UN CAMINO HACIA LA NADA
Destrucción describe la odisea moral y existencial de Erín
Bell, una detective de Los Angeles, quien en su juventud participó de manera
encubierta en un robo a un banco cuyos resultados fueron trágicos. Dieciséis
años después, Erín llega al lugar de un crimen, encuentra en la mano del occiso
un billete de dólar, mensaje inequívoco que el pasado ha vuelto, que la obliga
moralmente a tomar un camino de regreso.
Nicole Kidman asume un papel de Erin cuyo protagonismo es
absoluto. Para ello, se sumerge en el personaje tanto física como
emocionalmente, más allá de ciertos detalles desprolijos de peluquería y
maquillaje que se evidencian en forma muy torpe para una película de alto
presupuesto, su criatura tiene dos caras. Por un lado, la de su pasado, lo cual requiere
una máscara de rejuvenecimiento. Por otro, la de la actualidad, una mujer
vencida por la vida a los 40 años, 16 años después de los hechos que dan lugar
a la trama. Ese proceso que alude al paso del tiempo es la clave de un policial
muy negro donde está veterana oficial se enfrenta a su pasado, aún abierto y
sangrante, para poder resolver un crimen y dar un punto final a una agonía.
Erín Bell es un personaje brutal que se moviliza empujada
por la necesidad de venganza y parece impotente de poder arreglar racionalmente
el mundo que la rodea, como también incapaz de componerse a sí misma. La única forma
en que ella se siente capaz de resolver el crimen en este thriller negro es a través
de la violencia. Su bloqueo para cambiar las cosas es tal que no ve otro camino
para poder modificar ese caos en el que se ha sumergido. Erín, en todo momento,
trata de hacer lo correcto, tanto para su hija como para su trabajo, pero está
tan perdida que no sabe cómo hacerlo.
Destrucción es también un relato sobre la marginalidad en
las grandes ciudades, en este caso, los bajos fondos de un Los Angeles, visto desde
la mirada de su protagonista. Por eso, Kusama acerca la cámara a la cara de
Kidman como si esos ojos testigos de una ruina nos estuviera rogando que no
olvidemos, que ese personaje violento es un ser vivo, tiene sentimientos, y
sufre un calvario irresuelto.
Estamos ante una película donde el crimen es una realidad y
el castigo se cuece lentamente siguiendo el camino del sentido de la
culpa. Hay una reminiscencia dostoievskiana
en Destrucción, un policial clásico vestido con un ropaje moderno, dirigido por
una mujer que sabe hacer cine y a la cual no le molestan los lugares comunes
porque sabe cómo utilizarlos. Su film avanza en función de la complejidad del
relato, en torno de una culpa que se arrastra del pasado pero que la ha marcado
para siempre, que engancha al espectador y lo mantiene interesado durante todo
el metraje.
No obstante estos comentarios, hay en el film una sensación
de percibir algo trillado, como ya conocido, algo que remite al lugar común en la
descripción del personaje principal y algunos secundarios, a los que ni el
guión ni la dirección de Kusama pueden
eludir o evitar. Algo que busca humanizarlos, hacerlos más cercanos al
espectador, como si tratara de convencerlo que se trata de seres verdaderamente
reales viviendo situaciones límites donde aparecen aspectos de la otra vida de
cada uno de ellos, donde ni unos son todos policías ni los otros todos ladrones
sino seres normales que viven una vida, tienen una familia, una casa e hijos
que educar independientemente de su actividad.
En ese sentido la descripción de Erín suena algo falsa. Todas
las frustraciones que ella arrastra las ha volcado alrededor de su mundo
personal. Su marido, su hija y su casa, se han transformado en una serie de
pérdidas que son prácticamente imposibles de recuperar. Es allí donde la
actuación de Kidman o la dirección de Kusama fallan, porque ambas caen en la necesidad
de recuperar o de salvar a un personaje que no puede evitar su lumpenaje. Por
más duro que sea debemos admitir que es imposible que de la locura diaria y la
forma de vida a que se ve sometida Erín pueda lograr y transmitir un equilibrio
personal y comportamiento ejemplar hacia una niña adolescente que está al borde
de su rebeldía y liberación personal.
En síntesis, a pesar de algunos problemas de ritmo y
confusión, algún que otro estereotipo en los personajes, el film presenta una
historia interesante, humana, no lineal, cuyas idas y vueltas hacia el pasado
van marcando una huella que será difícil de borrar. El pasado condiciona y es
difícil de olvidar. Erín es una víctima más de un sistema que no perdona la
ambigüedad moral.
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