DE LA PAZ A LA VIOLENCIA
Contada en dos tiempos diferentes, un pasado remoto y un
presente impreciso, el dúo Gallego / Guerra nos narran una historia sobre como
las comarcas pastoriles de Colombia descubren el valor comercial de la planta
de marihuana y como ello desata una guerra tribal con el propósito de controlar
el negocio.
Con grandes reminiscencias de El Padrino, aquella trilogía
inolvidable de Francis Ford Coppola, narra la historia de dos amigos que entran
en el negocio con el simple propósito de ganar unos pesos, y terminan
transformándose en capos de una mafia que entran en una guerra con el clan
vecino.
El film de Gallego / Guerra no es una película más sobre
los carteles de la droga. Su acercamiento a los hechos lo hace de manera imprecisa
que parece estar narrada bajo los efectos de un alucinógeno a la vez que sus
imágenes golpean al espectador con la crudeza de una estética que se acerca al
realismo mágico que tan particularmente recreara en forma literaria Gabriel
Garcia Márquez.
La vida caótica en que entran los personajes los va envolviendo
en una vorágine de violencia que no solo terminará destruyendo sus vidas sino
también la de la tribu misma. Una idea que da vueltas sobre toda la trama es la
del laberinto. Tanto el consumo como la misma comercialización de la droga va
tejiendo un entramado que no deja salida en su espiral de adicción, desconfianza,
y violencia. La vida campesina, la espiritualidad del hombre, la unión de la
familia, se van perdiendo en pos de la materialidad del dinero, la corrupción y
la codicia del hombre.
Como en El Abrazo de la Serpiente, el film anterior de
Guerra visto en 2016 en Argentina, el film es primero una reflexión sobre la
inescrupulosidad y la bajeza del ser humano, capaz de someter y matar al
semejante impulsado simplemente por un vil motivo económico. Y segundo, un
viaje al interior de las etnias que habitan y dan origen al ser colombiano,
analizando la destrucción de una antigua cultura indígena.
Los hechos del film se concentran en el territorio rural de
la Guajira, en Colombia, en medio de zonas desérticas y habitantes que
mantienen sus propias tradiciones. El film muestra la colisión entre la codicia
del ser y una antigua comunidad indígena donde la pérdida cultural es
infinitamente superior a la prosperidad social generada concentrada básicamente
en los jefes de la mafia que tienen tanto el control de la producción como el
de la comercialización de la droga, dando simplemente trabajo a miles de
pequeños traficantes que a la postre son los que pagan con la cárcel o su vida
el debido respeto de la ley.
Visualmente la película se destaca por la economía de su
lenguaje. Con pequeños saltos temporales se muestra como los protagonistas
ascienden tanto económica como socialmente, de vivir en una choza a una
mansión, o de usar una avioneta a tener una flota para transportar la droga. Más
tarde, una referencia temporal nos lleva a los años 60. Un casamiento entre dos
miembros de tribus vecinas, dote mediante, será la oportunidad de integrar el negocio
(producción y comercialización), a la vez que observamos la mutación de las personalidades
gansteriles, cuya filosofía básica pasará por aquello del ojo por ojo, diente por
diente.
Lo que comenzó como una mirada a aldeanos pacíficos apegados
a sus tradiciones, se transforma en un film que retrata la guerra entre
carteles de la droga. El relato del film va mutando hacia una especie de tragedia
griega. Una historia que va de la pobreza a la riqueza y que pasa de la paz de
la vida campesina a la violencia descontrolada que generan los narcos. Un
precio muy alto, un peaje que destruye son solo la vida sino también la
cultura de un pueblo.
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