Si el cielo tuviera una platea de cine, seguramente allí estarían aplaudiendo esta película Luchino Visconti, Vittorio de Sica, Roberto Rosellini y muy especialmente, Federico Fellini. Porque REALITY, más allá de ser una extraordinaria película, rescata del neorrealismo lo mejor de estos cuatro directores y genera un cuadro post neorrealista "a la napolitana", ya no en blanco y negro sino color, y las historias ya no contarán cómo salir de la miseria y la pobreza sino cómo mantener la ilusión y la fantasia en un mundo decadente.
Garrone se
inspira en el Visconti de "Bellísima", pero no narrará la historia
de una madre haciendo largas colas en una radio para lograr colocar a su
pequeña niña como estrella infantil de las radionovelas, sino que hablará sobre
las andanzas de Luciano, el pícaro pescador del pueblo que sueña con emular a
Enzo, el último gran famoso ganador del Gran Hermano, mientras María, su mujer
(Loredana Simioli muy parecida a Ana Magnani) para acompañarlo a todas partes
con una prole de 4 niños, mientras se hace tiempo para trabajar en un comercio de venta
de electrodomésticos que le permite pagar la olla a la que Luciano ya no aporta porque
solo anda detrás de sus sueños. Las pequeñas confortabilidades de la vida
moderna ya no satisfacen ni dejan pleno porque son solo
eso, un puñado de materialidades mezquinas. Por esa razón, los personajes sueñan con "un
milagro" a lo De Sica, y no precisamente para satisfacer su espíritu. Luciano
(Aniello Arena) es una especie de Gelsomina
en varón (Fellini presente), que en
lugar de encontrar al sabio equilibrista que le cuenta de la importancia del rol del
granito de arena en el universo, tiene un televisor que solo le muestra un
camino, el de la fama instantánea y el mucho dinero del Gran Hermano. Lo que se dice "una vida
vacía". Pero Luciano cree haber nacido para ello, mientras escucha a Enzo
repetir reiteradamente y vanamente "Don´t Give up!", un llamado a una
resistencia y a una no rendición absolutamente imposible.
Comedia
dura y amable de Garrone, que pinta con calidez napolitana a todos sus
personajes, y a su vez, retrata ásperamente una sociedad en decadencia que abandona el esfuerzo del trabajo y busca azarosamente fama y dinero en la persecución de un sueño imposible. Lo notable del film
de Garrone no es su apego al realismo sino la precisión del manejo de un relato
cuyo fin es el éxito sino la entrada a un mundo irreal de locura y soledad absolutas. Demás
está decir que la escritura cinematográfica de Garrone posee el virtuosismo
narrativo de Visconti, con planos secuencias maravillosos donde la cámara se
mueve con la precisión y elegancia de una estilográfica, acompañada por la
maravillosa cámara de Marco Onorato, una paleta de brillosos y recargados colores y la música de ese gran compositor francés que es Alexander Desplat,
inspirado esta vez en los italianos Nino Rota y Ennio Morricone.
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