miércoles, 24 de abril de 2019

LA GUERRA SILENCIOSA de Stéphane Brizé

UN DESEQUILIBRIO DE MERCADO

Hace tres años se estrenaba en Argentina El Precio de un Hombre cuyo título original es La Ley del Mercado, encabezada por el mismo actor y el mismo director y guionista. En aquel entonces, afirmé: Se trata de una mirada crítica sobre la deshumanización del factor trabajo, y su transformación en mercancía que al tener un determinado valor, se vuelve negociable.

En el estreno de esta semana, Brizé vuelve a hacerse presente con otra denuncia de similares características. Ahora toma un conflicto laboral que estalla en una empresa metalúrgica alemana, proveedora de la industria automotriz, que posee una planta industrial radicada en un pueblo cercano a París, donde trabajan 1100 empleados.

La cuestión se origina en la caída de un acuerdo laboral logrado un año antes con el sindicato de la compañía, que tenía como propósito salvar a la empresa de sus dificultades financieras, para lo cual, se había acordado que gerentes y trabajadores aceptaran un recorte salarial a cambio de la promesa de mantener sus empleos al menos en los próximos cinco años. La empresa viola unilateralmente el contrato antes de ese plazo, y toma la decisión de cerrar por falta de rentabilidad. Los trabajadores, conducidos por su portavoz Laurent Amadeo (el insuperable Vincent Lindon), rechazan la propuesta, y tratan de salvar sus empleos mediante una huelga que dura más de 3 meses.

El cine de Brizé brilla manifestándose a través de una gran variedad de recursos formales que le dan a la película un gran lucimiento visual. La combinación de elementos (el empleo del plano secuencia, el uso del primer plano, el estilo documental al servicio de una ficción) aplicados con corrección y justeza, son todos méritos del director, cuyo trabajo como tal supera ampliamente al guión que le da sustento. En todo momento el film desarrolla un estilo documentalista. Hay, ante todo, un tono de cine verdad.

No obstante ello, un guión que estructura bien la situación que genera el conflicto, encuentra su punto flojo en la descripción de los personajes donde privan los estereotipos y el maniqueísmo. La descripción de los dirigentes sindicales como las de los gerentes que representan a la empresa parecen más soldados en guerra que contrapartes buscando una solución común a un grave problema económico y social.  Los trabajadores se asumen como víctimas de un capitalismo extremo.  Los empresarios, son descriptos monstruos insensibles a los que solo les interesa la rentabilidad y los factores de mercado. El papel del representante del Estado francés es, simplemente, patético. Con esas condiciones no parece haber solución posible.

Cuando la película entra en sus escenas finales, Brizé se olvida de todo lo bueno que escribió y sobre todo filmó. Ese abandono de estilo nos devuelve a la butaca, entonces vemos con pesar como el film se desmorona por el peso ideológico que quiere imponer su autor, que hasta ese momento había manejado el discurso con cierto equilibrio, mostrando no solo el problema y sus consecuencia, sino también dejando entrever la visión ideológica contrapuesta de las partes. El film daba lugar a la esperanza de una discusión constructiva, aquella que deriva en un acuerdo. No hay duda que el trabajador defiende su salario y el empresario la rentabilidad de su empresa.  Pero es claro que el objetivo debe ser el acuerdo de las partes.

En ese momento, Brizé interrumpe su discurso con una escena de un dramatismo extremo. Ese rigor documental con que había ilustrado su discurso deja paso a la ficción, y la sacude con fuerza dramática. Brizé pierde el equilibrio con que había llevado adelante su discurso construyendo un film apasionante y cae estrepitosamente en el alegato ideológico, convencional y trillado en contra del capitalismo salvaje que ya todos conocemos.

Una verdadera pena que un film cuya factura es excelente, con una brillante puesta en escena se desbarranque en sus últimos 10 minutos y todo lo bueno que estilísticamente había realizado el director se venga abajo como un castillo de naipes. No obstante, cinematográficamente, quedan los méritos fríos de una reconstrucción de tipo documentalista realmente apabullante destrozada por el imperio de la ideología. El film, como el mercado, debería haber mantenido su equilibrio.

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