EJERCICIO DE ESTILO
Muy de vez en cuando Hollywood toma riesgos. No es lo
habitual. Profesión Peligro, es ahora, la excepción. Esta película es diferente
a lo que ya hemos visto. Estamos frente a un film de intriga, difícil de catalogar.
Un stunt tiene un accidente y en realidad le piden que vaya a Sydney donde se
está filmando otra película.
Esta película tiene acción, comedia y romance, pero
fundamentalmente, suspenso. Escrita por Drew Pearce, es interpretada por Ryan
Gosling y Emily Blunt y se transforma inmediatamente en una película de género
que rompe claramente los parámetros, produciendo una renovación casi
inconsciente del mismo. Por otra
parte, su origen proviene de una adaptación de una serie de televisión de la
década de 1980, que lleva el mismo nombre, estelarizada por Lee Majors, y creada
por Glen Larson.
Este film podría ser considerado como una obra renovadora
de un género, una rara osadía de un autor que se consolida en una moviola
realizando un relato de calidad majestuosa con un moderno tipo de lenguaje
basado en un montaje hecho añicos como muy pocas veces ha realizado el cine de
Hollywood.
La película es una obra que partiendo de un capítulo de
una serie de televisión, se va liberando de toda atadura narrativa y apoyándose
en una trama mínima se transforma en una persecución que prácticamente dura
toda la película, y se eleva hacia una obra de puro montaje que bien podría ser
no solo en una obra original sino también en una de “culto”.
La trama encuentra a Colt Seavers, un doble de riesgo, interpretado
por Gosling que entra en romance con una camarógrafa devenida en directora
llamada Jody (Emily Blunt), donde ocurrirá un accidente que origina una
persecución donde el amor, el misterio y el suspenso producen un vínculo que
atrapa al espectador.
Sin ánimo de descubrir la trama y resolución del film,
insisto en que lo más importante que genera la película es recuperar un género,
llevando la forma de narrar basada a puro montaje, la cual establece un ritmo, y
una velocidad narrativa súper rápida, que establece un estilo narrativo que busca
enganchar al espectador usando al actor como un mero narrador que el público no
ve pero imagina.
Este estilo nace en la sala de montaje, donde no solo establece
el ritmo de la película, sino incorpora al espectador como participe de lo que
está ocurriendo en la pantalla, una especie de realidad virtual que lo ubica en
la misma posición que el personaje.
La película resulta un film que se hace a sí mismo. La
trama envuelve al espectador, lo atrapa y solo lo suelta cuando aparece el
famoso “the end”.
Obviamente, tanto la parte autoral como la actuación, la
fotografía y la música, coadyuvan al logro deseado cuya mayor virtud, es la de
entretener. El film logra sus objetivos de transformar la posición del mismo
haciéndolo participe de la acción aunque se trate de pura ficción.
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