La base del cine del inglés Guy Ritchie está en su ritmo
cinematográfico. Ritchie narra en velocidad. Va y vuelve en el tiempo, y los
personajes que describe son simultáneamente buenos y malos, sin términos
medios, de manera tal que nunca evita la caricatura de los mismos, ni tampoco
le importa la cronología del tiempo. Ritchie navega el espacio temporal tal
como le da la gana, y en eso logra un ritmo muy particular en sus películas.
Esa ambigüedad de los personajes, las idas y venidas en el
tiempo, como así también los cortes narrativos bruscos son su maca
característica y ante cada película suya sabemos de antemano que deberemos
someternos a las leyes del juego que rigen su cine para poder entenderlo y
disfrutarlo.
En Los Caballeros, Ritchie vuelve con un film formalmente
impecable, donde a través de la excusa de alguien que ha escrito un libro donde
cuenta vida y obra de una banda de pequeños mafiosos londinenses dedicados a la
comercialización de la marihuana, relata un sinfín de chantajes, traiciones, y
engaños y enfrentamientos de traficantes de drogas.
El film de Ritchie tiene una virtud: es un entretenimiento
incapaz de parar. Su capacidad de relato es asombrosa, de hecho ya lo había
demostrado en sus películas anteriores (especialmente Operación UNCLE, 2015;
Rocknrolla, 2008 y Snatch, 2000) donde ya comenzaba a lucir un cine muy
liberado de los acartonamientos, que desafiaba los convencionalismos a la vez
que se proponía romper con la linealidad del relato.
Esta última característica de su cine la lleva a cabo en
The Gentleman, donde va y vuelve en el tiempo sin cesar, mezclando tiempo real del
relato cinematográfico con el tiempo propio de la acciones narradas, provocando
una especie de rompecabezas donde la linealidad del relato se hace añicos al
igual que desafía la pintura de los caracteres volviéndolos, primero prototípicos
y más tarde, dándoles una singularidad, que los vuelve estereotipos de los
típicos bajos fondos londinenses, a lo que sabemos, nunca llegaran a
trascender.
No obstante ello, a pesar que el film cae en alguna laguna
narrativa o pierde temporalmente su equilibrio, nunca deja de mantener un tono
de ambigüedad que lo caracteriza, sobre todo a partir del personaje de
Fletcher, un Hugh Grant capaz él mismo de escapar de sus propios estereotipos
para componer un personaje que no solo es parte de la banda sino también es el
responsable de contar la historia que la película relata. En medio de la
ambivalencia creada, nunca se sabe si Fletcher, en su intención de escribir un
libro sobre los pequeños traficantes londinenses, está queriendo contar una
historia sobre los bajos fondos de la city o simplemente los está traicionando.
Muy entretenida, con un cuarteto de grandes actuaciones
donde Hugh Grant, como el narrador, se lleva lejos las palmas muy bien
acompañado de Mathew McConaughey como Mickey Pearson, el productor de marihuana
que abastece los bajos fondos londinenses, Los secundan Colin Farrell como el
chofer, y Charlie Hunnan como Ray, el lugarteniente de Pearson. Ritchie saca
flote su film aunque el mismo parece una y otra vez hundirse en el fango de una
historia vista muchas veces. Pero la realidad es que el director mantiene la
atención hasta la llegada de los propios títulos finales, sin traicionarse a sí
mismo ni traicionar al espectador.
De a poco y con gran perseverancia, el cine de Guy Ritchie
se desprende del amoldado cine inglés y con mucho desparpajo y sentido del
humor, va logrando una filmografía muy propia, colocándolo en un plano creativo
del más interesante cine europeo. Un cine que rompe con lo establecido, deforma
las formulas, hace añicos los estereotipos y establece un estilo “Ritchie” que
si bien tiene solo el propósito de entretener, logra hacerlo con armas propias y
honestas donde brilla su sentido del humor que lo ha colocado al frente de un
nuevo estilo de comedia típicamente inglesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario