viernes, 29 de junio de 2018

JEANETTE, LA INFANCIA DE JUANA DE ARCO de Bruno Dumont


HAZTE LA FAMA Y ÉCHATE A DORMIR

Cuando un crítico de cine calificado dice “Lo fascinante del film es que hay pocos gags (el único comic relief es el tío rapero que aparece sobre el final), nadie canta ni baila demasiado bien, y así y todo, el relato funciona en forma integral está arriesgando una conclusión que carece de lógica.

Esa carencia se repite en otras críticas: Imaginen una fusión imposible entre la religión terrenal de Pier Paolo Passolini, el ascetismo de Robert Bresson y la hilaridad indomable de los Monthy Pitton, con el fervor religioso y sublimado de los movimientos de una niña que parece estar protagonizando una función de teatro escolar bizarro.

Finalmente, otro agrega con mucho tino: Todo el film es la confrontación de un dilema: saber que tiene que subordinar su existencia a una misión trascendente y a su vez temer no ser una buena intérprete de los pedidos de su creador.

Opiniones diversas que parecieran estar dirigidas al auto convencimiento más que a la orientación del espectador. No obstante, decido ir al cine y sacar mis propias conclusiones. Comienza el film y rápidamente se intuye el estilo Dumont. Paisajes amplios, cielos abiertos, interpretes amateurs, ritmo cansino. Pero comienzan a correr los minutos y el espectador se pregunta hacia dónde va este retrato de la infancia de Juana. Hay un aire provocativo, una versión personal y extrema de la historia. Pero la película se va transformando en una estudiantina preparada a las apuradas. Uno comienza a dudar si el que está detrás de las cámaras es o no es Dumont. La niña intérprete de Jeannette canta mal y baila peor. La cámara queda fija por media hora y la niña sigue sola hablando, cantando y bailando invocando al cielo. De tanto invocar, aparecen dos monjas, tal vez ángeles, que cantan y bailan aun peor que la niña. Nada de lo que sigue es mejor. 

Disparate tras disparate, la cámara sigue fija registrando lo que podríamos definir como una ópera rock mal hecha.  Mi esposa comienza a aburrirse como una ostra y saca un caramelo. Me convida porque sabe que sino como algo dulce en forma inmediata caeré en un sueño profundo. No obstante, el caramelo hace efecto y logro mantenerme despierto hasta el final. Ya nada logra sorprenderme. Todo es un sinfín de más de lo mismo de una historia conocida que en las manos de Dumont pretende alcanzar ribetes religiosos y filosóficos. Demasiadas pretensiones.

La película sigue y sigue sin levantar cabeza. Son 105 minutos interminables. Es quizás su peor película. A esta altura, hasta la música, un rock muy pesado y chillón me aburren hasta el cansancio. Pero aguanto hasta la palabra fin porque me interesa la opinión de los otros 4 espectadores que hay en el cine, que con suma educación, me contestan: No es lo que esperaba, o qué bajo cayó Dumont, o me aburrió sin atenuantes.

Llego a casa y releo las críticas. A mis críticos favoritos les ha fascinado este film. La mayoría de ellos han escrito críticas favorables, incluso uno de ellos, no solo hace un análisis interesante sino que también reportea al director.  Pero me llama la atención una cosa. Casi todos sin excepción, abren el paraguas. Es como que les gustó pero… Les pareció buena, encontraron hallazgos formales, profundizaron en lo religioso y sobre todo en el destino de una persona como Jeannette. Encuentran a su paso improbables influencias de Passolini, de Bresson y de los Monthy Pitton. Me avisan que se viene la segunda parte. Me dejan más despistado que antes de ver la película. Cosas del cine y de directores famosos. A veces uno no encuentra la sintonía exacta. Dice el refrán: Hazte la fama y échate a dormir.

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