UN DESEQUILIBRIO DE MERCADO
Hace tres años se estrenaba en Argentina El Precio de un
Hombre cuyo título original es La Ley del Mercado, encabezada por el mismo
actor y el mismo director y guionista. En aquel entonces, afirmé: Se trata de
una mirada crítica sobre la deshumanización del factor trabajo, y su
transformación en mercancía que al tener un determinado valor, se vuelve
negociable.
En el estreno de esta semana, Brizé vuelve a hacerse
presente con otra denuncia de similares características. Ahora toma un conflicto
laboral que estalla en una empresa metalúrgica alemana, proveedora de la
industria automotriz, que posee una planta industrial radicada en un pueblo cercano
a París, donde trabajan 1100 empleados.
La cuestión se origina en la caída de un acuerdo laboral
logrado un año antes con el sindicato de la compañía, que tenía como propósito
salvar a la empresa de sus dificultades financieras, para lo cual, se había
acordado que gerentes y trabajadores aceptaran un recorte salarial a cambio de
la promesa de mantener sus empleos al menos en los próximos cinco años. La
empresa viola unilateralmente el contrato antes de ese plazo, y toma la
decisión de cerrar por falta de rentabilidad. Los trabajadores, conducidos por
su portavoz Laurent Amadeo (el insuperable Vincent Lindon), rechazan la propuesta,
y tratan de salvar sus empleos mediante una huelga que dura más de 3 meses.
El cine de Brizé brilla manifestándose a través de una gran
variedad de recursos formales que le dan a la película un gran lucimiento
visual. La combinación de elementos (el empleo del plano secuencia, el uso del
primer plano, el estilo documental al servicio de una ficción) aplicados con
corrección y justeza, son todos méritos del director, cuyo trabajo como tal
supera ampliamente al guión que le da sustento. En todo momento el film
desarrolla un estilo documentalista. Hay, ante todo, un tono de cine verdad.
No obstante ello, un guión que estructura bien la situación
que genera el conflicto, encuentra su punto flojo en la descripción de los
personajes donde privan los estereotipos y el maniqueísmo. La descripción de
los dirigentes sindicales como las de los gerentes que representan a la empresa
parecen más soldados en guerra que contrapartes buscando una solución común a
un grave problema económico y social. Los
trabajadores se asumen como víctimas de un capitalismo extremo. Los empresarios, son descriptos monstruos insensibles
a los que solo les interesa la rentabilidad y los factores de mercado. El papel
del representante del Estado francés es, simplemente, patético. Con esas
condiciones no parece haber solución posible.
Cuando la película entra en sus escenas finales, Brizé se
olvida de todo lo bueno que escribió y sobre todo filmó. Ese abandono de estilo
nos devuelve a la butaca, entonces vemos con pesar como el film se desmorona
por el peso ideológico que quiere imponer su autor, que hasta ese momento había
manejado el discurso con cierto equilibrio, mostrando no solo el problema y sus
consecuencia, sino también dejando entrever la visión ideológica contrapuesta
de las partes. El film daba lugar a la esperanza de una discusión constructiva,
aquella que deriva en un acuerdo. No hay duda que el trabajador defiende su
salario y el empresario la rentabilidad de su empresa. Pero es claro que el objetivo debe ser el
acuerdo de las partes.
En ese momento, Brizé interrumpe su discurso con una escena
de un dramatismo extremo. Ese rigor documental con que había ilustrado su
discurso deja paso a la ficción, y la sacude con fuerza dramática. Brizé pierde
el equilibrio con que había llevado adelante su discurso construyendo un film
apasionante y cae estrepitosamente en el alegato ideológico, convencional y
trillado en contra del capitalismo salvaje que ya todos conocemos.
Una verdadera pena que un film cuya factura es excelente, con una brillante puesta en escena se desbarranque en sus últimos 10 minutos y todo lo bueno que estilísticamente había realizado el director se venga abajo como un castillo de naipes. No obstante, cinematográficamente, quedan los méritos fríos de una reconstrucción de tipo documentalista realmente apabullante destrozada por el imperio de la ideología. El film, como el mercado, debería haber mantenido su equilibrio.
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