EL MANDATO DE LOS SENTIMIENTOS
Podemos decir que Sam Mendes es un director consagrado. Ganador de un Oscar en 1999 por su trabajo de dirección en “Belleza Americana” (1999) y reconocido por otras obras importantes como el film bélico “1917” (2019), donde demostró su capacidad creativa generando una de las secuencias bélicas más realista y aterradora de la historia del cine.Ahora vuelve con otra película muy personal y
trascendente donde logra registrar el mundo de los sentimientos que va más allá
de la mera emoción, al dar vida a un grupo de personajes notablemente
interpretados que escapa de la soledad yendo al cine.
En este nuevo film reflexiona sobre el cine mismo, sobre
su destino, dando vida a una historia en torno a un cine de la costa inglesa
donde un grupo de personas, algunos mayores y otros más jóvenes, continúan
yendo a una sala de cine para disfrutar de una película.
Los motivos para ir al cine pueden ser diversos. Algunos
lo harán para entretenerse, otros para olvidarse de los problemas de la vida, o
para enterarse de cosas que pasan, o simplemente, ver una película, ficcional o documental. No importará el género, ni la
procedencia, ni los actores o directores. El público será constituido por un
pequeño grupo que es fiel, fan del cine. Personas que se sienten encantadas de
mirar una pantalla casi en soledad. Es una pequeña audiencia que disfruta de
una narración creada por imágenes y sonido que suele fascinarlos, los convence
de volver y les crea un hábito.
Paradójicamente, el film habla de un fenómeno extraño.
Pareciera que el cine está muriendo, no obstante, existe una renovación de
público. Sigue habiendo gente que continua yendo al cine. El cine sigue siendo
algo fuera algo fuera de lo común. Tal vez no importan los actores, ni los
directores, fotógrafos o músicos. Para esos espectadores, el cine es inmortal. Ni la televisión ni Netflix
pueden cambiar el objetivo de ese “ir al
cine” que solo tiene el objetivo de ver una película en una sala oscura con una
pantalla grande.
El Imperio de la Luz no es solo eso. Va mucho más allá.
Mendes es un director hábil y obviamente un cinéfilo natural. Su obra no solo
rescata la vieja sala de cine sino que re vive los géneros y sobre todo a los
personajes, sino crea seres ficcionales que son puro sentimiento, donde la
existencia del otro no es una simple complejidad sino un compartimiento de
sensaciones.
En su visión del cine, el público no es una masa. Cada
espectador es un ser diferente que tiene sus propios gustos y sus propias
referencias. No constituyen una cofradía ni mucho menos. Algunos de ellos son mayores,
otros adultos, y muchos son jóvenes
dispuestos a descubrir el cine o que ya lo han descubierto y se han
unido al grupo.
Con gran lucidez, Mendes se las arregla para construir en
torno al cine una idea de la realidad, donde el público no solo es un espectador
sino una persona con una vida real, que tienen sentimientos, sufre penurias, el
día le sucede como a todos y donde la fantasía se encuentra en la oscuridad de
la sala constituyendo un pasa tiempo que por otro lado, paradojicamnete, es manejado
por una industria poderosa que marca pautas y costumbres.
En ese mundo, destacan particularmente los besos, las
caricias, los abrazos, los odios, gestos de humanidad donde la gente busca a la
gente compartiendo un espacio común, risas y lágrimas, dando fe que el cine no
está muerto.
Cambiaran los espacios,
las salas, los proyectores, los actores, las actrices, los guionistas, los
directores, los fotógrafos pero todo seguirá siendo ¨cine¨ y tan solo se reduce
al gusto de ver una proyección de imágenes que ha determinada velocidad crea una
ilusión de movimiento que sigue encantado a mucha gente.
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