jueves, 23 de septiembre de 2021

EL PADRE QUE MUEVE MONTAÑAS de Daniel Sandou

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LA GELIDEZ Y LAS PASIONES

Nueva producción rumana que  resulta una gran sorpresa. Es un film para la reflexión dado que admite varias lecturas. En lo exterior, narra la historia de los esfuerzos de un padre por recuperar a su hijo que se ha perdido en una tormenta de nieve en una montaña que alberga un centro de sky en Rumania. Pero en su interpretación, puede leerse como una aguda reflexión sobre la corrupción del poder.

Detrás de la operación del rescate del hijo, una historia ciertamente convencional y ajustada al tipo “película catástrofe” que, muy bien narrada, sostenida con un suspenso permanente a lo largo de todo el metraje, sobresale la descripción de un personaje, el padre, un hombre mayor, que se ha separado de su mujer (madre del joven perdido), y que se ha vuelto a casar con otra mujer mucho menor que está esperando un hijo.

Esta situación origina una tensión enorme toda vez que el film se transcurre en un descanso de la montaña, en una estación donde habitualmente hacen una parada esquiadores y montañistas. Allí van a llegar tanto el padre del muchacho perdido con su nueva mujer, como la madre del muchacho. Allí se concentrará un típico triángulo amoroso donde el pasado y el presente de cada uno de ellos mostrarán las heridas, celos y pasiones irresueltas, donde todos desesperan ante la desaparición del hijo.

El film transita la tragedia con equilibrio, despertando el interés del espectador tanto por lo que va a pasar como por lo que ha pasado. La película se afirma en la personalidad del padre, el cual se transforma en el personaje más interesante, particularmente porque tiene un pasado que ha dejado sus huellas. Es un hombre que ha trabajado para los servicios secretos. De ello, posiblemente deriva su formación autoritaria, la cual manifiesta en cada escena, dando una idea cabal de lo que ha sido un funcionario del Estado con una formación de la época comunista.

Este es Mircea (Adrián Titeni en una actuación extraordinaria), un hombre egocéntrico, de unos 60 años, acostumbrado a mandar y que se haga su voluntad. Es un claro resabio de una época pasada, un claro exponente de un régimen autoritario. En él hay resabios de un egoísmo que va más allá de la desesperación de la tragedia que está viviendo. Es un hombre para el cual el tiempo se ha detenido, anclado en el pasado donde la pérdida del hijo comienza a representar la definitiva imposibilidad de un futuro.

El cambio de época entre los dos matrimonios también puede observarse como reflejo de la situación política rumana. Un antes y un después. Un sistema rígido operado durante la época comunista contra vigente democracia moderna respaldada por la comunidad europea, y una fuerte religiosidad fundamentada en la cristiandad y los siglos, atravesada después por la segunda guerra mundial y el comunismo. Y de pronto, la caída del muro de Berlín y el advenimiento de una nueva democracia, que le devuelven al pueblo valores que le desconocieron durante décadas.

Al lado de Titeni destacan las actuaciones de Elena Purea y Judith State, dando vida al convencional pero brillante guion de Christian Routh y sobre todo la fotografía de Tudor Vladimir Panduru, un hombre que saca provecho de la gelidez del paisaje para envolver las pasiones encontradas y el drama en estado latente que relata la película. En síntesis, una película interesante y atrapante.

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