La familia Dumar se dedica
a la música. Son violinistas de primera línea y han pertenecido a las orquestas
más importantes de Europa, actuando en las principales capitales del mundo. El
oficio se transmite de padres a hijos. François, el padre, está terminando su
carrera. Por otro lado, Denis, su hijo, acaba de ganar un premio que lo coloca
en una posición más que destacada dentro de la sociedad musical. La cuestión
que plantea es “cómo se lo digo a mi padre”.
Lejos de celebrar el
momento con alegría, estalla una cuestión de celos entre padre e hijo, cuando François se entera de que su hijo ha
sido elegido para dirigir la orquesta de la Scala de Milán. Es decir, su propio
objetivo. Su hijo está accediendo a un pedestal que debería ser para su padre. Éste
quedará en el camino y no podrá acceder a su gran sueño Una crisis de celos
malsanos estallará en la familia.
El film se transforma en
una en una especie de lucha ciega y sorda donde el padre no puede aceptar la
pérdida del pedestal donde pisaba, y por otro lado, compartir la felicidad de
su hijo que estaba llegando al podio.
Desarrollada como si fuera una tragedia clásica,
muestra, por un lado, el momento de sufrimiento de un hombre mayor que descubre
que ha llegado a su techo sin darse cuenta de ello. Pero por otro, que la
semilla que ha plantado ha crecido y dado sus frutos.
Esta película no muestra el duro enfrentamiento
entre un padre y su hijo sino un momento de la vida en el que un hombre llega a
su sima, y por otro, su hijo, lo sustituye y continúa. Es, posiblemente, una
ley de la vida. Entre ellos existe una rivalidad
sorda y solapada que nunca saldrá a la luz por el lazo parental. Pero el
enfrentamiento está.
El film es una sucesión de primeros planos donde
está clara la necesidad de conexión entre ambos. Uno está ahora en la cima. El
otro lo ha estado. Prácticamente, uno ha remplazado al otro.
El director Bruno Chiche desarrolla este drama
encerrándolo en primeros planos que enfatizan la estrechez del vínculo
padre/hijo, pero por otro, saca provecho de una rivalidad que marca la posta
generacional. La música y sobre todo, la fotografía, enfatizan en primeros
planos muy expresivos que siempre remarcan la proximidad entre ambos, una
especie de sufrimiento generacional imposible de evitar toda vez que uno y otro
han llegado a la cima de sus posibilidades y están compitiendo donde uno ya ha
dado todo y el otro tiene la posibilidad, en función de su juventud, de dar
más, y sobretodo, influir sobre lo nuevo.
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