sábado, 18 de mayo de 2019

EL CUENTO DE LAS COMADREJAS de Juan José Campanella


HABÍA UNA VEZ 4 ANCIANOS…


Basada en Los Muchacho de Antes no Usaban Arsénico de José Martínez Suarez, un film argentino de 1975, es una comedia de humor negro que ahora Campanella actualiza y revitaliza para reflexionar sobre nuestro presente.

No obstante señalar este antecedente, por otra parte, imposible de obviar, este comentario no pretende entrar en comparaciones con el film que le da origen. Entiendo que la película anterior fascinó a Campanella y como consecuencia de ello, se basó en ella para reescribir los personajes en una situación totalmente diferente: La actual.

Y en ese plano, es donde se luce la pluma de los adaptadores que replicando las mismas situaciones, logran que la película deje ese espacio necesario para pensar, pasando de ser una película divertida a ser una película que invita a la reflexión.
Es muy tentador ver ese caserón fastuoso venido a menos y compararlo con la situación del país. La necesidad de los cuatro viejos de vender la casa porque es imposible financiar su mantenimiento hacer ver a la aparición de una pareja de agentes inmobiliarios como una aparición mágica para solucionar el problema.

Pero la solución no es tan sencilla. Los agentes inmobiliarios son dos chantas que están lejos de solucionar un problema. Aparece aquí una la clásica visión mercantilista que hace pensar que toda relación comercial está penetrada por un espíritu de curro en el cual cabe la posibilidad de que los cuatro viejos sean estafados en su buena fe.

El nuevo film nos habla también de un choque generacional en el cual se han perdido valores tales como el respeto a los ancianos, donde la trayectoria llega hasta donde el éxito abandona, el engaño priva sobre la honestidad de las partes, y el parecer es mucho más importante que el ser.

Lo notable de este film de Campanella es que el choque generacional que describe aparece como una consecuencia del propio devenir de los personajes. Mara Ordaz, es una exitosa actriz retirada que en su mejor época ha podido comprar la mansión en la cual vive con su marido, también actor, acompañada de su médico y su administrador, a quienes ampara en su casa.  Es una existencia basada en la bonanza económica de otra época: un pasado esplendoroso.

Entre ese pasado y la actualidad, ha corrido el tiempo, dando lugar a tanto al deterioro de las cosas como al envejecimiento de las personas. El mantenimiento de la casa se hace difícil por la imposibilidad de mantener un flujo de ingresos constante. Al mismo tiempo, se observa un resquebrajamiento de las relaciones humanas, mantenidas más por la costumbre que por los afectos.

Cuando la venta de la casa se transforma en una posibilidad viable, todos los personajes sacan sus máscaras y quedan al descubierto. La mezquindad aparee entre los ancianos. Y los dos jóvenes agentes inmobiliarios muestran una nueva careta ultra competitiva que solo les permite ver la oportunidad de timar a aquellos “pobres viejos”.

Esta cuestión, donde priva el negocio, el éxito pasado no alcanza, y la observancia de la ley comienza a deslizarse por un hilo muy fino que termina cortándose, es lo que da lugar a la posibilidad de vivir de la estafa, donde las oportunidades no están basadas en el mérito sino en la sagacidad sin escrúpulos, ignorando la existencia de la ley para que solo rija la fuerza o la viveza criolla.

Campanella, acompañado del  guionista estadounidense Warren Kloomok, adaptó la obra a los tiempos actuales, congregó a un casting de notables: Graciela Borges, Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock (están estupendos), por  otra parte muy bien acompañados por la juventud de Nicolás Francella y Clara Lago, y logró revivir aquella vieja comedia, haciendo lucir su trabajo a la vez de regalarnos un nuevo film que brilla con luz propia en este momento de impasse que está atravesando el cine argentino.

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