viernes, 28 de diciembre de 2018

3 ROSTROS de Jafar Panahi


UN PANAHI EN ESTADO PURO

En una lucha permanente con el régimen de los ayatolás para poder ejercer su libertad de expresión y realizar el cine que desea, vuelve afortunadamente este incansable y lucido director iraní a nuestras pantallas. Recordemos que Jafar Panahi hace cine desde la clandestinidad dado que aún mantiene en su país la prohibición de escribir y filmar. No obstante ello, Panahi no ha perdido su fuerza de lucha contra el régimen, ni mucho menos su talento e inspiración. Como ya lo apreciáramos hace un par de años atrás en oportunidad del estreno de Taxi, ahora lo volvemos a ratificar con el estreno de 3 Rostros.

Éste no es un film fácil, menos un film pasatista. Es una meditación sobre el cine mismo, la libertad de expresión, y sobre todo la libertad del individuo sobre cualquier tipo de atadura: familiar, escolar, política, religiosa e incluso, cinematográfica. Bien podría decirse un canto a la libertad.

Compuesta de tres escenas, una corta y dos largas que insumen algo más de hora y media de proyección, la primera de ellas es un video que recibe el director donde una aspirante a actriz amenaza con su suicidio en caso que los padres no le permitan o la Academia no la reciba como estudiante. La escena está realizada con un celular, con una toma tipo selfie, dura unos 15 minutos, genera una tensión notable, y da pruebas que Panahi no está nunca dispuesto a poner límites a su creatividad e innovar en sus formas de expresión.

La segunda escena es un largo travelling a lo largo de un camino donde se va a buscar la verdad sobre dicho video. Para ello, Panahi se monta en una 4 x 4 y sale en compañía de la actriz Behnaz Jafari a recorrer caminos campesinos donde comienza a observarse el retraso agropecuario de un país potencialmente rico y la falta absoluta de una más justa distribución de la riqueza.

En la tercera escena se aclara el dilema planteado. En este tramo aparece con claridad la situación económica social del campesinado, la cuestión cultural hundida en las viejas creencias, lo imposibilitado por los estigmas religiosos que coartan la libertad del individuo más allá de cualquier creencia religiosa o régimen imperante.

Es entonces cuando el cine proscripto de Panahi surge con la fuerza del documental. En medio del campo, lejos de Teherán, donde puede observarse el país interior, el verdadero país, el enorme atraso del campesinado totalmente olvidado en la distribución del ingreso, donde la riqueza del petróleo parece no existir, donde el régimen de Teherán parece no tener necesidad de hacer valer su fuerza porque aquel campesinado nunca molesta hundido en sus ancestrales creencias y respeto por las formas mientras se dedica a la labranza de la tierra y la crianza de ovejas que le permite comer y abrigarse. Allí el Estado no solo está ausente sino que prácticamente no existe.

Película visceral del director iraní que va desde su pasión más íntima, la mirada a través del cine hacia una indagación de lo social, donde no solo se discute la capacidad de esa mirada sino también los alcances de la subjetividad y la necesidad de un desarrollo de la objetividad para poder descubrir la verdad y en consecuencia, hacer de la película una peripecia que se transforme en una búsqueda de una verdad casi absoluta.

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