EL CAPITALISMO SALVAJE
John Paul Getty fue el hombre más rico del mundo durante el
siglo XX. Su fortuna superaba los 1000 millones de dólares y básicamente se
encontraba invertida en acciones de empresas, arte y antigüedades que ahora
pueden apreciarse en el Museo J.P. Getty de la ciudad de Los Angeles,
California, Estados Unidos.
El 10 de julio de 1973, una banda de delincuentes secuestró
a su nieto de 17 años, John Paul Getty III, en la Plaza Farnese de la ciudad de
Roma. El muchacho capturado fue llevado a Calabria, en el sur de Italia, donde
permaneció privado de su libertad hasta el 15 de diciembre de 1973, cuando fue
liberado previo pago de un rescate de 2,2 millones de dólares, exactamente la
cantidad máxima que el Sr. Getty podía deducir de impuestos. Un mes antes de su
liberación, los secuestradores habían cortado una oreja del muchacho y la
enviaron por correo a su madre.
El veterano Ridley Scott, autor de películas de culto como
la saga de Alíen y la famosa Blade Runner, toma el prolijo guión de David
Scarpa sobre el hecho policial y lo transforma en imágenes, dándole un ritmo
sostenido que narra paralelamente las frías relaciones familiares de los Getty,
en particular la confrontación entre la nuera y su famoso suegro, en medio de los
pormenores del secuestro. En esos casi 6 meses, no solo se discutió el precio
de un rescate sino también un entramado de relaciones basadas en el más puro materialismo.
Scott, navegando entre la descripción costumbrista y el
policial, agregando un fuerte sentido de humor inglés tendiente al absurdo, da
vida a esta obra que parece confrontar racionalismo contra sentimiento. Es que
el Sr. Getty se niega a pagar el rescate, sintetizando su pensamiento en una
frase que se volvería famosa: “Tengo 14 nietos. Si pago sólo un centavo por un
nieto, entonces tendré 14 nietos secuestrados.”
Hechos reales convenientemente dramatizados, dan lugar a
dos grandes actuaciones de Christopher Plummer como el Sr. Getty y Michelle Williams
como su nuera,
desaprovechando a Mark Wahlberg como jefe de Seguridad del
multimillonario que está absolutamente demás en la trama. El enfrentamiento
entre madre del secuestrado y el abuelo del mismo marca una relación que
constituye un enfrentamiento entre el sentimiento y la materialidad, el mundo
de los afectos, las emociones contra el universo del dinero y la codicia. El
anciano es un hombre que no vive rodeado de sus 14 nietos sino que lo hace
solitariamente en un castillo rodeado de sirvientes en el que acumula objetos y
obras de arte, todo aquello que no puede ser cambiado por amor sino por dinero.
Está claro que la vida no tiene precio. Pero la situación
planteada permite preguntarse, por ejemplo, ¿Es el personaje principal un avaro
o tan solo un capitalista? ¿Para qué sirve el dinero? ¿Cómo se distribuye el
ingreso? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Es necesario pasar toda una vida
acumulando capital? Algunas de estas preguntas las responde las propia ciencia
económica, otras la religión, alguna otra, el sentido común. La película las
deja planteadas para que cada espectador saque sus propias conclusiones.
Por otro lado, visto de esta manera el film parece poner
sobre el tapete cuestiones cada vez más actuales. Caído el muro de Berlín hace
ya casi 29 años, cabe preguntarse si el triunfo del mundo capitalista sobre el
mundo comunista ha conducido realmente a millones de personas a un mejor
estándar de vida. Y si es así, ese bienestar refiere a lo puramente económico o
es una mejoría que ha llegado vía una mayor libertad personal para las
personas, entendiendo como libertad la de moverse libremente a través del mundo
y decidir absolutamente sobre la propia vida. O en su defecto, acaso ha sido un
retroceso.
No estamos ante lo mejor de Ridley Scott, pero la película
deja verse, es entretenida y plantea cuestiones interesantes y actuales. El
film carece de equilibrio entre la dramaticidad de los hechos narrados y la
particular visión, la frialdad de un hombre de negocios que parcializa y empuja
la simpatía del espectador hacia la parte más débil del conflicto. Este
enfrentamiento desigual obviamente desnivela la objetividad, caricaturiza y deshumaniza
al personaje principal. ¿Acaso los ricos, no son también humanos?
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