lunes, 16 de abril de 2018

EL REENCUENTRO de Richard Linklater



UNA AMISTAD, UN DUELO, UNA REALIDAD

La nueva película de Richard Linklater, con guión del director y de Darryl Policsan, es una historia sobre la amistad, que se desarrolla como una “road movie” que abarca un largo viaje desde Virginia a Boston y un regreso pasando por Nueva York. Pero es también una aguda reflexión sobre el sentido de la vida, la inutilidad de las guerras, y las consecuencias sobre los soldados que han participado en ellas.

Todo comienza cuando Larry (Steve Carell) recibe una noticia. Su hijo, un infante de marina, ha muerto en Iraq. Larry está solo en la vida. Por un lado, su esposa ha fallecido. Por otro, ha perdido su licencia de médico militar por comerciar drogas durante la guerra de Vietnam. Ahora sobrevive como dependiente de un almacén. Consecuencia de ello, decide buscar  la compañía de sus viejos camaradas Sal (Brian Cranston) y Muller (Lawrence Fishburne), a quienes no ve desde que les dieron su baja del ejército, hace casi 40 años atrás.

Está claro que por sobre todas las cosas que trata, Reencuentro es una película sobre la amistad, ese vínculo capaz de mantenerse intacto a pesar de la distancia física y los años pasados, aun cuando hayan transcurrido sin verse el uno al otro. Y es también una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre las frustraciones y alegrías de la vida, y sobre el aprovechamiento de las segundas oportunidades. El film adquiere la forma de una road movie donde tres amigos se reencuentran en un viaje que se transformará en iniciático. Marcará un antes y un después al estar signado por la vejez, por la necesidad de apoyarse uno al otro, por acompañarse en el dolor y sobre todo por compartir el duelo del amigo ante la pérdida de un hijo. El film es una indagación en las historias individuales de cada uno.

Ese reencuentro significa un volver a vivir. Cada uno ha desandado caminos diferentes por 40 años y ahora se han vuelto a encontrar en un momento de la vida en que se hayan perdidos, donde van camino a ser otros no necesariamente mejor de lo que fueron de jóvenes.  En ese rencuentro existe un volver a empezar que alude a la esperanza.

No obstante ello, El Reencuentro es también poner sobre la mesa el rol de Estados Unidos en estas guerras donde no se aclara bien el porqué de su participación. La visión acida de la película es absolutamente cuestionadora de las intervenciones americanas. Primero, porque sus propios personajes han estado en ellas y no tienen muy en claro porque fueron y mucho menos, porqué pelearon. Segundo, porque volvieron sin saber si habían ganado o habían perdido. La propaganda bélica era la que daba la respuesta correcta, y estaba ligada con la corrección política.

Por eso es una película sobre la pérdida de identidad, no la identidad personal sino la identidad nacional. Esa es la identidad que se perdió en Vietnam, más tarde en Afganistán, en este siglo en Iraq. Lugares a los que se fue a guerrear sin otros motivos más que los económicos, los derivados del control del gas y del petróleo. El territorio continental de los Estados Unidos nunca había sido atacado, nunca invadido sino hasta después del 11 de setiembre del 2001. Ello ocurrió con el ataque y destrucción de las Torres Gemelas. Sus consecuencias fueron desbastadoras. El país comenzó una caída aún más grande y perdió la seguridad interior. Más tarde, con la caída de la Bolsa de Nueva York en 2008 y el crack bancario internacional, se afectaría hasta el mismo orden mundial. Lo que Estados Unidos ha sufrido es en realidad la pérdida de un ideal, aquel que en los ´50 se dio en llamar “el sueño americano”.

Los personajes de la película se han quedado solos. Tres viejos guerreros que nunca encontraron respuestas. Cuarenta años después, vuelven a hacerse las mismas preguntas. No han hecho casi nada de sus vidas más que sobrevivir. Un médico expulsado del ejército. Un sargento que ha devenido en barman de una taberna solitaria en alguna ruta de Virginia. Un soldado negro envejecido que se ha refugiado en Dios y su familia convirtiéndose en pastor evangélico. Los tres se asemejan a fantasmas de una época ida que solo parecen escuchar: “Sálvate como puedas. El Tío Sam ya no puede hacer nada más por ti”.

Basada en la novela del mismo nombre de Policsan, cuyos antecedentes registran el excelente guión, entre otros, de Permiso de Amor hasta Medianoche (1973) de Mark Rydell, el film está narrado con mucha agilidad y un humor muy corrosivo, donde Richard Linklater vuelve a mostrar su capacidad narrativa y conceptual. El Reencuentro no pretende ser una comedia ácida ni transformarse en un profundo drama generacional. Por eso, deja abierta una puerta de esperanza: la amistad. Esa constituida por un vínculo indisoluble que mantiene unidos a los amigos a lo largo del tiempo y la distancia. Han estado perdidos durante 40 años sin verse, pero ahora han vuelto a estar juntos, se han acompañado y han encontrado algo de perdón y paz en sus vidas. Tal vez la vida les esté dando una segunda oportunidad. Linklater los abandona allí, en medio de la América más profunda.

Nosotros, los espectadores, agradecidos. Acabamos de ver un film visceral, profundo y entretenido. Tres grandes actuaciones para el recuerdo de Carell, Cranston y Fishburne. En síntesis, un film para disfrutar y reflexionar. El cine de Linklater, un texano muy independiente, es así, sorprendente. No olvidemos que es el director de esa joya del cine americano llamada Boyhood. Ésta, como aquella, son para tener en cuenta.

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