viernes, 3 de marzo de 2017

EL VIAJANTE de Asghar Farhadi




A Stella G,
Quien siempre me ayuda a entender mejor el mundo de los autores norteamericanos.

LA METAMORFOSIS Y SU GRADUALIDAD

Emad Ethenasi y su esposa Ranaa, una pareja joven sin hijos,  viven en Teherán en un departamento que debe ser evacuado porque graves fallas estructurales comienzan a producir grietas en las paredes y el estallido de vidrios y ventanas. Él es profesor de Literatura en una escuela secundaria y por las noches trabaja como actor. Ensaya el papel de Willy Lohan en la puesta en escena de “La Muerte de un Viajante” de Arthur Miller. Ranaa es ama de casa, y también es actriz. Está junto a Emad en la misma obra, y hará el papel de Linda, la esposa de Billy.

Emad es un muy buen profesor. Estimula a sus alumnos con lecturas y preguntas llevándolos a pensar y enseñándoles a cuestionar. Ahora están leyendo “La Vaca” de Gohlam Saedi y un alumno le pregunta como un hombre puede convertirse en una vaca, y Emad le contesta: “Gradualmente”. Esa gradualidad de Saedi parece estar sumamente emparentada a la “Metamorfosis” de Franz Kafka, donde un comerciante de telas se transforma en un insecto, donde pareciera ir desde la pérdida del sentido de lo social hacia el individualismo y egoísmo en su estado más puro.

Ni el edificio con fallas estructurales, ni el teatro de Arthur Miller ni la literatura de Saedi son aspectos decorativos del film sino más bien tres aspectos fundamentales que de manera metafórica utilizará el inteligente guión de Farhadi para reflexionar sobre la realidad de su país, ello es Irán, un país con un territorio inmenso donde viven 80 millones de personas que, a partir de 1979 con la huida del Sah Muhammad Reza Palevi y la instauración de una república islámica con fuerte predominancia en lo religioso, se convirtió en un bastión fuertemente hostil para Occidente en un enclave particularmente estratégico de la producción petrolera. Las características más importantes de esta conversión fueron una concentración enorme del poder en un grupo muy reducido de personas de caracteres fundamentalistas, y sus consecuencias, una disminución de las libertades individuales más básicas de sus habitantes.

Así como “La Vaca” puede hacernos reflexionar sobre la gradualidad de cómo un hombre puede convertirse en una bestia, de la misma manera puede interpretarse que las graves fallas estructurales de un edificio  de departamentos pueden ser las grietas que comienza a manifestar un régimen o de una sociedad que no ha logrado despegar a más de 40 años de una revolución sangrienta que los ha aislado en gran medida del mundo. Y de la misma manera encaja el mundo de Arthur Miller. “La Muerte de un Viajante”, que tal vez sea la obra más paradigmática de toda su literatura, cuestiona fuertemente el “modo de vida americano”, aquel que alude a la consecución de ciertos valores como formar una familia, tener la casa propia, y dar educación a sus hijos como metas fundamentales de la realización personal. Es en ese “viajante” que Willy Lohan, su inmortal creación teatral, no pudiendo alcanzar los objetivos del sueño americano, termina por corromperse y finalmente se suicida.

El proceso que Emad desarrolla en la película de Farhadi es similar. En el comienzo, es un hombre ejemplar. Buen marido, excelente profesor durante el día, talentoso actor durante las noches de teatro, inicia un “gradual” proceso de metamorfosis en su diario actuar producto de la falta de contención que le genera un medio que le es directamente hostil.
Obviamente, al promediar la película, ocurre un suceso que no vamos a mencionar que da comienzo a los cambios en su accionar y sus convicciones comienzan paulatinamente a trastrabillar, hasta encontrarnos en ese final en el que Emad, gradualmente, se ha convertido en “vaca”, es decir en bestia, lejos del excelente profesor y buen marido del principio. Es la metamorfosis del hombre en masa. Aquella masa impersonal que permite a los gobiernos llevar de un lado para el otro a todos aquellos que los siguen dando respaldo, tanto en forma democrática como dictatorial, la oportunidad de perpetuarse  a gobiernos desgastados sin ninguna posibilidad de sustento electoral.

Asghar Farhadi es un director iraní que tiene tan solo cuatro películas en su haber en las cuales su denominador común es la opresión del individuo. “A Propósito de Elly” (2009), rodada en el norte de Irán, en las playas del Mar Caspio, fue su ópera prima donde encerraba a dos grupos familiares en una playa donde desaparece uno de sus miembros. En 2011 filma “La Separación”, film cuyo título describe el proceso de divorcio de una pareja casada bajo las estrictas leyes religiosas y civiles impuestas por las costumbres iraníes. En 2013, en “El Pasado” narra una melancólica historia de amor en Francia donde un marido abandona a su mujer para volver a Irán, y después, arrepentido, regresar a Francia a buscarla. Ahora vuelve con este gran film que acaba de ganar el Oscar al Mejor Film Extranjero en Hollywood, y que está a la altura de aquel que lo hizo famoso.

En “El Viajante” no solo es responsable de la dirección del film sino también de su guión, un guión muy bien estructurado donde nada queda sujeto al azar sino que todo tiene una relación exacta de causalidad y consecuencia. Pero Farhadi brilla en la puesta en escena. La película es cinematográficamente deslumbrante. La precisión de la puesta, la elección de la “Muerte de un Viajante” como contrapunto entre la realidad que viven los protagonistas y la ficción de los personajes de Miller, a tantos años, y miles de kilómetros de distancia tanto física como cultural, pero tan cercanos en esa crisis existencial que experimentan ahogados unos en un sueño de clase media inalcanzable, y los otros, en su sueño de normalidad y libertad perdida. 

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