñada en nombre del
desarrollo, la industria, la ocupación y la comodidad del ser humano. La
película se va transformando de un film testimonial a un film de terror porque
los intereses en juego, las ganancias del emporio industrial involucrado son
tan altas, y tan altos son los impuestos que reciben los estados en los cuales
están radicadas las fábricas, que los intereses económicos terminan
imponiéndose sobre los derechos y las vidas de la innumerable cantidad de
personas afectadas.
El Precio de la
Verdad termina siendo una película de terror porque lo que narra es cierto,
realmente sucedió. Se trata, además, de una falta de autorregulación estatal,
de grandes empresas que ignoran su responsabilidad civil, a la vez que no
prestan atención al desastre ecológico que producen al no prestar atención al
destino de sus desechos industriales y al encubrimiento de investigaciones
médicas que han mostrado los efectos nocivos producidos por dichos desechos.
El film de Haynes
termina elevándose sobre la medianía del cine americano de puro entretenimiento
para narrarnos, con una solidez sorprendente, un hecho real al que la opinión
pública y los medios no le han prestado la suficiente atención.
Acompañan a Ruffalo
un elenco de notables compuesto por Anne Hathaway como su esposa, Tim Robbins
como el abogado Tom Terp y Bill Pullman como Harry Dietzler, otro abogado que
trabajó muchos años para llevar a las grandes corporaciones estadounidenses a
la justicia.