La
película, basada en hechos reales, y en un pésimo guión que transcurre en
Buenos Aires y relata la relación entre el empleado de una carnicería y su
patrón. El exceso gobernará al relato, y el mismo, concluirá en crimen. El guión es absolutamente maniqueista y sus
personajes están delineados de tal manera que carecen de humanidad. Son los
típicos personajes / ideas. El de Hermógenes sobrevive gracias a la esforzada
labor de Joaquin Furiel, que lucha denodadamente para darle carnadura. Éste es
un campesino santiagueño que al quedarse sin trabajo en su provincia como
consecuencia de una accidente que lo deja rengo de una pierna, tienta suerte
con su mujer viajando a la Capital Federal. Allí comienza su desventura cuando
conoce al dueño de una cadena de carnicerías (Luis Ziembrowski en un festival
de cliches), un reverendo hijo de mala madre, que lo único rescatable que hace es
darle un trabajo precario como carnicero, enseñarle el oficio con uno de sus
peones, y permitirle dormir en la pieza de atrás de la carnicería, servicios
que descontará de sus haberes. Así, esquemáticamente planteada , de principio a
fin, la película avanza por acumulación de escenas repetitivas para que no
tengamos ninguna duda y se nos vaya revelando el carácter de hijo de puta que
es el patrón, y de qué Hermógenes es la víctima del caso. El asco de la carne
podrida que vende Hermógenes no es otra cosa que el asco del sometimiento que
genera la relación laboral entre el trabajador y su empleador. Obviamente,
dicha relación terminará en crimen. Hermógenes matará a su patrón con una
interminable serie de puñaladas que comienzan dentro de la carnicería y
finalizarán al borde de la vereda de la misma, llevándose la vida del Patrón.
Lo que se dice, un crimen truculento.
Por
otro lado, el film intercala, desprolijamente, escenas del juicio
correspondiente al crimen desde el principio hasta su final tratando de dejar
en claro que la justicia en la Argentina es una reverenda mierda incapaz de
solucionar el problema social que presenta el país, dado que dicho problema es
innato a un sistema que lo corrompe todo.
En
consecuencia, nuestro hábil y politizado abogado interpretado por el bueno de
Guillermo Pfenning, sacará a relucir ésto en un juicio donde no tiene
pruritos de usar a su propia esposa como perito de parte, y alegar que la culpa
de este monstruoso crimen la tiene una sociedad totalmente indiferente al
problema de la pobreza dando a entender que el capitalismo en si mismo lleva la
semilla de la explotación y la desigualdad porque origina una sociedad de
explotadores y explotados, y en consecuencia, dejándonos inferir que nunca será
la economía la ciencia que acaso trata de distribuir recursos escasos ante
necesidades múltiples valiéndose de la leyes de mercado, sino la política la
que solucione el problema, a través del Estado, con gobernantes iluminados de
conciencia social, sentido de la justicia y fuerza liberadora de la opresión
que genera la desigualdad.
Como
película, un bodrio absoluto realizado por soñadores creyentes de la igualdad
social, del sometimiento individual, del pensamiento único e idolatras de
la propiedad colectiva de los recursos. No es casual que en esa pintura
maniquea de la vida, si alguien tiene algún signo de humanidad es el asesino
Hermógenes, y dado el caso, es el único capaz de mostrar un signo de felicidad,
incluso de espiritualidad. Como si acaso no todos fuéramos criaturas del Señor,
la vida no fuera dura para todos por igual, y por consiguiente, la búsqueda de
la felicidad no fuera común a todo ser humano.
Lo que más lamento es que mientras yo terminaba de ver este film
asqueado por la cantidad de carne podrida que se muestra en la carnicería de la
película (los vecinos del barrio deben ser unos ingenuos para comprar
dicha carne) y cansado de mirar una película cuyos personajes se dividen en
malos patrones y buenos trabajadores, más de la mitad del cine estalló en un
fuerte aplauso. Y eso me dejó aún más preocupado porque intuyo que demasiados
argentinos están convencidos que viven en la "Injusticia Social", que
es el Estado el responsable del cambio a través de mecanismo redistributivos, y
que la Responsabilidad Social como ciudadanos sólo nos cupe y satisfacemos cuando acudimos llevando un paquete de arroz o fideos y una botella
de agua mineral ante "un llamado a la solidaridad" de un canal de
televisión en medio de una catástrofe. Entonces recordé otra película,
"A la Hora Señalada", con Gary Cooper, la quintaesencia del héroe
individual. Acaso el Marshall Will Kane, cuando se queda solo, cuando nadie lo
acompaña, y se enfrenta con la banda de forajidos de Frank Miller, por quién
pelea? Pelea por su propia vida o por imponer la ley en la pequeña Hadleville?
Eso,
en su maniqueísmo, es lo que ignora El Patrón. Es el imperio y el respeto por
la ley la que genera la existencia de la Justicia Social, y son las
oportunidades que brindan la buena salud y la buena educación dentro de un
marco de seguridad y no el redistribucionismo de un Estado, muchas veces
arbitrario, que ignora el esfuerzo de los individuos para ser quiénes son y
tener lo que tienen. No todo el mundo es bueno, ni todo el mundo es malo.
Hacemos lo que podemos, que no es poco, aunque siempre falta un poco más.
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