SOBRE EL AMOR Y LA LIBERTAD
Graduado en Filosofía y Letras, con un post grado en
Literatura en Oxford, este polaco de nacimiento ha revolucionado el cine
europeo actual con dos obras de indiscutible trascendencia tanto cinematográfica
como filosófica. Tanto Ida como la presente Cold War son obras de una madurez estilística
y una profundidad conceptual que lo ubican entre los directores jóvenes más
destacados de esta década.
Cold War es una historia de amor. No es una historia
cualquiera. Es una de esas historias en las que los personajes no solamente están
bien delineados sino que están inmersos en un momento histórico que el director
recrea con lujo de detalles. La Segunda Guerra Mundial ha terminado. Las dos
grandes potencias triunfantes se han dividido a Europa en dos partes. Polonia,
un país de mayoría católica cae bajo el ala soviética. La implementación de un régimen
comunista es inexorable. La libertad será condicionada a través de pequeños signos
que tienden a destruir la idiosincrasia polaca para transformar al país en un
pedazo más del nuevo imperio soviético.
Lo político, obviamente impera sobre las garantías individuales.
Sus consecuencias, la anulación de la libertad personal. El miedo, la supremacía
del Estado, de la policía política sobre el individuo comienza a destruir las
iniciativas personales en busca de la masificación de los individuos y la
obediencia hacia el nuevo régimen.
La influencia de la política sobre el arte, en este caso
sobre la música y la danza, no es una excepción. Los personajes centrales se
mueven en este ámbito. Victor (Tomasz Kot) está armando una escuela de artes
populares junto a Irena (Agata Kulesza), una rígida directora de danza. Zula (Joanna
Kulig) ha cometido un crimen. Ha salido de la cárcel con libertad condicional y
decide marchar hacia las afueras de Varsovia donde intenta integrarse a una
nueva vida en la escuela que dirige Victor. De la misma manera que las
autoridades soviéticas comienzan a imponerse sobre las autoridades polacas, los
burócratas polacos de turno comienzan a presionar a los artistas para desarrollar
un rasgo más revolucionario y sobretodo politizado a sus obras. Un claro
intento de destrucción de una identidad para formar otra. La del régimen.
Al mismo tiempo, la filosofía comienza a transitar un nuevo
camino. Aparece el existencialismo, una corriente filosófica que transitan filósofos
como Sartre en Francia, que considera al hombre como una integridad libre en sí
misma. Una idea claramente opuesta a la idea de masificación que trata de
imponer el régimen soviético. Victor es básicamente un existencialista.
El existencialismo marca la travesía de los amantes. Zula y
Victor se sienten avasallados en medio de una Polonia regida por el comunismo estalinista
de la posguerra. Pero tienen un problema de identidad. Son esencialmente
polacos. No obstante, Victor decide emigrar a Paris.
En Paris ese existencialismo se hace carne. Victor abandona
la dirección de orquesta para transformarse en pianista de una orquesta de jazz
tocando por la noche en un boliche de la ciudad. En esas sesiones de free jazz
se observa a un Victor pleno y creativo. Hasta que llega Zula. Ella es una
polaca pueblerina que toda la vida ha vivido en libertad condicional y de
alguna manera no puede aclimatarse a la libertad que ofrece Francia. El amor
también somete. Pero no solo es una cuestión de libertad. En el fondo subyace
una cuestión de ser. El ser polaco, una cuestión que ni el comunismo soviético ni
la pax americana pueden entender. Zula siente que se ha liberado pero paradójicamente
se ha perdido a si misma. Plantea una cuestión de identidad. La identidad
polaca.
La peripecia de los amantes continuará. Pero lo interesante
es el discurso político y filosófico que propone Pawilkowski desde las imágenes
sin poner prácticamente palabras de carácter político en boca de sus personajes
sino haciéndolos pasar una peripecia de vida que los encuentra, los une, los
separa, los vuelve a encontrar mientras va construyendo un mensaje enorme sobre
la libertad del individuo.
Mucho más abierto que en IDA, su película anterior, usando maravillosamente
los medios expresivos que tiene a su disposición, encierra literalmente la
historia en una imagen cuadrada, achicándola y haciendo sentir el encierro de sus
personajes. Fotografía en blanco y negro para transformar a sus personajes en
sombras que viven una pesadilla que con el correr de los años se les
interioriza y los condiciona. Utiliza la música no solo para marcar tiempos cinematográficos
sino también tiempos reales, e incluso el jazz que se escucha juega como un símbolo
de la libertad con que se comenzaba a vivir en la capital francesa.
Cold War (Guerra Fría) es una de las mejores películas del
año que no solo cuenta una historia extraordinaria y reflexiona sobre la política
y la libertad del individuo oprimido bajo regímenes dictatoriales sino también es
un canto a la autoderminación de los pueblos. Hay en el film de Pawilkowski una
necesidad de reconocer la identidad de cada pueblo, de cada individuo transformando
al film en un canto a la libertad. En pocos palabras, un film de visión
imprescindible, con dos actores extraordinarios, en especial, Joanna Kulig,
cuya Zula resultará inolvidable. Cold War es el Dr. Zhivago del Siglo XXI.
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