Ridley Scott, un productor y director británico proveniente
de la televisión, había dado muestras de su capacidad y talento artístico en Los Duelistas (1977). Su película había
sido premiada en el Festival de Cannes como mejor ópera prima. Dos años más
tarde, le llega el reconocimiento comercial e internacional con el suceso de
Alien, El Octavo Pasajero, un film de terror gótico que ocurría en el espacio.
Su tercera película lo transformaría en un director de culto. En 1982 dirige
Blade Runner basada en una novela Philippe Dick. La película se estrena sin
mucho ruido, pero comienza a funcionar gracias a la recomendación del boca en
boca que la transforma en un éxito que marca a toda una generación. La carrera
de Ridley Scott, tanto como director como productor, siguió por ese camino.
Segundas partes nunca fueron buenas. Ello no sucedió en la filmografía
de Scott. El Alien tuvo 5 secuelas y dos precuelas. Ahora, el viejo Ridley,
vuelve al estante de los recuerdos y desempolva el Blade Runner. Han pasado 35
años desde 1982. En 1998 ya intentó rescatarla y publicó la edición del corte
del director, sugiriendo que Deckard podría ser un humanoide. Tocar una obra maestra
podría haber sido un sacrilegio. Sin embargo, Scott logró interesar con el
cambio.
Ahora, decide volver con la continuación de Blade Runner. Con
estas intenciones contrata a Dennis Villeneuve como director. Encarga a Hanpton
Francher y Michael Green escribir una
secuela, llama a Roger Deakins (habitual colaborador de los Hermanos Coen) para
que haga la fotografía, y él mismo (Scott) se pone a cargo de la producción de
la nueva idea que transcurrirá en 2049. El resultado es una obra totalmente
innecesaria de dos horas y 40 minutos (mucho más larga que la original), en la
que un nuevo Blade Runner (Ryan Gosling), totalmente enamorado de una mujer virtual
y comandado por una jefa que protagoniza
Robin Wright, es encargado de eliminar una serie de replicantes. Hasta allí no
hay grandes diferencias con el original. Pero 2049 será un mundo mucho más
decadente y más tecnológico que 2022. La diferencia entre la vieja y la nueva
versión no está en la historia que cuenta sino en su mensaje. Mientras en la
vieja versión los replicantes se preguntaban de dónde vinimos, quiénes somos y adónde
vamos, en el 2049 de la película, en un mundo prácticamente manejado por las
máquinas (es el mundo del futuro que plantea Terminator) solo pueden
preguntarse dónde estará la salvación, y si acaso, habrá algún nuevo Mesías que
pueda salvarlos.
Es precisamente en aquel momento donde la primera película
se volvía trascendente. Los replicantes se hacían las mismas preguntan que nos
hacemos los seres humanos. Deckard los escuchaba, y los entendía en una escena
absolutamente antológica del cine. Comenzaba a comprenderlos y entraba él mismo
en una duda de tipo existencial entre su actividad que era cazarlos, o dejarlos
libres como semi hombres que eran. Para colmo de males se enamoraba de la
replicante Rachel.
En esta secuela que se estrenó ayer, El Blade Runner K de
Ryan Gosling no tiene alternativa. Vive en un mundo totalmente tecnológico y
decadente, carente de esperanza donde las maquinas son las que imponen
condiciones al hombre. Esta falta de alternativa vuelve a la película fría como
una gema. La historia se alarga sin profundidad alguna solo para justificar la
apreciada entrada de Deckard (Harrison Ford) que devuelve, con su sola
presencia, el interés que está basado en
la acción pura del tramo final de la película. La cuestión filosófica derivada
del poder de las maquinas sobre los hombres queda en una mera enunciación que
es meramente un dato.
Dennis Villeneuve se siente como forzado a trabajar con todo
este material y solo genera repetición, confusión y cansancio. A medida que
transcurre el metraje, uno va sintiendo que la película hace denodados
esfuerzos por mantenerse parada y despierta. Es muy difícil, diría que hasta
innecesario, tratar de hacer continuar un film de culto como Blade Runner. A muchos nos marcó
una época. Cada cual la entendió como quiso o como pudo dado que su final era
muy abierto. Ridley Scott, con el tiempo, siempre ha querido volver a ella.
Obviamente, es su obra maestra, y el maestro Ridley es un perfeccionista. Puedo
entender su intención de continuarla más allá del negocio cinematográfico. No
obstante, ésta continuación no agrega nada.
Blade Runner 2049 es una película ambiciosa y fallida, con
una puesta en escena deslumbrante debida sobre todo a un fotógrafo que maneja
los excesos de luz en forma magistral, pero dirigida por un director al que el
material se le va de las manos (ya le había ocurrido esto en 2016 con La
Llegada). En consecuencia, el film es una cascara de huevo sin nada de yema
dentro, en la que escenógrafos, músicos, actores han hecho denodados esfuerzos
para reflotar y realizar una secuela de una película de culto, pero solo han
lograda reflotar el mito de Blade Runner y tal vez, hacer que muchos jóvenes se
interesen por verla.
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