domingo, 8 de marzo de 2020

LOS CABALLEROS de Guy Ritchie

EL BUEN HUMOR INGLES

La base del cine del inglés Guy Ritchie está en su ritmo cinematográfico. Ritchie narra en velocidad. Va y vuelve en el tiempo, y los personajes que describe son simultáneamente buenos y malos, sin términos medios, de manera tal que nunca evita la caricatura de los mismos, ni tampoco le importa la cronología del tiempo. Ritchie navega el espacio temporal tal como le da la gana, y en eso logra un ritmo muy particular en sus películas.

Esa ambigüedad de los personajes, las idas y venidas en el tiempo, como así también los cortes narrativos bruscos son su maca característica y ante cada película suya sabemos de antemano que deberemos someternos a las leyes del juego que rigen su cine para poder entenderlo y disfrutarlo.

En Los Caballeros, Ritchie vuelve con un film formalmente impecable, donde a través de la excusa de alguien que ha escrito un libro donde cuenta vida y obra de una banda de pequeños mafiosos londinenses dedicados a la comercialización de la marihuana, relata un sinfín de chantajes, traiciones, y engaños y enfrentamientos de traficantes de drogas.

El film de Ritchie tiene una virtud: es un entretenimiento incapaz de parar. Su capacidad de relato es asombrosa, de hecho ya lo había demostrado en sus películas anteriores (especialmente Operación UNCLE, 2015; Rocknrolla, 2008 y Snatch, 2000) donde ya comenzaba a lucir un cine muy liberado de los acartonamientos, que desafiaba los convencionalismos a la vez que se proponía romper con la linealidad del relato.

Esta última característica de su cine la lleva a cabo en The Gentleman, donde va y vuelve en el tiempo sin cesar, mezclando tiempo real del relato cinematográfico con el tiempo propio de la acciones narradas, provocando una especie de rompecabezas donde la linealidad del relato se hace añicos al igual que desafía la pintura de los caracteres volviéndolos, primero prototípicos y más tarde, dándoles una singularidad, que los vuelve estereotipos de los típicos bajos fondos londinenses, a lo que sabemos, nunca llegaran a trascender.

No obstante ello, a pesar que el film cae en alguna laguna narrativa o pierde temporalmente su equilibrio, nunca deja de mantener un tono de ambigüedad que lo caracteriza, sobre todo a partir del personaje de Fletcher, un Hugh Grant capaz él mismo de escapar de sus propios estereotipos para componer un personaje que no solo es parte de la banda sino también es el responsable de contar la historia que la película relata. En medio de la ambivalencia creada, nunca se sabe si Fletcher, en su intención de escribir un libro sobre los pequeños traficantes londinenses, está queriendo contar una historia sobre los bajos fondos de la city o simplemente los está traicionando.

Muy entretenida, con un cuarteto de grandes actuaciones donde Hugh Grant, como el narrador, se lleva lejos las palmas muy bien acompañado de Mathew McConaughey como Mickey Pearson, el productor de marihuana que abastece los bajos fondos londinenses, Los secundan Colin Farrell como el chofer, y Charlie Hunnan como Ray, el lugarteniente de Pearson. Ritchie saca flote su film aunque el mismo parece una y otra vez hundirse en el fango de una historia vista muchas veces. Pero la realidad es que el director mantiene la atención hasta la llegada de los propios títulos finales, sin traicionarse a sí mismo ni traicionar al espectador.

De a poco y con gran perseverancia, el cine de Guy Ritchie se desprende del amoldado cine inglés y con mucho desparpajo y sentido del humor, va logrando una filmografía muy propia, colocándolo en un plano creativo del más interesante cine europeo. Un cine que rompe con lo establecido, deforma las formulas, hace añicos los estereotipos y establece un estilo “Ritchie” que si bien tiene solo el propósito de entretener, logra hacerlo con armas propias y honestas donde brilla su sentido del humor que lo ha colocado al frente de un nuevo estilo de comedia típicamente inglesa.

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