sábado, 26 de enero de 2019

SOMOS UNA FAMILIA de Hirokazu Kore-eda



SOLO SE TRATA DE VIVIR

Regresa el director más aclamado del momento con una Palma de Oro a cuesta que ganó, en forma muy merecida en Cannes. Su film, no solo toma ciertos riesgos narrativos, sino también transita los márgenes morales para narrar las peripecias diarias de sobrevivencia de una familia muy poco convencional.

Solo se trata de vivir, esa es la historia, cantaba Baglietto en los ´80 y que aquí pareciera repetir el director japonés que sin lugar a dudas habrá visto Ladrones de Bicicletas y Milagro en Milán cientos de veces, las obras inolvidables de Don Vittorio de Sica.  Su film abreva en aquel humanismo del neorrealismo italiano y lo traslada a Japón de hoy en día, dando no solo una clase magistral de cine sino también un llamado de atención sobre el fenómeno de marginalidad que se está generando en las grandes urbes y la falta de contención de la misma por parte de sus autoridades.

Pero Somos Una Familia es sobre todo una historia familiar donde sus personajes están unidos por la necesidad más que por el vínculo de sangre o el legal. Hay un presunto matrimonio que no puede tener hijos. Una abuela que no es de la familia. Una tía que no es tía de sangre. Y dos niños callejeros que han encontrado una especie de hogar en la casucha de los Shibata, pero que no son sus hijos. Allí se comparte todo, lo que se tiene y también, lo que no se tiene. Lo que no se tiene se busca de buena forma. Se trata de trabajar. Pero el buen trabajo escasea. En consecuencia, si es necesario, se toma la vía contraria y se roba. Hay una cuestión filosófica que sostienen los Shibata que indica que si una cosa está en la estantería de un negocio, no es de nadie. Una visión muy particular de la cuestión! Por otra parte, también sostienen que deben robar algo necesario sin que ello signifique una pérdida económica considerable para su dueño.

Lo notable del film es que esto que parece una familia, realmente lo es. Cada uno de los personajes asume su rol en un todo de acuerdo con las convenciones sociales. El presunto padre, quiere ser padre. La madre ejerce como madre. La Abuela, ni que hablar, la Tía, ídem, y los niños son tratados y se sienten como hijos. Lo que llamaríamos una familia informal. Aquí el afecto es el combustible diario que los alimenta como “familia”.
En esta cuestión que plantea Kore-eda son los sentimientos el factor de unión de la familia y no los lazos de sangre o legales que pudieran tener. Pero más allá de eso, lo que pone en cuestión, es la absoluta prescindencia que la familia tiene del Estado, tanto como la frialdad con que el Estado trata este problema.

El gran contrapunto está al final, donde Kore Eda, con absoluta inteligencia y sagacidad pone en cuestionamiento todo el sistema de asistencia social cuando deja observar que el sistema pretende mantener la custodia de los niños cuando los niños no son el problema sino la falta de asistencia social que tienen los padres.

Además de ello, Kore-eda genera una serie de escenas memorables en las cuales aflora el espíritu humanista del que está impregnada toda su obra, a la vez que muestra la necesidad que tienen sus personajes de mantener ese espíritu familiar que le da sentido a sus vidas. Seres a los que, por otra parte, la marginación, la mayoría de las veces no les permite una vivencia directa de los acontecimientos que ocurren, sino indirecta a través de un sonido, como el festejo con fuegos artificiales que tienen lugar en otra parte y ellos solo pueden escuchar, el entierro clandestino de la abuela dentro de la propia casa como tratándola de conservar dentro de un marco hogareño lejos de una sociedad que solo les impone frialdad y reglas que no pueden cumplir, el padre compartiendo un plato de fideos con su hijo que ya se ha hecho un hombre, y sobre todo, el viaje a la costa de toda la familia para poder acaso pisar y sentir el calor de la arena y disfrutar del refresco de un baño de mar.

Estamos ante un film básicamente visual, una obra de madurez que debe ser reflexionada dentro de un contexto particular, el Japón, pero que alcanza niveles universales dado que los problemas sociales que presentan están presentes hoy en día en la mayor parte del mundo, donde el trabajo humano escasea y aquellos que no han recibido la debida educación o que deben vivir en los márgenes de la ciudades tienen enormes problemas de subsistencia dado que su marginación los arrastra a los bolsones estructurales de pobreza.

Es cierto también que estos personajes de Kore-eda son de una marginalidad extrema, como si se hubieran caído de los propios límites de la pobreza donde el Estado es incapaz de llegar, y ellos mismos ni consideran la existencia del mismo porque su intervención sería la de una fría burocracia que en todo caso los desmembraría como familia y los condenaría con su ayuda a la soledad total. Por eso huyen, se esconden, y viven donde el propio Estado es incapaz de llegar.

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