DE LA CULPA
PERSONAL A LA RESPONSABILIDAD SOCIAL
Una vez más nos
llega una película de los hermanos Dardenne, aquellos belgas que entre fines de
un siglo y principios de otro, nos fascinaron con trabajos tales como “La
Promesa”, “Rosetta”, “El Hijo” y “El Niño”. Un cine único y casi irrepetible
que abreva en el más puro neorrealismo italiano y que ellos lo traen en su
formato hacia el presente, rellenándolo con esas historias llenas de vida que
constituyen todo un fresco de los problemas sociales de nuestra época.
Los Dardenne
trabajan sus obras desde la idea misma del proyecto, elaborando un guión
cuidadoso que plasman en una puesta en escena meticulosa en una absoluta búsqueda
de realismo no exenta de cierto lirismo. De esta manera de trabajar surge una
obra que es siempre testigo de una realidad que caracteriza la sociedad pos industrial
de esta época. Seguramente los Dardenne no pueden cambiar drásticamente esta realidad,
pero sus personajes, aportan con pequeños gestos o acciones a que esa realidad
sea más soportable, más digerible. Ello solo es posible porque el cine de los
Dardenne lleva a la solidaridad como agente del cambio.
La cámara de
los Dardenne es siempre testigo de las acciones de los protagonistas. La mayor
parte de las veces, los sigue directamente, generando un cine de fuerte
contenido subjetivo, un cine testigo que hace que nosotros, los espectadores,
veamos y conozcamos lo mismo que ven y conocen los protagonista de sus films.
Esta nueva película
estrenada esta semana en Buenos Aires no es ajena a ello. Esta vez su
protagonista es una joven médica que hace clínica general en Seraing, Bélgica (cerca
de la frontera con Alemania), una pequeña ciudad de unos 60 mil habitantes que
tuvo su mayor esplendor en el siglo XIX, cuando se descubrieron minas de carbón
que dieron lugar a la producción de acero y cristal. Seraing fue una ciudad
floreciente hasta terminada la Segunda Guerra Mundial, momento en que comenzó su
declive hasta que a mediados de la década del 70 cerraron las minas y comenzó
el cierre de actividades industriales arrastrando enorme problemas económicos y
sociales.
La joven médica
Adele Haenel, magníficamente interpretada por Jenny Davín (carente de antecedentes
cinematográficos como suele suceder en todo el cine de los Dardennes), recibe en
su consultorio la visita de dos policías que tratan de identificar el cuerpo de
una joven de raza negra que ha sido encontrada muerta la noche anterior. Adele queda
conmovida porque la joven tocó el timbre del consultorio esa misma noche y no
fue atendida dado que llegó pasada la hora de atención.
Como consecuencia
de ello, Adele comienza a generar un proceso de culpa y en consecuencia, trata
de aminorar esa culpa tratando de averiguar el nombre de la occisa a los
efectos de enterrarla de manera tal que pueda ser identificada. Paralelamente,
un adolescente que atiende en su consultorio comienza a experimentar problemas
que aparentan más disturbios de conducta que afecciones de tipo clínico. Consecuencia
de ello, la película, que hasta allí era una clara muestra de las necesidades médicas
asistenciales que tienen los habitantes de esos barrios marginales, comienza a
transformarse en un policial estilo “Dardennes”, donde nuestra médica se convierte
en una pequeña discípula de Hércules Poirot, y luego en una “monja” al mejor
estilo hithcockiano.
Toda la
película está guiada por la doctora Adele, yendo de lo particular a lo general,
es decir, del sentimiento de culpa personal al involucramiento en el problema
social. Ella delante, la cámara de los Dardennes
por detrás, siempre atentos observando el
cuadro de miseria y pobreza que afecta los márgenes de las ciudades otrora
industriales, convirtiendo a su film en una pequeña joya del cine de denuncia,
mostrando una y otra vez la ausencia de un Estado que no está al menos donde debería
estar (a tan solo 150 km de Bruselas, sede del Parlamento Europeo, una ciudad habitada
mayormente por políticos).
Seguramente la
falta de atención médica o falta de médicos no sea la denuncia principal de la
película. Aquí hay consultorios y médicos, y los pacientes reciben una atención
adecuada. Pero lo que falta es contención a los problemas sociales que se
presentan derivados de la falta de trabajo estable, agravados por la aparición
de extranjeros, la mayoría de ellos personas de raza negra que, provenientes
del norte del África u otros países, terminan cayendo en actividades ilegales
tales como el tráfico de drogas y la prostitución. No obstante, una y otra vez es la falta de
trabajo el común denominador.
Un pequeño film
de los belgas pero contundente y eficaz en su denuncia. Los hermanos siguen
fieles a sí mismos, construyendo un cine muy personal y de características únicas
en el cine actual. Trabajan siempre juntos, son sus propios guionistas, filman
en su país de origen, carecen de estrellas consagradas en sus elencos, son económicos
en sus puestas en escena y logran filmes interesantes y contundentes en sus
denuncias que merecen ser vistos. Es una joya pequeña que luce sin llamar la atención.
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