sábado, 24 de marzo de 2018

LA REINA DEL MIEDO de Valeria Bertucelli y Fabiana Tiscornia



MOMENTO DE ENCIERRO

En primer lugar, el estreno de una película argentina siempre es bienvenido, especialmente cuando se trata de gente del ambiente que ha decidido dar un paso adelante para seguir construyendo ese tan necesario cine nacional, fuente de trabajo para mucha más gente. En este caso es la opera prima de Valeria Bertucelli, con una interesante carrera como actriz en cine y teatro, de Fabiana Tiscornia, una mujer con una larga filmografía como asistente de dirección de los más importante directores argentinos, y Marcelo Tinelli, un animador y productor de televisión que se destaca por sus grandes espectáculos y series televisivas.

El film, prolijamente realizado desde lo cinematográfico, cuenta con un guión que encuentra algunas dificultades. Le cuesta avanzar, se enamora de su personaje estrella, y termina girando siempre sobre lo mismo, en lo que se transforma en un hecho egocéntrico alrededor de su protagonista principal, Robertina, una actriz destacada que se encuentra en un momento importante de su vida: su marido la acaba de abandonar, esta frente a un inminente estreno teatral que protagoniza, y tiene un amigo íntimo en Dinamarca que está muriendo de una enfermedad terminal. Un entorno que indudablemente la condiciona.

La dupla Bertucelli / Tiscornia encierra las acciones dando un aspecto claustrofóbico al film. Hay en ello un mérito dado que el encierro constituye un riesgo que las directoras asumen desde la primera escena. Ese miedo del título se instala como una presencia desde el inicio de la película, la cual puede ser divida en 4 actos: una introducción en la casa de Robertina, un viaje a Dinamarca a visitar a su amigo enfermo, un regreso apurado para estrenar obra en el teatro, y un epilogo que cierra un circulo que obviamente no deja salida.

Robertina muestra las fobias que padece desde el comienzo del film. Su personaje encerrado y acelerado, que pareciera ir y venir rebotando por las paredes, manifiesta una neurosis difícil de sanar. Pide ayuda y lo hace a los gritos pero lo hace desde su encierro y en consecuencia nadie la escucha. Se siente una víctima, y seguramente lo sea, pero de sí misma.

Por otro lado vive en una vorágine que la lleva en el mismo momento que está ensayando una obra de inminente estreno a tomar un avión para visitar a su amigo enfermo en Europa. Es claro que el viaje es un escape de sí misma más allá de la profunda amistad y el amor que siente por su amigo. Pero es también un acto de profunda irresponsabilidad frente a sus productores teatrales. No obstante, ella está buscando tomar distancia yendo hacia una situación en la que deja de ser la víctima para transformarse en apoyo de un amigo. Pero no lo logra. Su amigo, pese a su enfermedad, manifiesta tener un equilibrio y una entereza de la cual ella carece. Y la situación planteada, paradójicamente, termina en reversa.

Robertina es puro vértigo. Vive escapando de sí misma durante todo el tiempo. Esta afectada por una neurosis que desconoce aunque producida por las circunstancias que atraviesan su vida.

El estreno de la obra teatral volverá a ser otro momento que constituirá un nuevo vía crucis en su vida. Llena de pánico, presionada por sus productores, finalmente será ovacionada aunque no podrá escuchar los aplausos. Su angustia no la deja disfrutar del estreno y abandonará la obra.

El final cierra la película pero deja abierta la pesadilla. Robertina no ha podido salir de ella, ni seguramente podrá hacerlo. El cuadro que presenta y su entorno enfermizo requieren de una ayuda especializada de la cual carece.

Claustrofóbica y algo reiterativa, La Reina del Miedo funciona en virtud del carisma inigualable y la capacidad para transmitir sentimientos que tiene Valeria Bertucelli. Ella es el centro de atención de toda la película, y no hay escena que transcurra si su presencia. Su actuación es casi un muestrario de sus capacidades actorales, como así también de su tendencia al histrionismo.

Prolijamente realizada, intachable en sus rubros técnicos, la película queda como un retrato inacabado de una mujer que sufre una neurosis sin ninguna capacidad de salida aparente. Es la descripción de un momento. No hay un antes ni un después. La salida de la situación planteada es una incógnita. Ese devenir enfermizo que plantea la película es tal vez su mayor debilidad argumentalmente hablando, dado que lo plantea como una situación que no tiene una salida. El producto final queda como algo inacabado, extenso y reiterativo, subrayado con un final abierto que incluso hasta puede llegar a desconcertar al espectador.

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