lunes, 20 de enero de 2020

EL ROBO DEL SIGLO de Ariel Winograd


EL QUE ROBA A UN LADRÓN…

A principios de los años 60 comencé a ver cine. Durante esos años el cine comenzó a cambiar mucho. En los 40 había aparecido el color, aunque su uso se masifica en los 50. En los sesenta, aparecen las vanguardias que intentan cambiar la forma de contar. También aparece la comedia a la italiana que no solo destaca en el registro costumbrista, sino también incursiona por los géneros, particularmente el spaguetti western, el giallo, y las películas de robos.

Dentro de este último género, los italianos hicieron un par de obras maestras. Los 7 Hombres de Oro de Marco Vicario (1965), con Philippe Leroy y Rossana Podestá fue una de ellas, Operación San Genaro, de Dino Risi, fue otra dentro de un estilo farsesco. Un Golpe a la Italiana, del inglés Peter Collinson (1969), con Michael Caine, fue filmada y transcurría en Italia con mucho gusto a lo italiano, cerrando una trilogía inolvidable. La influencia de ese cine llega hasta nuestros días, y sin lugar a dudas anima en el alma de El Robo del Siglo, está buena comedia de suspenso de Ariel Winograd.

La diferencia entre esta y aquellas es que los italianos trabajaron construyendo un guión ficcional.  En cambio, en la película argentina que se acaba de estrenar, la ficción es superada por la realidad. El Robo del Siglo se basa en el atraco real de las cajas de seguridad de Banco Rio en la sucursal Acassuso en el año 2006.

Con guión del propio director, muy bien sintetizado, que se concentra fundamentalmente en la acción de lo que está relatando, dejando mucha libertad de acción a sus actores para que cada uno componga su propio personaje. Dicha libertad, paradójicamente, atenta contra la composición de cada uno de ellos, sobre todo en los dos papeles principales, Fernando Araujo (Diego Peretti), cerebro de la operación, y Luis Vittete Sellanes (Guillermo Francella), el financista de la misma. Peretti y Francella son dos actores con fuerte personalidad a los que se encasilla normalmente en la televisión y parecen estar limitados a componer a sus respectivos personajes en la película a lo que hacen habitualmente en aquel otro medio.

El film puede dividirse en tres partes. La organización de la operación, el robo en sí mismo, y la detención de los criminales. La primera parte es la que permite el mayor vuelo. Si bien se maneja con clisés propios del género, presenta a los personajes, y describe con lujo de detalles la personalidad de los dos ladrones principales, humanizándolos y tratando de sacarlos de la maqueta.

La segunda parte del film desarrolla el robo y reproduce prácticamente lo que los artículos periodísticos relataron en las páginas policiales después de lo ocurrido. La parte más interesante del guión está relacionada con la aparición de un clásico negociador policial (Luis Luque) que busca lograr la libertad de los rehenes. Aquí la trama desarrolla la típica forma del gato y el pícaro ratón, colocando inteligentemente al público del lado de los rehenes haciendo que lo ya conocido forme parte de una escena que logra generar una escena podría llegar a ser antológica de nuestro cine.

El final es lo más flojo de la película, no por conocido, sino por la simpleza de la resolución cinematográfica. Todo lo bueno del guión como de la estructura cinematográfica se cae abruptamente sin ninguna clase de sustento. Los ladrones son atrapados uno por uno con la misma facilidad con la que se hubieran entregado. Esto desperdicia una película que dura casi dos horas haciendo sobrar 30 minutos finales que no aportan nada a lo ya conocido. En este tramo, impera una chatura cinematográfica impropia del film hasta ese momento, y que hace perder relevancia al buen trabajo del director.

En síntesis, El Robo del Siglo es un buen pasatiempo, con algunos pasajes cinematográficamente brillantes, pero hacia el final, se cae irremediablemente dado que la realidad de los hechos supera toda fantasía. No obstante ello, es una película entretenida, que deja verse, lo cual, dentro del panorama actual del cine argentino, no es poco.

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