Marcello Rubini, romano por adopción y periodista, lucha por
encontrar su lugar en el mundo. Dividido entre la mundanal y elitista sociedad
romana y una vida de pareja sofocante, busca cómo convertirse en un escritor
serio. Es un hombre inteligente, superficial, consumido por "la dulce
vida" de la riqueza, la celebridad y la autocomplacencia, de la que informa
y a su vez, desea.
Marcello Mastroianni está perfecto como el periodista sensacionalista
que sigue alegremente por Roma a una estrella de cine sueca (Anita Ekberg)
mientras deambula por los bares de la ciudad emborrachándose. También tiene una
aventura con una mujer madura (Anouk Aimee), mientras que su novia (Yvonne
Furnaux) parece volverse loca. Su vida parece estar vacía, informa sobre cosas
superficiales. Observa que la fama, la fortuna y las trampas del éxito no le
interesan. Comienza a darse cuenta de que la estrella de cine es algo fugaz en
su vida, los milagros no existen, y el horrible suicidio de su amigo (que
parecía felizmente casado y con una situación económica resuelta) le muestra la
fragilidad de la vida.
El protagonista se encuentra en una encrucijada. Es incapaz de ser
alguien o avanzar en alguna dirección. Carece de un objetivo. Está ensimismado
y proyecta ideales y sueños sobre otras personas. Pero a medida que proyecta
sobre otros, se da cuenta que no conoce realmente a esas personas y ellas sólo
constituyen un misterio, un pasatiempo o una decepción para él.
Fellini resume una era y una actitud haciendo una película sobre vidas
vacías y sin sentido. Steiner (Alain Cuny), su único verdadero amigo, será su
mayor decepción. Parece tenerlo todo, pero vive insatisfecho y perturbado.
Sylvia, (Anita Ekberg) es una actriz americana, una rubia exuberante de buen
carácter, que solo desea pasarla bien. Su padre (Annibale Ninchi) es un vendedor
viajante, un padre siempre ausente, incapaz de haber ejercido una influencia
positiva sobre él. Magdalena (Anouk Aimée)
es una aristócrata francesa incapaz de mantener un vínculo duradero con él. Lo
seduce una imagen que crea de ella en su propia mente. La única relación
realista que mantiene es su novia (Yvonne Furneaux), una mujer depresiva, a la
que descuida e incluso, ignora.
Marcello no sabe bien qué o quién es. Mantiene relaciones superficiales
con todos los que lo rodean porque es incapaz de comprometerse con alguien o
con algo. Es incapaz de asumir un compromiso porque no puede comunicarse o ver
a las personas tal como son. Él sólo ve proyecciones de sus propias
necesidades, aspiraciones, deseos u objetivos. Su alto nivel de autocomplacencia
lo lleva al auto desprecio, impidiéndole mantener relaciones duraderas con los
demás.
La historia que nos narra Fellini consta de ocho episodios, que
transcurren durante una noche y terminan al amanecer. Cada personaje describe
su propia crisis. Y lo único que los une en un todo coherente es el
protagonista de la historia, un observador de la naturaleza humana, que solo
frecuenta personas de la alta sociedad que parecen exteriormente felices y auto
realizadas. Sin embargo, cuando más las conoce, descubre que esas personas
están vacías, huecas, alienadas, y emocionalmente a la deriva.
La Dolce Vita es una película compleja. Mantiene el interés pese a la
antipatía de algunos de sus personajes. Cuando Marcello toma contacto con cada
uno de ellos, descubre la realidad, y esa realidad no lo satisface. Parecen la
encarnación perfecta de su propia persona. Seres vacíos, carentes de verdaderos
afectos, sin grandes objetivos en la vida porque lo han heredado todo. Esa, a
su vez, es la gran diferencia que tiene con ellos. El proviene de un hogar
humilde. Y es culto porque tuvo la posibilidad de estudiar. Pero ese puente entre
la cultura y la riqueza le es imposible de franquear. Y lo redescubre cada
mañana cuando regresa a su presunto hogar. La actuación de Mastroianni es maravillosa
y consagratoria.
En última instancia, la búsqueda infructuosa de Marcello parece un
dilema de tipo existencial, una búsqueda que abandonará al final, mientras mira
en la playa a una encantadora joven que parece poseer el conocimiento y la
comprensión que se le niega. El film nos deja, además, imágenes que se han
vuelto icónicas: la estatua de Cristo volando sobre el Vaticano, Marcello
besando a Ekberg en la Fontana di Trevi, la Vía Véneto abriéndose
entre las venas de Roma como una decadente y barroca experiencia hacia la Villa
Borghese…Un Fellini que parece pre anunciar el fin de una época, la del milagro económico
de la posguerra.
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