¿Quién no ha escuchado alguna vez el nombre Gucci? Es una marca registrada Italiana que opera a nivel internacional. Tiene su sede en Florencia y su actividad se desarrolla en el mundo de la moda, particularmente en el segmento top de calzados, ropa y joyas. La Casa Gucci, el film, alude a la vida de algunos miembros de la familia Gucci, a quienes retrata y pasa revista a partir de los años ´60 hasta fines de la década del ‘90 en una película entretenida, muy bien actuada en la que destacan Lady Gaga, Adam Driver, Jeremy Irons y Al Pacino en los papeles principales.
El film podría haber sido una saga familiar más, pero no
lo es. Detrás de las imágenes hay un guion muy sólido y bien estructurado,
contado a partir de la relación que entabla Patricia Reggiani, una joven
italiana de clase media baja, con Maurizio Gucci, hijo de uno de los
fundadores del emporio industrial Gucci, en una fiesta de estudiantes, donde
ella se enamora más que de él, de su apellido y su fortuna, contrayendo más
tarde matrimonio y transformándose en una mujer influyente en los negocios de
la familia.
Si bien la historia se concentra en los conflictos familiares
de una dinastía de la industria italiana moderna, lejos está de lo
convencional, logrando interesar concentrándose, primero, en la relación del
joven matrimonio, para más tarde girar hacia la influente intervención de Patricia
en las cuestiones claves de la empresa. Una verdadera extraña en la familia. Ello
derivará en dos aspectos confluyentes: los conflictos familiares de la pareja y
en los problemas del lanzamiento internacional de la marca en Nueva York, que
aspiraba finalmente, en la consolidación mundial de la marca.
El film no solo es una historia pasional basada en hechos
conocidos sino que Ridley Scott, famoso director de Los Duelistas (1977,) Alien
(1979), y Blade Runner (1982) y otros grandes éxitos del cine, logra
transformarla en un film de suspenso mostrando la otra cara del negocio,
aquellos conflictos de carácter familiar que hicieron tambalear un nombre
establecido a nivel internacional, generando un film donde la traición, y la
venganza se vuelven moneda corriente.
La capacidad narrativa
de Scott es extraordinaria. Hace unos meses atrás habíamos vuelto a ver su
nombre en los escaparates de los cines (El Ültimo Duelo) que anunciaban una
historia de caballeros andantes en la Francia de Carlos VI en el siglo XV,
donde una simple historia de rivalidades se volvía un film interesante. Aquí ocurre
algo parecido. El cine ha sido propicio para ver muchas sagas familiares, al
igual que en televisión. A veces parece que el género ya no da para más, pero
de repente aparece una buena guionista, prolija, que sabe escribir y exponer
conflictos. Ella es Becky Johnston, que también
escribió El Príncipe de las Mareas, 1991 y Siete Años en el Tíbet, 1997, se une con
Roberto Bentivegna, y toman una historia de Sarah Gay Forden sobre una familia que,
en manos de un director experimentado como Scott, vuelve en imágenes transformando
en apasionante lo convencional y conocido, dando lugar al desarrollo de los
conflictos comerciales de una marca en una disputa familiar profunda que rompe vínculos de diferente especies y termina
por enganchar a todo tipo de público.
Demás está decir que el
nivel de la actuación de Lady Gaga en el rol de Patricia Reggiani es
consagratoria, como también la de Adam Driver en el rol de Maurizio. Al Pacino
como Aldo y Jeremy Irons como Rodolfo, encabezando el Clan Gucci, también están
extraordinarios en sus personajes y son artífices de que la película sea
entretenida, más allá de que los acontecimientos narrados fueran conocidos por
el público dado la notoriedad que tomaron a partir del controvertido aterrizaje realizado en nueva
York en los años ´90 para desarrollar la marca a nivel internacional.
Contada como un drama de
celos típicamente italiano, termina por transformarse en un film de villanos
modernos en un mundo donde lo único que interesa es el poder del dinero. Por su
simpleza y contundencia, uno de los mejores filmes de Ridley Scott.
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