viernes, 7 de febrero de 2020

JUDY de Rupert Goold


LA AGONIA DEL EXITO


Escrita por Tom Edge y basada en la obra teatral End of the Rainbow de Peter Quilter (también coautor del guión de la película), estamos ante una obra maestra del teatro musical que afortunadamente, es llevada al cine de la mano de un director sensible y respetuoso capaz de encontrar el nudo gordiano de la cuestión y trasladarlo en imágenes cinematográficas de gran contenido dramático.

Judy no es una película biográfica. Se basa libremente en la vida de Judy Garland, y se concentra en los últimos meses de su vida. Magníficamente interpretada por Renee Zellweger, quien seguramente se llevará el Oscar a la Mejor Actriz, muestra la otra cara de una vida mimada por el éxito pero castigada por la intolerancia de todos aquellos que vivían a su costa (productores, empresarios, maridos, y músicos), impidiéndole con mandatos de diferente tipo ser ella misma, hacer lo que quería y disfrutar de su familia y su éxito.

Judy es la historia de una mujer entre la espada y la pared. A los 40 años de edad ya se había convertido en un icono de Hollywood, una estrella cinematográfica, con una gran trayectoria como cantante popular, había contraído 5 matrimonios y tenía dos hijos pequeños (de su tercer matrimonio), a los que le costaba atender personalmente dado sus actividades artísticas. Consecuencia de ello, consumida por la dieta a la cual era sometida, su temprana adicción por las pastillas para adelgazar, el gran consumo de café y tabaco para perder el apetito, hará que su salud termine resquebrajándose y enferme gravemente muriendo a los 47 años de edad.

La película se concentra en aquellos 6 meses antes de su muerte en ocasión de la última gira que emprende en viaje a Londres. Recrea su intimidad, nos informa de sus problemas conyugales, sus divorcios, su lejana y sufriente relación con sus hijos, su necesidad de hacer una gira para conservar su vigencia como actriz y cantante sino también para poder levantar una situación económica y financiera resentida por su tercer divorcio.

El film es un abrazo a la intangibilidad. Alguien podría decir que está hecho de aquello con que se hacen los sueños. Es un discurso sobre los sentimientos y la imposibilidad de poder transmitirlos, de hacerlos reales. El film está definido por la incomunicación de sus personajes y una distancia que vuelve a todo como lejano. Hay una atmósfera de tragedia que lo atraviesa generando la idea de un destino inexorable. Expresa una idea de soledad más allá de todo acompañamiento.

Rupert Goold dirige el film con gran seguridad, sentido común y un respeto absoluto por la identidad de la diva. Sabe muy bien que pretende hacer con su película. La consecuencia de ello es un film eminentemente intimista, que más que mostrar una vida intenta comprenderla hasta descifrarla como si necesitara desnudarla para que su público entienda que más allá de la estrella, Judy, por sobre todas las cosas,  era una simple mujer, un ser humano que necesitaba vivir su vida, un ser sensible, vital, que pretendía una vida común, ser madre, disfrutar de sus hijos y estabilizarse emocionalmente de manera tal de poder convivir con un hombre que supiera acompañarla. 

Renee Zellweger corona con una gran actuación ese momento en la vida de Judy. Se mete en su intimidad y la radiografía en forma íntegra hasta que el personaje cobra vida. El espectador, queda anonadado ante la creación de ese momento de ilusión en el cual Judy revive en la actuación de Zellweger creando y transmitiendo dos horas de ilusión de soledad, desesperanza y desesperación. La extrae de la maqueta para transformarla en un ser sufriente, incapaz de educar a sus hijos, convivir con un hombre, disfrutar de la vida, y de los dones musicales y actorales que innegablemente poseía.

La Judy de Zellweger es un ser sufriente incapaz de gozar de un momento de felicidad más allá de algún aplauso perdido, o de un momento casual como la cena en la casa de los homosexuales. Su actuación vuelve a brillar en la anteúltima escena donde llama a sus hijos para una Navidad que otra vez pasará lejos de ellos. La escena es una sola toma donde ella se comunica por teléfono, la cámara se planta en un primer plano, en el fondo se escucha una canción, el cásico inolvidable de Ira Gershwin y Harold Arlen titulado The Man That Goes Away. La escena no tiene cortes, y la desesperación de la ocurrencia deja verse en la expresividad de la cara de Zellweger. Esa mirada llena de infinita tristeza, de impotencia para cambiar el estado de las cosas, nos dice todo acerca de la fatalidad de una vida cuyo horizonte de vida será inexorablemente corto. 

El notable acompañamiento musical de Gabriel Yared y las canciones interpretadas por la propia por Renee Zellweger le otorgan una ambientación muy particular a la película logrando no solo el ámbito de un musical sino también una atmosfera cerrada de gran intimidad que contagia al espectador haciéndolo participe de la historia contada.

Un film lleno de aciertos. Desde la actuación de la Zellweger a la música de Yared y las canciones inolvidables de la década del 40, con una fotografía de Ole Brandt Birkeland, cuyos tonos acaramelados inundan de calidez una atmosfera pesada que además, sabemos, conduce inexorablemente a la tragedia contando tan solo un pedacito de la otra cara de una vida extraordinaria que por su brillantez forma parte ineludible de la historia grande del cine.

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