LA OMERTÁ
La Omertá es la ley del silencio. Es considerada la ley de
las leyes en el mundo de la mafia. Su respeto obliga a no dar información a la
policía ni colaborar con la justicia por ningún motivo. Su quiebre, castiga con
la muerte. Su ejercicio es la lealtad.
La nueva película de Martín Scorsese trata este tema
basándose en un libro de Charles Brandt y un excelente guión de Steven Zaillan,
autor de los guiones de La Lista de Schindler y Gangs of New York (llevada al
cine por el propio Scorsese) que narra una historia basada libremente en la vida real que involucra a tres personajes,
uno de los cuales fue Jimmy Hoffa, el líder de la IBT (Hermandad Internacional
de Camioneros de los Estados Unidos), que desapareció misteriosamente el 30 de
julio de 1975.
Al estilo de su anterior Buenos Muchachos (1990), Casino
(1995), Gangs of New York (2002) e Infiltrados (2006), vuelve a narrar una
historia de gánsters que trascurre en la segunda mitad del siglo pasado.
El Irlandés será sin lugar a dudas una obra cumbre en la
filmografía del director. Con una duración de tres horas y media que se pasan
volando, Scorsese nos entrega una muestra contundente de su mejor cine. Partiendo
de un guión sólido y riguroso, la puesta en escena del director lo muestra
poseedor de una cantidad de recursos narrativos que logran enganchar al espectador
y mantenerlo atrapado a su butaca durante todo el metraje.
El personaje central, interpretado por Robert De Niro es
Frank Sheeran, un hombre de unos 40 años de edad, casado con hijos, camionero
americano que ha estado en la 2da guerra durante el desembarco aliado en Anzio,
Italia, que descubre algunas vulnerabilidades en el sistema de reparto de
carnes que decide explotar en provecho propio. De esta manera, comenzará a
proveerle cortes de primera a Russel Bufalino (Joe Pesci), un hombre de altos
contactos con la mafia, que le tenderá un puente casual con Jimmy Hoffa (Al
Pacino), el líder de los camioneros.
El film nos hablará de un rígido sistema que opera paralelo
a la ley desarrollando sus propias leyes y su propia justicia. En ese sistema no
hay leyes escritas pero hay conductas que se transmiten de generación en
generación, se manejan con el sentido común y permite ser alguien simplemente obedeciéndolas.
Los errores comunes son advertidos. Pero los errores graves se pagan con la
muerte.
El sistema opera con una verticalidad total. El que está
arriba tiene todo el poder y lo mantiene mientras es capaz de ser obedecido. No
hay lugar para el paso en falso. La debilidad deja afuera del sistema. La
traición o la rebelión conllevan la pena de muerte.
El Irlandés no solo es una historia entretenida sino que
está novelizada a partir de hechos reales que la prodigiosa pluma de Charles
Brandt volcó en un libro llamado I Heard You Paint Houses (Escuche que Eres
Pintor de Casas), que Steve Zaillan transformó en guión cinematográfico y Martín
Scorsese volcó en una imágenes inolvidables en las que acentúa una idea de
fatalismo, aquello que determina que los acontecimientos no se pueden evitar
por estar sujetos a una fuerza superior que rige los destinos del mundo. Esa
rigidez que lleva a la imposibilidad del cambio.
Los acontecimientos ocurrirán inexorablemente uno tras otro
porque todos los involucrados en la historia siguen un devenir del cual no
pueden esquivar ni escapar. Cada uno juega un rol determinado hasta el final, y
como en crimen y castigo, uno se pregunta si es moralmente condenable un acto
que responde a un objetivo es superior.
El film tiene por lo menos cinco grandes escenas: la
presentación del personaje, David Sheeran, su transformación como gatillo del
sindicato, el agasajo a Hoffa, su asesinato, y la escena final en la residencia
de ancianos son todas absolutamente antológicas. Y tengo que remitirme muy
lejos, tal vez al cine de mi niñez, para encontrar una película como esta, tan
solo comparable a Nido de Ratas, a Lawrence de Arabia, a Taxi Driver, a El
Padrino, o más recientemente, El Paciente Inglés ó Manchester by The Sea donde
la calidad narrativa y el interés de lo narrado confluyen para constituir una
gran película.
El personaje de De Niro es el de un ex soldado que participó
en la Segunda Guerra. Ha matado porque ha estado en ella. De regreso a su
patria, se gana la vida como un camionero hasta que se vuelve un hombre de
confianza de un sindicalista de Nueva York que comienza a utilizarlo como un
gatillo confiable. Él será finalmente el asesino de Hoffa. Nunca será condenado
por la ley. Su castigo será sobrevivir a su generación.
Las labores de De Niro, Pacino y Pesci son verdaderamente
antológicas. Scorsese, como director, filma sobre el tema que más le gusta,
disfrutando de lo que está haciendo, y da una clase magistral de cine. El
Irlandés, es cine en estado puro. No hay duda que existe un guión que el
director sigue fielmente, pero las imágenes de Scorsese hablan por si mismas.
Sus silencios nos dicen más que las palabras. Y las palabras entran en un
mutismo que solo dicen lo que tienen que decir.
A 43 años de Taxi Driver, y a los 77 años de edad, Scorsese
nos vuelve a maravillar con escenas memorables, un relato meditado, con una
maravillosa descripción de los tres personajes principales (merito aparte de
los tres grandes intérpretes), con una fotografía de Rodrigo Prieto que va de
imágenes fijas de primeros planos a movimientos notables como los del asesinato
de Hoffa que parece estar filmando como un paso de ballet. La prolijidad, la elegancia
y la variación de tonalidades de Prieto adaptando la luz a la necesidad de cada
escena son muy destacables. De la misma manera, el acompañamiento musical de
Robbie Robertson.
Estamos ante una producción de Netflix destinada al
televidente. Su estreno en los cines no será masivo y en Buenos Aires solo
estará en cartel una semana en un solo cine. Sus tres horas y media de
proyección exigen concentración y continuidad para su disfrute. El estreno cinematográfico
obedece solamente al cumplimiento de ciertas normas americanas que de esta
manera habilitan a una película para competir como candidata a los premios
Oscar. No comparto esta reglamentación. Privar al público cinematográfico de
una película como esta es una herejía de la comercialización. Su esplendor y
complejidad narrativa es tan grande que merece ser vista en un cine porque,
esencialmente, obliga a la concentración.
El Irlandés no es una película más en la vasta filmografía
de Martin Scorsese. Es una obra de
madurez que deberá ser colocada entre las grandes obras maestras de la historia
del cine.
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