OPORTUNIDAD Y TRAICIÓN
Danny Boyle debuta en el cine en 1994 con “Tumba a Ras de
la Tierra”, después de haber pasado tres años en la televisión británica. Su
debut fue auspicioso porque con un film de bajo presupuesto, lograba llamar la
atención con un policial negro cargado de un humor también muy negro. Su
siguiente film, y el que lo puso en un primer plano de la consideración no solo
de la crítica sino también del público, fue Trainspotting. Unos años más tarde llegaría
a ganar el Oscar 2009 por “Slumdog Millonaire”.
Trainspotting inauguraba un estilo que ya se insinuaba en su
película anterior. Boyle, en este film, narraba en forma vertiginosa e incluso,
rompiendo las reglas temporales, como así también confundiendo deliberadamente los
registros de realidad y surrealismo. Muchos consideraron que Trainspotting fue
en los `90 lo que La Naranja Mecánica en los ´70. La conmoción mundial
provocada por el film no tuvo lugar en
Argentina dado que la gran censura existente en aquella época impidió que el
film de Kubrick se estrenara a la par del resto del mundo. Aquí se vió 14 años
después, por lo cual pasó casi desapercibido por las carteleras porteñas
despertando tan solo la curiosidad cinéfila. (No obstante, fue un evento cultural
que ratificaba los nuevos aires políticos y dejaba abierto un “destape” que
caracterizaría a la nueva democracia).
Ahora nos preguntamos si tiene sentido haber filmado T2, la
historia actual de aquellos amigos que pasaban sus días en los barrios pobres
de la bella ciudad escocesa de Edimburgo, que como en la primera parte, también
tiene como propósito ser un sofisticado y enorme video clip para vender la
música de una banda sonora extraordinaria, con efecto Dolby mejorado, en
lamentables salas llenas de jóvenes que siguen la música al ritmo del
crunch-cranch de sus mandíbulas y el lamentable ruido del revoltijo del balde
de pochoclo, más allá del silbido de la succión del vaso de gaseosa acompañado
del clásico sonido del choque de cubitos en el fondo del mismo.
Más allá de eso, es la historia de cuatro jóvenes viejos.
El tiempo transcurre y los recuerdos quedan. Ellos siguen siendo los mismos. No
han cambiado. Boyle declara que no interesa tanto lo que sucedió con esos
muchachos sino cómo ven ese tiempo pasado desde el presente, como si la nueva
consigna fuera reconocerse. En realidad, siguen siendo los mismos pero un poco
más viejos. Más que ellos, lo que ha cambiado es el mundo en que viven que, en
realidad, los ha dejado más fuera que
adentro respecto de aquellos márgenes en
que correteaban 20 años atrás.
Si se quiere profundizar, algo que el film apenas permite,
dado que su velocidad narrativa imposibilita detención alguna para la reflexión
durante su desarrollo, se trata de una película sobre la decepción. En el
pasado, 20 años atrás, a estos amigos adolescentes no les importaba nada ni
nadie. Ahora, Renton (Ewan McGregor) que los había robado y escapado con el
dinero hacia Ámsterdam, vuelve arrepentido a devolverle a cada uno su parte de aquel
viejo botín. Además, se ha limpiado de drogas, ya no consume, hace vida sana, y
asumirá las veces de un redentor.
Pero el pasado siempre obra como un condicionador del
presente. El pasado siempre vuelve, decía Paul Thomas Anderson en Magnolia. Y
el pasado está de regreso queriendo
aclimatarse a los nuevos tiempos pero imposibilitado por un factor no
inclusivo. Este presente, lamentablemente, no admite el cambio generacional.
Spud (Ewen Bremmer), quien es salvado de un suicido por
Renton que llega justo a visitarlo, es convencido por este de reiniciar una
vida sana y comienza a escribir la historia del grupo. Allí reitera dos
palabras: Oportunidad y Traición, como si esas dos palabras sintetizaran la
historia del grupo. Es como una muletilla fatídica que los acosa. Siempre hay
una oportunidad, pero también siempre hay una traición a la vuelta de la
esquina. Esa traición se traslada también a los tiempos que vivimos. El cambio ocurre
y otorga la oportunidad. El tiempo transcurre, envejecemos, nos “dejamos estar”
creyendo acompañar el tiempo que vivimos, pero ese tiempo corre más rápido que
nosotros, se nos adelanta, se nos escapa y nos deja fuera de época.
¿T2: Trainspotting es más de lo que parece? El lujoso
envoltorio de video clip que la contiene, la perfección del sonido de la música
que acompaña, los personajes borders que la pueblan, la vertiginosidad del
ritmo narrativo, las licencias cinematográficas que se toma Danny Boyle para
contarla, más los baldes de pochoclo y los tubos de coca cola, hacen que
salgamos del cine tarareando música en lugar de pensar lo que hemos visto.
Pero… ¿y si nos detenemos un poquito? ¿Queda lugar para la reflexión? ¿O acaso
Boyle tuvo una gran oportunidad y sólo terminó con una traición a sí mismo?
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