La matriarca es un film de personaje, donde brilla la
gran actuación de una actriz inglesa llamada Charlotte Rampling, en una
actuación sobresaliente de características más teatrales que cinematográficas,
escrita y dirigida por Matthew J. Saville, quien desarrolla el encuentro entre un
joven adolescente y su abuela, la cual siente que está cerca de su muerte.
Este film, producido en Nueva
Zelanda, desarrolla un relato clásico de encuentro personal donde abuela y
nieto perciben que ha llegado la hora de comunicarse, lo cual es mucho más que
eso, implica comenzar a conocerse,
disfrutar de la compañía del otro, y estar lo más cerca posible de ese ser que
todavía no hemos terminado de conocer.
En este caso, se presenta como
un sentimiento reciproco. Ambos perciben el momento. Uno porque sabe que pronto
llegará el momento de su muerte. El otro, porque todavía apenas ha llegado a la
adolescencia y no ha conocido a
su abuela ni aprendido a disfrutar de la sabiduría de esa mujer anciana.
La actuación de Rampling es
excelente, una actriz que no requiere presentación dado que su debut en el cine lo realizó de la
mano de directores tales como Luchino Visconti Y Liliana Cavani en La
caída de los dioses (1969), y, Portero de noche (1974), respectivamente.
En su reciente actuación se muestra tan sencilla como sabia. Sabe que el
público va a disfrutar de su actuación, y ella cumple con ese mandato dando
vida a una mujer anciana en silla de ruedas pero de mucho carácter y consiente que
lo que más le importa en este momento de su vida, es encontrar el amor de su
nieto, un adolescente que se encuentra en el
otro extremo, el del despertar de la vida.
Ella ha viajado a Nueva Zelanda para pasar un tiempo
junto a su hijo, con quien tiene una relación familiar lejana, y un nieto de 18
años que no conoce. En este último personaje, la Rampling encuentra su
contrapeso que da comienzo a un film que se
concentra en la lejanía de las relaciones familiares.
El director Mathew Saville sabe que
tiene un buen guion y una pareja de actores muy sólidos. En consecuencia, deja
que actúen y registra esa actuación para consolidar el material que más tarde, en
la sala de montaje, le dará sentido final
a toda la obra.
El resultado es notable, conciso, coherente. Logra unir dos puntas de la vida con sabiduría, actuando con espontaneidad y logrando que ese joven y esa mujer (nieto y abuela) se encuentren en un momento crucial e inolvidable de sus vídas
Ya hemos hablado de las actuaciones.
Otro logro puntual es la calidad de la fotografía en manos del francés Robin Galliegue. Acierta en el despliegue de
primeros planos, combinando con la
repetición de planos generales de la campiña neozelandesa, buscando airear ese círculo
cerrado que es un estado de situación familiar complicado, que tratan de generar un rencuentro familiar que
ponga las cosas en su lugar, dentro de un clima de unión.
Ópera de cámara a campo abierto, pinta
personajes y situaciones con honestidad, dejando de lado el golpe bajo y
queriendo unir las puntas que permitan una ansiada reconciliación familiar.
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