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Sebastián Schindel es un hábil guionista y buen director
cinematográfico argentino capaz de realizar un buen film, aunque
lamentablemente, suele caer en estereotipos en función de una innecesaria politización de sus guiones. Es
que su mirada siempre es parcial y condicionada a sus ideales políticos. No
obstante ello, esta vez lograr zafar aunque no deja de insinuar estos defectos.
Su nueva obra se sitúa un par de décadas atrás, donde pinta la vida de una
familia acaudalada de la ciudad, venido a menos, como consecuencia del
desmembramiento familiar que provoca un hijo díscolo y los problemas legales
que genera un embarazo no deseado de la mucama de la casa.
Armada como un puzzle que Schindel maneja con suma
habilidad, el director narra ambas historias tratando de tocar dos temas
sociales que tienen un punto en común. Por un lado narra la historia del hijo
de una familia rica que nunca acaba de madurar cargándose de problemas legales,
maltratando a su mujer y ejerciendo violencia sobre ella, y por otro, la de una
mucama de la casa que comete un aborto clandestino.
Schindel, como lo hizo antes con El Patrón y más tarde con
El Hijo, aprovecha ambas historias para reflejar la doble vida de una decadente
familia burguesa del Barrio Norte de la Ciudad. Lamentablemente, esta mirada
política y condenatoria, resta interés a un personaje como el de Alicia, muy
bien interpretada por Cecilia Roth, que trata en todo momento de humanizar y
sacarlo del estereotipo tratando que la cuestión planteada sea vista como un
problema social del cual se hace cargo.
En esa gambeta de Schindel el film adquiere un perfil más
humanista que político y logra rescatarlo de los errores cometidos en sus obras
anteriores logrando que la película se convierta en un drama auténticamente
humano que si bien deja al descubierto cuestiones propias de la injusticia
social de una sociedad como la Argentina, también es cierto que deja abierta
una pequeña hendija que da paso a una luz de esperanza.
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