lunes, 21 de noviembre de 2016

LA CHICA DEL TREN de Tate Taylor


MOTORMAN, ME BAJO EN LA PROXIMA!!

Lo primero que el espectador se pregunta después de ver “La Chica del Tren” es si el director Tate Taylor habrá tenido en consideración las reglas básicas del cine del maestro Alfred Hitchcock. La respuesta es seguramente que no. Porque Taylor nunca pone en práctica la premisas básicas del cine hithcockiano aunque el guión de su película lo remita una y otra vez a lo largo de su metraje al gran maestro del suspenso. De esas premisas, hay tres que deberían haberse respetado. La primera es que el argumento debería ser simple. La segunda es que el espectador conoce lo que el protagonista desconoce. La tercera es que el espectador debe recibir más respuestas que preguntas durante el desarrollo del film.

Lamentablemente, ninguna de las tres premisas se respeta en “La Chica del Tren”. Como consecuencia de ello, la trama se vuelve engorrosa, el espectador es confundido deliberadamente por los guionistas, y el director complica la trama con una serie de saltos temporales hacia atrás y hacia delante de la referencia temporal, que no agregan nada al desarrollo de la narración,  volviendo confuso lo que es simple. No conforme con ello, la trama introduce a una investigadora policial (Allison Janney) cuyo rol es absolutamente irrelevante y por lo tanto descartable, que pareciera obedecer a solo cuestiones arbitrarias de casting.

La Chica del Tren es Rachel, protagonizada en forma bastante poco expresiva por Emily Blunt, una actriz en ascenso que también tiene en su haber roles importantes tanto en “Sicario, 2015”,  como “En el Bosque, 2014”, y “Queen Victoria, 2009”.  Rachel se la pasa viajando en tren  para poder pasar por delante de la casa de su ex marido, con quien vive obsesionada  como consecuencia de un divorcio, mientras se alcoholiza, toma notas y hace dibujos. Ya de entrada, no queda claro si el personaje central es una mujer despechada, una investigadora, una dibujante de historietas o una escritora, cuestión que pareciera no importar demasiado, aunque a la postre, sea obviamente el personaje central de la película. Asimismo, tampoco quedan claros hasta promediar el film el accionar de los otros tres personajes principales que son, Ana (Rebecca Fergusson ), la nueva esposa de Tom (Justin Theroux), el ex marido de Rachel, y Megan (Haley Bennet), la niñera de Ana. Como se podrán imaginar, en este film, todo opera geométricamente.

Entre saltos los saltos de la trama y saltos temporales del director, la película avanza, cobra forma, y se va transformando en un rompecabezas policial más o menos convencional, que a mi gusto, nunca llega a buen puerto desperdiciando una y otra vez la posibilidad de constituirse en una obra mayor.


El responsable de este dislate es el director Tate Taylor (The Help, 2011), quien hace muy poco desde el lado de la puesta en escena y el mantenimiento del suspenso. En cambio hace mucho porque reine la confusión conduciendo un relato con desprolijidad y desidia, al que solo le ayuda la calidad de una fotografía que alcanza escenas que dan con la frialdad y el distanciamiento que priman en la relaciones de los protagonistas. Esta no es una película sobre la pasión. Muy por el contrario, es una película sobre el engaño. Y el primer engañado es el espectador. Nada ni nadie es lo que se cree que debe ser. No me gusta el engaño y no debe confundirse con la sorpresa. Tal vez, pueda ser que el factor sorpresa funcione en forma atractiva para algunos espectadores, pero aquí en todo momento prevalece el factor engaño sobre el factor sorpresa y solo sirve para estirar el metraje y transformar al film en una superproducción que pueda alcanzar el rotulo de “gran estreno”.

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