
LA HONESTIDAD Y LA HUMILDAD
El cine de Stephen Frears siempre ha estado cargado de una
fina ironía que le ha ayudado a desarrollar los temas más diversos y más difíciles
en su larga carrera de observador de las costumbres. Proveniente de la
televisión, en la que se desarrolló durante los 70 y parte de los 80, debuta en
el cine con The Hit (1984), un gran policial negro, y afianza su carrera un año
más tarde con Mi Bella Lavandería, un film donde mezcla las ansiedades de
inmigrantes paquistanies en medio del exitismo económico financiero de la política
del Thacherismo. Después de ello, llega una sucesión de películas que
transforman a Frears en uno de los directores independientes más importantes trabajando
simultáneamente tanto para el cine inglés como para el americano.

En esta nueva joyita que ha compuesto con la colaboración de
Lee Hall, un experimentado guionista ingles que tiene en su haber el guión de
la estupenda Billy Elliot de Stephen Daldry y de War Horse de Steven Spielberg,
realiza otro trabajo estupendo. Un guión lleno de detalles descriptivos de dos personalidades
diferentes, presenta un contrapunto perfecto y permanente de dos seres opuestos
que se encuentran el uno al otro en un momento muy especial de sus vidas, un
momento donde prima la soledad (el de una reina solitaria y aburrida de su
reinado, el de un lacayo lejos de su patria en la capital del imperio), que
permite a Frears mostrarse tal como es, un director sentible, capaz de hacer
grande una pequeña historia.
La Reina Victoria está llegando al final de su vida. Hastiada
de tanto protocolo, en uno de los homenajes que recibe, conoce a un hindú que casualmente
ha llegado a traerle un tributo desde la lejana India. La cuestión es que el hindú
es una persona de gran carisma, inteligencia y lleno de conocimientos
ancestrales que la Reina Victoria reconoce transformando al hindú en su
maestro.
Lo interesante del film es el camino del absurdo que elige Frears
para componer una comedia costumbrista, muy inteligente, construida con medios
tonos donde no todo es lo que parece, mostrando la humanidad más plena de esos
dos personajes que a su manera son dos borders de la vida, dos solitarios que
unen sus soledades para ayudarse mutuamente, construyendo una relación al borde
de la aceptación y el ridículo social. Si en la Reina Victoria existe un rasgo
de altanería y superioridad, en Abdul solo hay honestidad y humildad.
El cine de Frears nunca ha sido complaciente con la realeza,
pero siempre ha entendido que más allá de esa condición, bajo el aparente poder
político y el respeto de los protocolos, siempre ha encontrado un ser humano
para retratar. En La Reina retrataba a Isabel II justo en el momento que debe
guardar duelo por la muerte de su nuera, la princesa Diana. La aísla en los
Lowlands, y en la inmensidad del paisaje, la enfrenta a un siervo donde repentinamente
la Reina siente la soledad de la muerte. En Victoria y Abdul, esa reina anciana
y decadente sufre una especie de renacimiento frente al alud de conocimiento
que recibe del pobre hindú que ha llegado a la capital del imperio con el
simple propósito de entregarle un regalo. En Florence, el ridículo personaje de
clase alta que interpreta Merryll Streep, se humaniza ante su enorme deseo de
cantar una ópera en la que muestra toda su vulnerabilidad como interprete.
Rodeado siempre de grandes actores, las pequeñas historias
que relata cobran vida e intensidad en base a sus inteligentes contrapuntos. Victoria
y Abdul no es una excepción a esta regla y se transforma en una aguda reflexión
sobre la soledad del poder, el ansia de figuración y la mendicidad de poder de
los supuestos poderosos, la ignorancia que impera en las más altas esferas
(incluyendo a la reina), la necesidad de amor y de amistad que necesitan los
poderosos.
Magníficamente interpretada por Judi Dench como la Reina Victoria,
y Alí Fazal como Abdul, el sirviente indio, Victoria y Abdul se alza como otra
de esas pequeñas obras maestras que tan sabiamente construye un director tan
experimentado como Stephen Frears. A nivel de sus mejores películas, se alza
como un pequeño fresco costumbrista que por un lado se burla de algunos
acartonamientos de la realeza, pero por otros exalta aquellos atributos que
hacen del estudio, y la disciplina una condición necesaria para generar respeto
y autoridad.