Basada en la vida real del ladrón Forrest Tucker, quien siempre,
además, logró escapar de las cárceles donde estuvo detenido, narra los últimos
golpes de su vida en el medio oeste americano, a la par que inicia un otoñal
romance con Jewell, una criadora de caballos.
No obstante ello, el film es mucho más que eso. Es también
la despedida de Robert Redford como actor cinematográfico, una leyenda viva del
cine americano que en los años 70 se volvió uno de los actores más taquilleros
de aquel momento con películas como Descalzos en el Parque acompañado por Jane Fonda,
Nuestros Años Felices con Barbra Streinsand, o Butch Cassidy con Paul Newman.
Años más tarde, en 1980, también debutó exitosamente como director cinematográfico
ganando el Oscar por Gente Como Uno.
Un Ladrón con Estilo (The Old Man and The Gun) es anunciada
como su última película, la de su retiro de la actuación cinematográfica. Y la
leyenda Redford evoca aquí a otra leyenda, un ladrón de bancos al que le no le
gusta la violencia, y pese a ir armado, intenta no utilizar nunca armas de
fuego para lograr su objetivo. La película no plantea cuestiones morales. Tucker,
su personaje, es simplemente un ladrón, y sus andanzas la hacen sumamente entretenida
porque, además, se basa en hechos reales que protagonizó el delincuente Forrest
Tucker, un convicto que logró evadirse nada menos que de la mítica cárcel de
San Quentin.
Redford no se apodera de la vida de Tucker sino de su leyenda
y construye un personaje, minuciosamente, a su medida. Un hombre que roba por
el placer de robar. Nunca dispara una bala, nunca mata a nadie, pero logra
robar muchos bancos en el medio oeste americano. Vivió del producido de sus
robos y tampoco le interesó acumular dinero. Era alguien que simplemente disfrutaba
de la vida haciendo lo que más le gustaba. La idea marca un sentido de la
libertad más allá de cualquier convencionalismo. Era como el trapecista que se
columpia sin red. Tucker robaba bancos por el placer de robar, por la astucia
que desarrollaba en cada robo. Si lo agarraban, pagaba con la cárcel. En ese
caso, contaba con la fuga. Un hombre que siempre vivía al límite de sus
posibilidades.
Los personajes parecieran estar ligados al riesgo mismo que
representa el hecho de vivir. Así como Tucker encuentra el sentido de la vida
robando bancos y escapándose reiteradamente de las cárceles, su mayor
perseguidor, el policía John Hunt (muy bien interpretado por Cassey Affleck),
está obsesionado por detener a Tucker transformándose en la otra cara de una
misma moneda. Así vista, la película esta contando la historia de dos obsesivos.
Cada uno de un lado diferente, separados por el fino hilo de la ley. Ambos
están dispuesto a todo con tal de alcanzar su objetivo. La vida como un juego. El
juego del gato y el ratón.
El film parece preguntarle al espectador qué es lo
políticamente correcto. Inclusive, cuando la película promedia bien valdría la
pena pararla y preguntarle a espectador de qué lado está. Y posiblemente la
respuesta encuentre un favorable y más que contundente respaldo a favor del
personaje de Redford. Porqué ocurre esto si todos nosotros somos ciudadanos que
respetamos minuciosamente la ley? Qué ve el policía Hunt en el ladrón Tucker? ¿Será,
acaso un espíritu de libertad que es inalcanzable para él? El policía Hunt es un
hombre común que trabaja y vive guiado y sometido por el imperio de la ley.
La cuestión es que Tucker, que se retiró después de los 70
años, amaba su trabajo. Lo hacía sentir un artista más que un trabajador. Cada
robo era un desafío donde ponía en práctica una forma de robar diferente. Incluso
amaba improvisar. Esto lo alejaba de
cualquier tipo de rutina y cada robo era, como en el arte, una obra diferente.
En la película, la vida para Tucker parece un juego en el
que siempre está al borde de un abismo. Incluso, cuando ya cumplidos los 70
años se cruza en su camino Jewell, una criadora de caballos que tiene un rancho
en la zona, la relación que entabla con ella es pura seducción y magnetismo.
Como si esa relación fuera simplemente otro juego más, el juego de un gran seductor,
incluso, un juego a secas. Porque para Tucker la vida no es un drama sino un
juego. Tucker juega con Jewell hasta que se da cuenta que ella, como mujer, no
quiere jugar sino busca una relación estable. Ella quiere encontrar al hombre. En
ese momento de la película, él es detenido una vez más va a la cárcel y su
juego vuelve a empezar.
En otro momento del film, Jewell le pregunta si ha tenido
hijos. Tucker le responde “espero que no”. En esa frase, no solo pareciera
marcar una distancia de Jewell sino también enfatiza en una cualidad muy
americana: el héroe viril, solitario, individual: el héroe americano. Una
cualidad que caracteriza a dicha sociedad e incluso explica parte de su
bonanza, posiblemente emparentada con el modelo anglosajón con el que se
desarrolló la mayor parte de los Estados Unidos.
En todo momento el film es una gran elegía sobre la
libertad absoluta, aquella fuera de toda norma, ya sea sociales, legales,
religiosas, o morales. Tucker es, ante todo, un hombre libre. Eso lo hace un
hombre feliz. Redford pareciera replicarlo. Festeja, esta, su última película como
actor, feliz de haber realizado una carrera exitosa, que seguramente se
extiende también a su labor como productor y director, actividades en las
cuales también ha cosechado tanto méritos como éxitos. Él también ha logrado la
libertad de hacer lo que quiso hacer.
Con un muy buen guión de su autoría y una rítmica
dirección, David Lowery saca adelante el film de Redford (también productor) acompañado
de un grupo de actores entre los que lucen Sissy Spacek, Cassey Affleck, Danny
Glober, Tom Waits, y Keith Carradine, desenmascarando otro juego que es el juego
propio del cine. Una realidad virtual que nos permite reflexionar sobre la vida…
y nosotros mismos, sus actores.
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