LA MADRE Y EL HIJO ADOLESCENTE
Interpretada en los papeles centrales por una excelente Valeria Bruni Tedeschi, en el papel de la madre, y Félix Lefebre, como su hijo
adolescente, es un fiel reflejo de un periodo de la vida en el cual los hijos
comienzan a hacerse grandes y requieren vivir su propia vida.
Las discusiones entre madre e hijo se vuelven insufribles
e interminables. Cualquier cosa deriva
en un conflicto de carácter familiar, incluso con capacidad de expansión.
Bruni Tedeschi sobresale en su creación una mujer soletera, madre de un hijo quinceañero, que ha llegado a los 52 años de edad y está de
vuelta en la vida. Vive sola en un edificio
que pertenece al ejido municipal, no tiene trabajo un trabajo estable y
está muy sola en la vida, carente de cualquier tipo de relación, ya sea de
amistad como de amor. Es una mujer que se priva de todo, y todo le cuesta
mucho, especialmente, lidiar con un hijo adolescente que si bien no es un mal
chico, es un muchacho en plena rebeldía. Ella ha sobrepasado los 50 años y ha
comenzado a envejecer. Eso se refleja más en frente de su hijo que de su
espejo.
Su hijo, interpretado
por Feliz Lefebre, está en una edad difícil donde demanda ser él mismo.
Necesita más libertad que tutela. Casi no soporta a su madre. Está en ese
periodo de rebeldía en el que necesita encontrarse a sí mismo lejos de las
reglas maternales, Está en una edad en la cual ¨quiere encontrarse y ser él
mismo”.
Morgan Simon dirige esta película con pericia
y sin fisuras. Es consciente que maneja un material de características
universales. La relación madre / hijo así lo es. Su obra es sencilla y honesta.
No describe otra cosa que un periodo de la vida familiar donde los hijos
pretenden querer comenzar a manejar sus propias vidas, tomar algunas decisiones
e ir desprendiéndose de a poco de la tutela de sus padres.
El film describe un momento de la vida contemporánea
donde miles de personas se encuentran en un estado de soledad donde falta
trabajo, no hay amistades ni amores, donde su hijo reclama a su madre una
libertad que ella misma no tiene.
Gran película de Morgan Simon, un director cuya obra aun es desconocida en los cines argentinos. Obviamente, esta no es su opera prima, ni es un director principiante. De hecho, la película comentada, recientemente estrenada, es una obra tanto de madurez como de libertad personal. Su cine es concreto, va al grano y no se regodea en preciosismos visuales. Por el contrario, narra en forma directa, sin preciosismos, logrando llegar a su objetivo con recursos naturalmente cinematográficos y actorales.
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