UN PANAHI EN ESTADO PURO
En una lucha permanente con el régimen de los ayatolás para
poder ejercer su libertad de expresión y realizar el cine que desea, vuelve
afortunadamente este incansable y lucido director iraní a nuestras pantallas.
Recordemos que Jafar Panahi hace cine desde la clandestinidad dado que aún
mantiene en su país la prohibición de escribir y filmar. No obstante ello,
Panahi no ha perdido su fuerza de lucha contra el régimen, ni mucho menos su
talento e inspiración. Como ya lo apreciáramos hace un par de años atrás en
oportunidad del estreno de Taxi, ahora lo volvemos a ratificar con el estreno
de 3 Rostros.
Éste no es un film fácil, menos un film pasatista. Es una
meditación sobre el cine mismo, la libertad de expresión, y sobre todo la
libertad del individuo sobre cualquier tipo de atadura: familiar, escolar,
política, religiosa e incluso, cinematográfica. Bien podría decirse un canto a
la libertad.
Compuesta de tres escenas, una corta y dos largas que
insumen algo más de hora y media de proyección, la primera de ellas es un video
que recibe el director donde una aspirante a actriz amenaza con su suicidio en
caso que los padres no le permitan o la Academia no la reciba como estudiante.
La escena está realizada con un celular, con una toma tipo selfie, dura unos 15
minutos, genera una tensión notable, y da pruebas que Panahi no está nunca
dispuesto a poner límites a su creatividad e innovar en sus formas de
expresión.
La segunda escena es un largo travelling a lo largo de un
camino donde se va a buscar la verdad sobre dicho video. Para ello, Panahi se
monta en una 4 x 4 y sale en compañía de la actriz Behnaz Jafari a recorrer
caminos campesinos donde comienza a observarse el retraso agropecuario de un
país potencialmente rico y la falta absoluta de una más justa distribución de
la riqueza.
En la tercera escena se aclara el dilema planteado. En este
tramo aparece con claridad la situación económica social del campesinado, la
cuestión cultural hundida en las viejas creencias, lo imposibilitado por los
estigmas religiosos que coartan la libertad del individuo más allá de cualquier
creencia religiosa o régimen imperante.
Es entonces cuando el cine proscripto de Panahi surge con
la fuerza del documental. En medio del campo, lejos de Teherán, donde puede observarse
el país interior, el verdadero país, el enorme atraso del campesinado
totalmente olvidado en la distribución del ingreso, donde la riqueza del
petróleo parece no existir, donde el régimen de Teherán parece no tener
necesidad de hacer valer su fuerza porque aquel campesinado nunca molesta
hundido en sus ancestrales creencias y respeto por las formas mientras se
dedica a la labranza de la tierra y la crianza de ovejas que le permite comer y
abrigarse. Allí el Estado no solo está ausente sino que prácticamente no
existe.
Película visceral del director iraní que va desde su pasión
más íntima, la mirada a través del cine hacia una indagación de lo social, donde
no solo se discute la capacidad de esa mirada sino también los alcances de la subjetividad
y la necesidad de un desarrollo de la objetividad para poder descubrir la
verdad y en consecuencia, hacer de la película una peripecia que se transforme
en una búsqueda de una verdad casi absoluta.
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