martes, 16 de abril de 2019

UN LADRON CON ESTILO de David Lowery

DEL HOMBRE A LA LEYENDA

Basada en la vida real del ladrón Forrest Tucker, quien siempre, además, logró escapar de las cárceles donde estuvo detenido, narra los últimos golpes de su vida en el medio oeste americano, a la par que inicia un otoñal romance con Jewell, una criadora de caballos.

No obstante ello, el film es mucho más que eso. Es también la despedida de Robert Redford como actor cinematográfico, una leyenda viva del cine americano que en los años 70 se volvió uno de los actores más taquilleros de aquel momento con películas como Descalzos en el Parque acompañado por Jane Fonda, Nuestros Años Felices con Barbra Streinsand, o Butch Cassidy con Paul Newman. Años más tarde, en 1980, también debutó exitosamente como director cinematográfico ganando el Oscar por Gente Como Uno.

Un Ladrón con Estilo (The Old Man and The Gun) es anunciada como su última película, la de su retiro de la actuación cinematográfica. Y la leyenda Redford evoca aquí a otra leyenda, un ladrón de bancos al que le no le gusta la violencia, y pese a ir armado, intenta no utilizar nunca armas de fuego para lograr su objetivo. La película no plantea cuestiones morales. Tucker, su personaje, es simplemente un ladrón, y sus andanzas la hacen sumamente entretenida porque, además, se basa en hechos reales que protagonizó el delincuente Forrest Tucker, un convicto que logró evadirse nada menos que de la mítica cárcel de San Quentin.

Redford no se apodera de la vida de Tucker sino de su leyenda y construye un personaje, minuciosamente, a su medida. Un hombre que roba por el placer de robar. Nunca dispara una bala, nunca mata a nadie, pero logra robar muchos bancos en el medio oeste americano. Vivió del producido de sus robos y tampoco le interesó acumular dinero. Era alguien que simplemente disfrutaba de la vida haciendo lo que más le gustaba. La idea marca un sentido de la libertad más allá de cualquier convencionalismo. Era como el trapecista que se columpia sin red. Tucker robaba bancos por el placer de robar, por la astucia que desarrollaba en cada robo. Si lo agarraban, pagaba con la cárcel. En ese caso, contaba con la fuga. Un hombre que siempre vivía al límite de sus posibilidades.

Los personajes parecieran estar ligados al riesgo mismo que representa el hecho de vivir. Así como Tucker encuentra el sentido de la vida robando bancos y escapándose reiteradamente de las cárceles, su mayor perseguidor, el policía John Hunt (muy bien interpretado por Cassey Affleck), está obsesionado por detener a Tucker transformándose en la otra cara de una misma moneda. Así vista, la película esta contando la historia de dos obsesivos. Cada uno de un lado diferente, separados por el fino hilo de la ley. Ambos están dispuesto a todo con tal de alcanzar su objetivo. La vida como un juego. El juego del gato y el ratón.

El film parece preguntarle al espectador qué es lo políticamente correcto. Inclusive, cuando la película promedia bien valdría la pena pararla y preguntarle a espectador de qué lado está. Y posiblemente la respuesta encuentre un favorable y más que contundente respaldo a favor del personaje de Redford. Porqué ocurre esto si todos nosotros somos ciudadanos que respetamos minuciosamente la ley? Qué ve el policía Hunt en el ladrón Tucker? ¿Será, acaso un espíritu de libertad que es inalcanzable para él? El policía Hunt es un hombre común que trabaja y vive guiado y sometido por el imperio de la ley.

La cuestión es que Tucker, que se retiró después de los 70 años, amaba su trabajo. Lo hacía sentir un artista más que un trabajador. Cada robo era un desafío donde ponía en práctica una forma de robar diferente. Incluso amaba improvisar.  Esto lo alejaba de cualquier tipo de rutina y cada robo era, como en el arte, una obra diferente.

En la película, la vida para Tucker parece un juego en el que siempre está al borde de un abismo. Incluso, cuando ya cumplidos los 70 años se cruza en su camino Jewell, una criadora de caballos que tiene un rancho en la zona, la relación que entabla con ella es pura seducción y magnetismo. Como si esa relación fuera simplemente otro juego más, el juego de un gran seductor, incluso, un juego a secas. Porque para Tucker la vida no es un drama sino un juego. Tucker juega con Jewell hasta que se da cuenta que ella, como mujer, no quiere jugar sino busca una relación estable. Ella quiere encontrar al hombre. En ese momento de la película, él es detenido una vez más va a la cárcel y su juego vuelve a empezar.

En otro momento del film, Jewell le pregunta si ha tenido hijos. Tucker le responde “espero que no”. En esa frase, no solo pareciera marcar una distancia de Jewell sino también enfatiza en una cualidad muy americana: el héroe viril, solitario, individual: el héroe americano. Una cualidad que caracteriza a dicha sociedad e incluso explica parte de su bonanza, posiblemente emparentada con el modelo anglosajón con el que se desarrolló la mayor parte de los Estados Unidos.

En todo momento el film es una gran elegía sobre la libertad absoluta, aquella fuera de toda norma, ya sea sociales, legales, religiosas, o morales. Tucker es, ante todo, un hombre libre. Eso lo hace un hombre feliz. Redford pareciera replicarlo. Festeja, esta, su última película como actor, feliz de haber realizado una carrera exitosa, que seguramente se extiende también a su labor como productor y director, actividades en las cuales también ha cosechado tanto méritos como éxitos. Él también ha logrado la libertad de hacer lo que quiso hacer.

Con un muy buen guión de su autoría y una rítmica dirección, David Lowery saca adelante el film de Redford (también productor) acompañado de un grupo de actores entre los que lucen Sissy Spacek, Cassey Affleck, Danny Glober, Tom Waits, y Keith Carradine, desenmascarando otro juego que es el juego propio del cine. Una realidad virtual que nos permite reflexionar sobre la vida… y nosotros mismos, sus actores.

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