"Bardo"
es un paseo onírico y barroco por un México a menudo caótico, a veces
fantasmal.
El nuevo film del
director mexicano radicado desde hace unos años en los Estados Unidos es una
obra autorreferencial que tal vez marque un antes y un después en su obra
cinematográfica. No obstante, no estamos frente a su mejor obra, claramente no
está a la altura de trabajos tales como Amores Perros (2000) o Birdman (2014),
pero El Bardo es en todo momento es una película muy interesante. Bardo, puede
definirse como un término budista que alude al limbo que experimenta una
persona al morir, un momento de transición antes de reencarnarse. “Es también,
vivir en un territorio con 5 millones de mexicanos, con una identidad rota,
fracturada”, expresa el guionista y director.
Se trata de un film
muy personal que se sostiene por la fluidez narrativa que posee González
Iñarritu, capaz de mantener la atención cinematográfica cuya duración alcanza
las tres horas de proyección, sin aburrir y manteniendo siempre un ritmo parejo
del relato, aun cuando la película transita ciertos convencionalismos, y
sobre todo, se impone como un film intimista.
Uno de los méritos
principales del guionista y director es filmar dándole vida a un personaje
diferente, un periodista de ficción cuyo nombre es Silverio Gacho,
magníficamente interpretado por el actor mexicano Daniel Giménez Cacho, quien
juega el papel del alter ego del director. Él nos transmite la angustia de ese
momento en el cual un hombre decide realizar un balance de su propia vida.
En ese sentido de
búsqueda de la transcendencia es donde destaca el film, llevando adelante el
momento de pasar revista a una existencia donde un hombre adulto y con
experiencia decide poner un freno porque seguramente ha llegado el momento de
su verdad.
González Iñarritu
se toma tres horas para describir este momento en la vida de su personaje. Y
sin lugar a dudas, destaca como uno de sus logros, mantener la atención
permanente del espectador en una película que cuyo formato es el de una obra de
cámara, es decir, de encierro e intimidad.
El film narra el retorno a
su país de un periodista mexicano y su familia, después de haber vivido años de
exilio en los Estados Unidos. En esa transición de lo que debía ser un viaje
breve para recibir un premio, su vida se convierte en una crisis existencial.
Parte de los
méritos del film es la actuación de Daniel Giménez Cacho, quien compone el
personaje principal. El actor lo pone todo y da carnadura siempre creíble a su
personaje. Su actuación es monumental. Está presente durante toda la película y
transmite el estado de crisis interior que está viviendo su personaje.
El otro gran
artífice es el propio director en su rol de fotógrafo del film. El manejo de la
cámara en sus manos se vuelve literalmente una estilográfica. Por otro lado, no
solo dirige al gran actor sino que logra captar sus más pequeños momentos como
así también tics, movimientos de manos, expresiones corporales, y sobre todo,
el de sus ojos. Los ojos claros del actor remarcan cada escena, la
significancia de cada momento.
Si bien la obra del
director siempre pasó por su mirada social, esta vez nos remite a un yo
interior, a un film muy personal, que se concentra en un hombre que ya ha
transitado la parte más activa de su vida y ahora siente la necesidad de hacer
un balance cuyo resultado lo deja en deuda consigo mismo.
Obra muy personal
del autor, muy bien apoyada por la actuación de su actor principal, no es tal
vez su obra más transcendental pero si es una obra de carácter intimista que
deja pensando más allá de su metraje, y que destaca en la cartelera de cine
porteña.
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